Jueves, 12 de mayo de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. GUARANí VUELVE A PROYECTARSE EN ROSARIO, EN CINE EL CAIRO.
La ópera prima de Luis Zorraquín se construye entre Paraguay y Argentina, con un brazo de agua que hermana pero también separa. Este vínculo se traduce de varias maneras: legado, memoria, distancia generacional y lenguas distintas.
Por Leandro Arteaga
Guaraní: 7 puntos
(Argentina/Paraguay, 2015)
Dirección: Luis Zorraquín.
Guión: Luis Zorraquín, Simón Franco.
Fotografía: Diego de Garay.
Música: Pablo Borghi.
Montaje: Nelo Bramuglia.
Reparto: Emilio Barreto, Jazmín Bogarín, Silvia Baylé, Hebe Duarte.
Duración: 85 minutos.
Sala: El Cairo.
La película invitada del mes, en Cine El Cairo, es Guaraní. Tuvo estreno comercial, con pocos días en cartel. De modo tal que su recuperación por parte del cine público es para celebrar, más aún con las presencias de su director, Luis Zorraquín, y productor, Esteban Lucangioli, quienes acompañarán la función de hoy, a las 20.30, con entrada libre y gratuita.
La ópera prima de Zorraquín se construye entre Paraguay y Argentina, con el río como brazo de agua que hermana pero también separa. Este vínculo se traduce de varias maneras: legado histórico, memoria de continente, distancia generacional, lenguas distintas. Hay mucho de parecido y, sin embargo, también diferencias. Por momentos, parece increíble que personas tan cercanas, por historia y geografía, perseveren en matices que les separan.
Desde luego, hay razones que se esconden en gestos, en mitos casi olvidados, en la perseverancia por el guaraní. Es la mirada ofuscada de Atilio, con muchos años encima, la que articula este relato junto con su nieta, quien le acompaña en el trajinar diario, mientras estudia y espera cartas de la mamá, lejos y en Buenos Aires. Atilio, en tanto, brega por la llegada de un nieto, para transmitir su legado, lleno de río y pesca, algo que las mujeres no entienden.
De este modo, Guaraní permite un diálogo entre la sensibilidad de sus personajes y el patriarcado en el que se inscriben, con una familia partida, dividida en dos ciudades, casi parecidas, si bien una de ellas con la tierra más colorada. Lo que sacude el día a día del viejo pescador es la noticia de un nieto que nacerá en Buenos Aires, al fin del río que tanto sabe transitar. Hacia allá entonces con su botecito, de motor que renguea, y esta nieta que se portará tan bien, o mejor, que ese nieto soñado.
A partir de acá, el film trastoca en road-movie, con caminos de río y asfalto, a lo largo de un periplo que será asaltado por vicisitudes, a la par de personas de esas que viene bien conocer y otras que mejor tener lejos. Por esto es que nada hay de idealizado en el retrato propuesto por Zorraquín sino, antes bien, la semblanza de una sociedad que funciona, a veces, de manera solidaria, y otras de modo obediente, sumiso y miedoso.
Desde luego, el viaje será momento intenso para el vínculo entre abuelo y nieta, mientras se dibuja una ilusión mayúscula en el rostro de esta niña que hace ya bastante no ve a su madre, dedicada a un trabajo que no le da demasiado tiempo, que le impide la cercanía anhelada. El abuelo, en tanto, opera de manera interior, con los sentimientos vueltos hacia sí mismo, como la retracción que oficia ante la urgencia que esta nieta exterioriza, al arder en ganas de salir y ver el mundo.
En este movimiento de vida --entre quien ha vivido mucho y quien lo ha hecho poco-- se sitúa Guaraní. A veces con las palabras como agentes explícitos de lo que sus personajes piensan --rasgo que enfatiza, innecesario--; otras, con la certeza de un cariño que no sabe cómo expresarse pero que las miradas, mejor así, contienen y dicen.
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