Lunes, 23 de mayo de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EL FILM QUE ANDREW HAIGH DESARROLLó SOBRE UN CUENTO DE DAVID CONSTANTINE.
Con interpretaciones magistrales, 45 años aborda la crisis de una pareja. El fantasma de una antigua relación, los celos y el disimulo. Un guión preciso y bien elaborado donde los pequeños detalles de la trama articulan miedos mayores.
Por Leandro Arteaga
Las mujeres fantasmas son irrebatibles. Ahí está el cine para corroborarlo: ha sido temática preferencial de Alfred Hitchcock en La dama desaparece y Vértigo. El cine negro la ha invocado en títulos como La dama fantasma, de Robert Siodmak, y Laura, de Otto Preminger, inscriptas en un año sintomático: 1944. Luego vendría Trágica sospecha (1951), de Robert Wise, con el horror de los campos de exterminio como herencia irresoluble. Tal es la línea sugerida también por esa obra maestra reciente que es Ave fénix, de Christian Petzold.
Ahora bien, al hablar de maestros, Hitchcock otra vez. De entre su cine de mujeres inasibles, destaca Rebecca (1940), sombra terrible que acecha sobre los designios de la pareja que conforman Laurence Olivier y Joan Fontaine. Rebecca descansa entre las habitaciones y pasillos de Manderley, esa mansión en donde un ama de llaves custodia la memoria y presencia de la muerta.
En este sentido, 45 años propone una variación cercana, pero con el tiempo ya sucedido. "¿Recuerdas? Te he hablado de Katya", le dice Geoff a Kate (Tom Courtenay y Charlotte Rampling). La carta intempestiva marca el inicio, el quiebre, la develación de la mirada sesgada. Que Katya haya sido relegada a algún rincón oscuro, no significa que hubiese desaparecido. Ese lugar, de hecho, tiene en la casa de esta pareja su recoveco en el altillo, allí donde Geoff guarda memorias dentro de cajas, papeles y diapositivas. "¿Por qué no nos hemos sacado fotografías?", preguntará Kate.
La misiva, efectivamente, arriba desde otro tiempo, en otro idioma. Su lectura fuerza a Geoff a balbucear un alemán que no recuerda, pero que en algún lugar suyo todavía anida. Kate le ayuda, pero hay gestos que la traicionan, retraen, que dicen que no quiere hacer lo que fatalmente invoca. Katya es el amor de un tiempo lejano, que surge de manera inmaculada, desde la imagen intacta: la carta informa sobre el hallazgo de su cuerpo, congelado en un glaciar, desde el día del accidente fatal. Geoff altera su habla, sus lecturas -Kierkegaard vuelve sobre sus preocupaciones; Kate le reprocha tal inutilidad: "hay por lo menos tres ediciones de ese libro, nunca superas los primeros capítulos"-, el cigarrillo se apodera de él otra vez. El tiempo se extraña, los días dejan de suceder tal como lo hacían, mientras la cuenta regresiva sobre la fiesta, de apenas una semana, sucede.
De este modo, 45 años dramatiza la superposición entre un tiempo cuantitativo y otro subjetivo: a partir de la madeja desovillada de recuerdos que el cuerpo inerte de Katya provoca. Así, los intertítulos recuerdan el paso del tiempo a través del nombre de los días, mientras Geoff desvaría entre los paseos a solas, la vitalidad sexual, y la posibilidad de viajar al encuentro con su otrora amada.
Kate le persigue, le vigila. Pide consejos, sabe que hay algo que se ha despertado de manera inesperada. La semejanza de su nombre con el de aquella, acentúa la simetría. Por esta referencia, 45 años merece también ser pensada a partir de Vértigo, donde James Stewart habrá de vestir y adornar a Kim Novak hasta lograr la superposición entre la realidad y su fantasía. La Novak lo vive de manera quebrada, a sabiendas de tener que dejar de ser quien es para estar con él. Así como Stewart, el Geoff de Courtenay naufraga desesperado, perdido y enamorado de otra mujer. Entonces, mejor será entender que 45 años no es un film sobre la crisis repentina de un hombre, sino sobre la crisis repentina de esta mujer.
Es ella quien finalmente descubre en su compañero de vida una mirada atrapada en otros ojos, cuya captora descansa indemne en su agonía de tiempo detenido; así como en esas fotografías que se empecina en descubrir, y que encierran más, como si fuese el impacto final, de esos que hacen temer a estos fantasmas. Será a la manera de un golpe de gracia, luego de que su perfume invada los ambientes de esta casa donde el dominio fuera sólo de ella, tal vez ilusoriamente.
Es por eso que la canción "Smoke gets in your eyes", de Los Plateros, será prólogo y epílogo del drama. Primero desde su alusión, como elección para esa fiesta en donde celebrar, entre otras cosas, con la canción preferida; después, como reversión de lo sucedido, como mirada romántica quieta ante el humo que finalmente se disipa. Para hilvanar ambas instancias, 45 años apela a detalles numerosos, que habrán de llevar la relación entre Kate y Geoff al momento límite, como formas que ambos alternan para sostener, así, lo que deben parecer: una pareja feliz.
Es destacable la caracterización conjunta de Rampling y Courtenay, desde matices que se tocan de maneras ambiguas, a partir de la rutina, a partir del cariño. Son dos intérpretes soberbios, sin reemplazo posible. Las miradas ladinas de ella, el caminar desasosegado de él. Es un film de momentos íntimos, en donde el espectador está invitado a participar pero sin entrometerse, a través de dilemas que merecen silencio, pesar, malestar. Con la ironía puesta en la vida como tiempo sucedido, en su angustia, con las experiencias que no pudieron ser de otro modo.
Cuando Kate se detenga en la curiosa coincidencia de fechas entre la muerte de su madre y la de Katya, hay algo más que rebota y no se aplaca. Casi como si luego de este suceso, no hubiese habido en ella nada más que Geoff. La desorientación -tal vez, mutua- tendrá en la celebración su momento mayor, sometidos como lo estarán a la mirada pública, al rito social.
Una vez allí, el discurso de Geoff será momento soberbio. La manera desde la cual el gran Tom Courtenay lo interpreta (ese actor mayúsculo, rostro del cine inglés de vanguardia, elegido por notables como Tony Richardson y Joseph Losey), con maneras vocales que dan énfasis y que simulan pero, finalmente, se abren al sentimiento, logran la síntesis de este film destacable, al caminar sobre un límite difuso, sin aportar la pieza última que explique sino, antes bien, al localizar el drama en la intimidad del espectador, a partir de un primer plano desmembrado, sólo posible en esa actriz única que es Charlotte Rampling.
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