Miércoles, 4 de octubre de 2006 | Hoy
Diez autores exploran el tema de los alimentos. Y dan cuenta de la riqueza y diversidad de los registros poéticos.
Por Sonia Scarabelli
Días atrás se presentó en Rosario una antología "poética--gatronómica" que, bajo el título de Pulpa --y publicada por Gato Grillé Ediciones--, reúne una muestra temática de la producción de diez poetas rosarinos, entre quienes se cuentan a María Paula Alzugaray, Mercedes Gómez de la Cruz, Lisandro González, Ricardo Guiamet, Fernando Marquínez, Germán Roffler, Alicia Salinas, Fabricio Simeoni, Pablo "Crash" Solomonoff y Federico Tinivella.
A partir de la propuesta de Alzugaray, quien tuvo además a su cargo la compilación y edición de la antología, los autores aceptaron sumar sus escrituras para explorar el tema de los alimentos, eje sobre el cual se articula la selección de los textos presentados, cada uno de los cuales dan cuenta, a su vez, de la riqueza y diversidad de registros poéticos que tienen aquí su lugar de encuentro.
El brillante prólogo de Beatriz Vignoli parte de la afirmación de que "vivimos en una época signada por la ambivalencia deseo/rechazo frente al alimento" y señala el modo en que "el malestar cultural ante el alimento bajo las condiciones del capitalismo halla tal vez una expresión simbólica en el mito del vampiro, donde además no cesa de retornar la conexión reprimida entre el alimento y el deseo sexual".
De este modo establece un marco interpretativo por medio del cual queda a la vista la amplitud de referencias y abordajes que de por sí supone el tópico alimentario, no restringido, como ella misma puntualiza, "únicamente a la comida", ya que más precisamente supone la existencia de "un rito social, donde a través del habla y de la mirada, y del contacto o la mera cercanía, se habilita una circulación de afecto".
En clara consonancia con este señalamiento, los poemas que se despliegan a lo largo del libro revelan, y también denuncian, con belleza, furia, lirismo, ironía y un extraordinario apego al misterio de la creación verbal, modos posibles de ser en el lenguaje para esta inefable condición de "alimentados" de la que todos somos partícipes. No sólo por la posibilidad de su ejercicio, sino de igual modo por su imposibilidad; por el registro de una carencia que se hace visible. Pero la manera en que la poesía nos "pone a ver" -aún si allí donde miramos encontramos horror y belleza por partes iguales, y no menos ternura, humor y algunos modos de la dicha- dinamiza la relación entre lo que falta y lo que hay, hasta el punto de que pareciera ofrecerse ella misma como alimento, y esto es particularmente ostensible en lo referido al trabajo con la forma.
Por esa tarea formal, que asume un carácter propio y específico en la escritura de cada uno de los autores publicados, los poemas se sustancian y operan, en consecuencia, sustancialmente sobre nuestra percepción. A través de ellos la realidad pierde toda función unívoca, porque la palabra misma pierde -si es que alguna vez lo tiene- todo rasgo de univocidad, se convierte en una caja de resonancias en la que destellan imágenes que convocan al dolor y a la alegría, a la indignación o a la risa, a la reflexión o al recuerdo, a la introspección o a la fiesta de la mirada; ya sea que el alimento se presente como un veneno o un orden de la espera, ya sea que aluda al deseo, al amor, lo real, la justicia (y más aún a su ausencia), la acción, la infancia, o a la poesía misma. Y nos sumerge, finalmente, en la degustación de este mundo en el que estamos inmersos, bajo el ambiguo signo nutricio de vida y muerte, ofreciéndonos otra oportunidad de saborear las diferencias que nos constituyen.
La notoria singularidad de cada una de las poéticas que se dan cita en esta antología es un componente que refuerza su atractivo como conjunto y permite avistar, más allá de la circunstancia estricta de la publicación, un terreno de producción que continúa ofreciendo las mejores perspectivas para la poesía que se está haciendo en Rosario. En este sentido, resalta Vignoli, con respecto a los materiales, su "calidad pareja y alta, que manifiesta el resultado de un quehacer literario intenso y concentrado en el ámbito local". Y es que, como podemos leer allí mismo, esta antología viene a sumarse a una notable serie, en cuyo inicio la autora del prólogo sitúa a la que se titulara Poesía viva de Rosario, de 1976, seguida de la más recientes Los que siguen (2002) y Dodecaedro (2004); e integradas en parte, las dos últimas, por varios de los poetas que ahora se vueven a encontrar, reunidos en este volumen.
Si una de las alusiones posibles de Pulpa, como nos recuerda la prologuista, se dirige "a la materialidad del papel que constituye el libro", lo cierto es que, sin lugar a dudas, "probar" esta lectura no dejará indiferente el paladar de todos aquellos que estén deseosos, una vez más, de hincarle el diente a la buena poesía.
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