Jueves, 8 de septiembre de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. UNICA FUNCIóN DE FAVIO: CRóNICA DE UN DIRECTOR
Desde una mirada coral, la película de Alejandro Venturini indaga en Leonardo Favio y teje su homenaje. La fibra de un director excepcional, en el sentimiento y las palabras de quienes le conocieron. Se proyecta mañana en El Cairo.
Por Leandro Arteaga
Favio: Crónica de un director: 8 puntos
(Argentina, 2016)
Dirección: Alejandro Venturini.
Guión: Santiago Balestra, Alejandro Venturini.
Música: Iván Wyszogrod.
Fotografía: Francisco De Santis, Sofía Rodrigo.
Montaje: Lucas Ríos.
Con: Leonardo Favio, Graciela Borges, Zuhair Jury, Juan José Camero, Juan José Stagnaro, Edgardo Nieva, Iván Wyszogrod, Maximiliano Gorriti, Diego Puente, Horacio Labraña, Nico Favio.
Duración: 120 minutos.
Sala: El Cairo. Mañana a las 20, en el Festival de Cine Latinoamericano.
Hay tantos caminos desde los cuales llegar a Leonardo Favio, que invariablemente son muchos los que quedan por fuera. El esfuerzo desmesurado de Alejandro Venturini en Favio: Crónica de un director asume el recorrido de un rompecabezas, con tantas piezas como se pueda, puesto el afán en decir y agregar siempre más sobre la figura camaleónica, de afectos compartidos, que significa Leonardo Favio.
En este sentido, podría pensarse en el gran rompecabezas que Susan Alexander nunca termina de armar en El ciudadano, de Orson Welles (a propósito, éste era el primero de los títulos en una colección de cine en Vhs que el mismo Favio recomendaba desde un anuncio televisivo).
Podría decirse que Favio evoca de maneras particulares, ya que todos guardan anécdotas sobre él. También los espectadores, vistas sus películas como acontecimientos que conmovieron, en muchos casos, el panorama del cine argentino. Es por eso que nadie podrá olvidar dónde ni cuándo vio Juan Moreira o Gatica, el Mono. La fibra convulsiva de sus imágenes --deudora de otros como Hugo del Carril y Leopoldo Torre Nilsson-- todavía interpela y se cuela en el talento de realizadores como Israel Adrián Caetano y José Celestino Campusano.
También se puede intentar el recuerdo de ciertos capítulos "simpáticos", como el de aquella visita que el cineasta le hiciera a la señora de los almuerzos, con su tradicional pañuelo en la cabeza, camisa desabotonada y ¡chancletas! No hay registro en YouTube que permita rememorarlo. Así como supo suceder en cierta emisión de Hora clave, en donde Mariano Grondona le decía a Favio: "Yo creo que lo que usted ha hecho es una obra de arte", en alusión a Gatica. Favio, sonriente, agradecía. O cuando el cineasta lo dejó plantado a Jorge Guinzburg luego del corte comercial, molesto ante una pregunta sobre los hechos de Ezeiza.
Está claro que Leonardo Favio continúa siendo un lugar desde el cual interrogar el cine y la relación sentimental e hipócrita entre los argentinos. La película de Venturini se arroja a la cuestión, y decanta por el costado afectivo. Favio es el gran protagonista, pero a través de la evocación colectiva. Así, su corporeidad estará dada por la suma de las voces amigas, de familiares y artistas.
De entre ellas --y son muchas--, la de Edgardo Nieva (Gatica) es excepcional, capaz como es de dramatizar el rodaje inicial de aquel film crucial para la vida del cineasta, en un cruce con testimonios de Zuhair Jury --hermano y guionista de Favio-- que atisban en el costado más íntimo. Es Jury, justamente, quien permite ahondar en anécdotas de niñez mendocina, de familia pobre y de madre poeta. Allí aparecen los inicios en la actuación, con la radio como gran protagonista.
El recorrido por las películas es la excusa para desprender el registro de los testimonios, entre comentarios que recuerdan y otros de afán técnico. Más el hallazgo supuesto por la recreación de parlamentos determinados. El cine, de esta manera, se concibe en la película de Venturini como espectáculo social, fenómeno político, experiencia comunitaria. Todos los entrevistados --intérpretes y técnicos-- hablan desde una participación compartida, sumidos en la obsesión de alguien que sabía cuáles eran las imágenes a perseguir, cuáles sus sonidos.
Para saber cine, se escucha decir a Favio en el film, hay que saber de música. Para así conocer cuál es la nota con la que canta el gallo. Y también: al cine hay que amarlo. No se lo hace para ser amado, sino para amar. Algo tan simple como las últimas palabras de Gatica: "Buenas noches, buen provecho".
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