Lunes, 26 de septiembre de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UN FILM SOBRE EL FINAL DE LA VIDA DEL DIRECTOR ITALIANO ASESINADO EN 1975
Sin estreno comercial, el film de Abel Ferrara se proyecta en Cine Club. Pasión y crimen. Una poesía que se mantiene intacta.
Por Leandro Arteaga
El cine del norteamericano Abel Ferrara tiene en la cartelera suerte aleatoria, aun cuando Welcome to New York (2014) se exhibió y no estuvo exenta de polémica. Allí, con su temple habitual, Ferrara recreaba los escándalos de abuso sexual del presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, casi candidato a la presidencia de Francia.
En el mismo año se estrenaba Pasolini, y fue en el Festival de Mar del Plata donde la película ofició como apertura. Pero no hubo estreno posterior, es una lástima, y por esto es más que bienvenida la posibilidad que ofrece Cine Club Rosario (España 401), mañana a las 20, con la proyección de este film tan necesario, dedicado a las últimas horas de vida del excepcional poeta y director italiano, asesinado el 2 de noviembre de 1975.
A partir del guión de Maurizio Braucci -habitual colaborador de Matteo Garrone: Gomorra, Reality-, el film de Ferrara inicia con imágenes de Saló, o los 120 días de Sodoma, la película última y maldita de Pier Paolo Pasolini. Es difícil encontrar films tan contundentes como Saló, lleno de vejaciones y humillación, pero sin renunciar a la poesía. Es un desafío que todavía hiere y señala sobre la necesidad de ciertos sectores de haber hecho callar la voz de Pasolini.
Es en este malestar donde se cuela la caracterización de Willem Dafoe (ya presente en otros films de Ferrara: Cuentos a go-go, 4:44 El último día en la tierra), de lentes grandes y oscuros, con ideas radicales intactas. Arte y militancia son en él elección estética, de vida, le dice al periodista. Al tiempo que se desprende inevitable la pregunta por el interés de Ferrara hacia Pier Paolo Pasolini, en función de un cruce de estéticas en las que el realizador nacido en el Bronx se reconoce.
Entre ellas, podrán distinguirse la violencia, el desborde, la provocación, el sexo. Maneras de acercarse a un mundo que resulta hosco, pero también sensible. Cuando la luz aparece, tanto el cine de Pasolini como el de Ferrara discurren de manera bella, pero son momentos casi fugaces dentro de un estómago social febril. Es por eso que la estrella mesiánica, alucinada, que persigue Epifanio, produce un efecto de ternura que todavía persiste, en medio del griterío, del atosigamiento y amontonamiento: se trata de un esbozo que el film de Ferrara imagina y se atreve a filmar, que remite a la película que Pasolini no pudo llegar a realizar: Porno-Teo-Kolossal.
Ahora bien, el norteamericano lo hace también desde el homenaje: quien encarna a Epifanio es Ninetto Davoli, el actor de los film pasolinianos Las mil y una noches, Pajaritos y pajarracos, Teorema, El Decamerón, entre otros. Acá aparece desdoblado, caracterizado en su versión más joven por Riccardo Scamarcio. A propósito, el momento donde director y actor se reencuentran es hermoso, en la mesa de un bar, rodeados de las páginas -y dibujos- del guión que Pasolini siente como un llamado urgente a filmar, para culminar con el cineasta y el bebé de Davoli en sus brazos.
También destaca el momento de sobremesa -con mamma incluida- junto a Laura Betti (Maria de Medeiros), quien vuelve del doblaje al italiano de El exorcista, ni más ni menos. Amiga íntima, a la Betti le dedicaría la película Pasolini, La razón de un sueño (2002), a la que debiera sumarse otro título insoslayable como Pasolini, Un delito italiano (1995), de Marco Tullio Giordana. La relación de afecto y reproches entre actriz y poeta es ensayada por Ferrara en este momento, apenas una síntesis del cariño que se profesaban.
La sobremesa, el bar, el fútbol de potrero con la camisa transpirada, hacen de Pasolini el artista rodeado y atravesado de su gente: los verdaderos protagonistas de su cine, a quienes les acercó la cámara desde una sinceridad sin pudor. Ferrara plasma este sentimiento, pero consciente de que algo semejante sólo pudo ser llevado adelante por el italiano.
Pasolini según Ferrara aparece como alguien entreverado en su momento histórico y artístico, con la mira intelectual calibrada de manera imperdonable. La violencia, dice, se volverá cada vez más cotidiana, dejará de llamar la atención. La elección que de cada una de estas frases hace Ferrara no sólo da cuenta de la mirada acertada del italiano, sino que son asumidas por el norteamericano, alguien que también supo tematizar la violencia, en títulos magistrales como Un maldito policía, El funeral, Usurpadores de cuerpos.
Es por esta identificación estética que Ferrara se atreve y puede filmar el asesinato de Pasolini. Una vez ingresados en su mundo de ternura desesperada, asistir al salvajismo final no es fácil. Habrá que agradecer al cineasta el nervio de afrontar semejante tarea, vista la admiración que él y Willem Dafoe -capaz de ofrendar su cuerpo- profesan por el poeta.
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