Mañana viernes, Rubén Echagüe presenta su libro de poesía Fin de la edad de oro, junto con Sabina Florio y Sebastián Riestra. La presentación será a las 19 en el Museo Municipal de Arte Decorativo Firma y Odilo Estevez (San Lorenzo 753), en el marco de una exposición de obra plástica y gráfica del autor, Acompasada y decorativa, que incluye páginas ampliadas del libro y que podrá visitarse hasta el 4 de noviembre (de miércoles a domingos de 9 a 19 y los feriados de 9 a 13). Hay una coherencia profunda entre estos poemas y esas obras. Dividido en tres partes (Fuegos, Península y Espejismos), Fin de la edad de oro despliega un mundo propio, barroco y preciosista de secretas pasiones contradictorias ("¿O será que el amor/ y el odio son dos defectos/ intercambiables...?", pregunta).

Rubén Echagüe es además curador y crítico de artes plásticas. Lector de poesía clásica, influido por el gusto decadentista del escritor finisecular francés Marcel Schwob, Echagüe engarza en sus textos los nombres de metales nobles o antiguas deidades, entramados en la suntuosa superficie de un libro semejante al paseo nocturno por un museo de lo maravilloso. Como restos diurnos, irrumpen detalles cotidianos. La música y el esplendor de las palabras son la forma que toma la insistencia de un fulgor lejano. Hubo una edad de oro, dice el mito moderno, y es precisamente hacia el ocaso cuando mejor reluce.

El motivo barroco del vanitas, tratado con humor y un sentido lúdico de la palabra, ya era un tema en su libro de poemas anterior, La casa en llamas (2014). Allí, la casa servía como alegoría del desgaste de la imagen del cuerpo. Aquí, "el espejo se ha roto" en esquirlas que lo multiplican, y la imago especular en crisis deviene ejemplo de la finitud universal: "Yo diría más bien que/ todo templo se derrumba,/ que las certidumbres y los caparazones/ y las estatuas de bronce/ se derrumban,/ y que las orgullosas naciones/ (las naciones amuralladas y sus pleitos)/ tarde o temprano se derrumban".