CULTURA / ESPECTáCULOS › DESPUES DE "EL ILUSIONISTA", OTRO FILM VUELVE SOBRE LA TEMATICA
"El gran truco" plantea el paso de una amistad intensa entre dos personas a una carrera cargada de competencia por alcanzar notoriedad. Los instrumentos utilizados son los que revelan los débiles márgenes entre la realidad y la ilusión, propios de los magos.
› Por Emilio Bellon
EL GRAN TRUCO (The Prestige) EEUU, 2006 8 puntos
Dirección: Christopher Nolan
Guión: Jonathan y Christopher Nolan
Dirección de fotografía: Wally Pfister
Música: David Jylyan
Intérpretes:Hugh Jackman, Christian Bale, Michael Caine, Scarlett Johansson, Piper Perabo, Andy Serkis y David Bowie.
Duración: 130 minutos
A pocas semanas del estreno de El ilusionista, film de Neil Burger que figura en mi selección de las realizaciones destacadas del año 2006 y en la de mi colega Leandro Arteaga, otro esperado film referido al mundo de la magia, ocultamientos y revelaciones, se hace presente, para -creo- permanecer en nuestras carteleras. Su título original The prestige remite al tercer momento del juego que se plantea sobre un escenario, por lo que me permito no nombrar directamente a los dos primeros, a los fines de que sobrevuele cierto misterio.
Porque es el film mismo el que se va construyendo conforme a esos tres pasos, a esas tres fases que organizan y proyectan el acto de escamoteo y prestidigitación, que en este caso transcurre en la neblinosa Londres (en El ilusionista transcurría en Viena, habiendo sido rodada en Praga), hacia fines del siglo XIX, sobre la caída de telón de la era victoriana.
Si tuviera que pensar una fuente literaria, además de la novela base firmada por Chritopher Priest, la misma según mi memoria sería El duelo de Joseph Conrad, film que motivó a Ridley Scott a realizar lo que es para mí su film más logrado, una pieza artística, Los duelistas, obra del `77, interpretada por Harvey Keitel y Keith Carradine. En esa breve novela, ambientada en la época napoleónica, se nos describe la rivalidad de dos ex amigos que librarán su contienda hasta el fin de sus días.
En este caso, en el film del director de Memento, ambos amigos Robert Angier y Alfred Borden pertenecen a diferentes clases sociales y comparten en los primeros tiempos de una misma pasión. Una tragedia marcará un giro. Y es la misma posición de clase la que llevará a que cada uno actúe desde esos mandatos, haciendo uso de los instrumentos que posición les va alcanzando; anudando, cada uno a su manera. Una amistad que pasa a ser una carrera competitiva y rival y que va desocultando una trama en la que se pone en acto ya no sólo los número que integran cada espectáculo, sino las débiles fronteras entre la realidad y la ilusión, entre lo frágil de las apariencias respecto de lo que se es.
En este sentido, la figura del inventor el profesor Nikola Testa, de origen eslavo, que vive junto a su asistente en lo alto de un páramo, abre interrogantes sobre los límites entre la magia y la ciencia. Dicho rol lo cumple un siempre huidizo, y por momentos espectrales David Bowie, quien hoy, 8 de enero, cumple 60 años.
¿Cuál es la verdadera cara de estos personajes y de las acciones que actúan frente a nosotros? Uno de los puntos de partida, puede ser el de detenerse frente al afiche, donde de manera simétrica y desde un fragmento de un rostro centrado se proyectan en direcciones opuestas las dos caras de esta historia, que seguirán el curso de los tres momentos del acto de magia.
Si bien este film no me llegó a conmover, desde las emociones, como El ilusionista, no obstante señalo el rigor de su armado, los indicios que nos va arrojando, el mecanismo casi obsesivo en un juego de identidades que ubican el film, frente a nosotros, como en una galería de espejos, ubicados de tal manera, que ningún rostro escapa al otro.
En la búsqueda de cada uno de ellos, sostenida por el deseo y una llave de entrada por un ingeniero en aparatos y ex mago, Cutter, rol que cumple admirablemente Michael Caine, pasamos a ser cómplices de los efectos de asombro, pero al mismo tiempo estas consideraciones que el film apunta a proyectar sobre nuestra propia pantalla las debilidades y dudas de la conducta humana.
El afiche italiano, captado en una tonalidad azul oscuro, como el afiche local, con espacios en blanco, nos muestra dos rostros ubicados uno en la parte superior y otro en la inferior, uno del lado izquierdo y el otro del lado derecho; pero capturados por una especie de laberinto, de círculo en abismo, que nos recuerda la caída al vacío del personaje que interpretaba James Stewart, Scottie, en esa obra sublime que es Vértigo de Alfred Hitchock.
Trato de no plantear aspectos de la subtrama que el film va diseñando; se trata de aceptar ciertas reglas y observar atentamente, no ya sólo a lo que se da frente a nosotros sobre el escenario; sino, sobre todo, el detrás de la escena, tanto en el armado del espectáculo como en la vida íntima de los contrincantes.
Se trata, creo, de participar de este acertijo y enigma siendo levemente concientes de que estamos ante una puesta orquestada desde la figura del doble, de la lectura de un diario, de un cuaderno de notas, de los tres momentos de un acto.
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