Lunes, 19 de febrero de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › TSOTSI, RADIOGRAFIA DE SUDAFRICA QUE CAUSA UN EFECTO DEMOLEDOR
Por Leandro Arteaga
Mi nombre es Tsotsi (Tsotsi)
Inglaterra/Sudáfrica, 2005
Dirección: Gavin Hood.
Intérpretes: Presley Chweneyagae, Terry Pheto.
Duración: 94 minutos.
Salas:Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.
9 puntos
Tsotsi es un joven delincuente cuya vida parece haber perdido, progresivamente, la capacidad del afecto. Las pequeñas pandillas que se diseminan por el villerío, de las cuales él forma parte, son también focos pequeños que se comunican con otros de mayores aspiraciones. La vida criminal es la oportunidad que Tsotsi ha podido construirse, mientras la soledad lo ha ido devorando para hacerlo presa de la frialdad más dura, aún de cara a sus propias amistades.
Es el robar aleatorio el que lo encuentra, sorpresivamente, con otra realidad afectiva. De pronto Tsotsi se ve obligado a tomar una decisión ante el llanto solitario del bebé. Es éste el primero de los muchos pasos que le supondrán al protagonista un camino de deconstrucción propia. De este modo, el joven podrá, paulatinamente, recorrer diferentes aspectos de su historia personal, mientras atiende, de la mejor manera posible, las necesidades del pequeño que lo conmueve.
Desde este quiebre emocional podremos conocer algunos de sus pequeños fragmentos vitales, tales como los que se corresponden con la niñez, con su maltrato, o con las paredes de lata de su actual habitación, casa propia que Tsotsi contrasta con la intemperie en la que supo dormir.
También podrá permitirse, aunque con un arma en una mano cada vez más débil, un lento afecto hacia la mujer que calma el llanto y el hambre del niño. Es ese algo indefinido, que Tsotsi creía ausente en sus emociones pero comienza a inquietarlo, el que lo asalta y lo molesta, mientras lo expone desde sus sentimientos al convivir diario.
De un modo tanto simple como profundo, Tsotsi que supo ganar el Oscar al Film Extranjero el año pasado radiografía una Sudáfrica de clases divididas, de pobreza extrema, y se detiene en las lágrimas de quien, se dice, no posee sentimiento alguno.
El efecto es demoledor, e interroga al espectador más allá del contexto en el que el argumento se desarrolla. Aún la butaca más mullida puede volverse incómoda ante el abismo al que el film nos arroja. Allí es cuando la pantalla de cine cobra más vida, cuando nos molesta, nos sacude, y nos desarticula junto con el personaje.
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