Punctum: así denominó Roland Barthes a aquello que de la foto se sustrae al studium, al plano general que resume las convenciones de lo esperable. ¿Qué es lo esperable en una muestra de fotos de Ernesto "Che" Guevara? Los emblemas del ícono: la boina, la barba, el habano, que son al Che como el sombrero bombín, el bastón y los botines gastados son a Charles Chaplin. Ah, y la sonrisa. La sonrisa, claro: la firma del carisma. Todo eso puede verse hasta el 24 de junio en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia.

Pero lo que justifica ir a ver esta exposición es lo otro. Lo que se corre por los bordes. La sonrisa entre irónica y de satisfacción que le brota a Guevara cuando se sienta en un sillón de orador con la cartela de rigor donde un título precede a su nombre: Doctor. O el dandy a medio vestir que se fotografía ante el espejo en medio del revoltijo de un cuarto de hotel. Y el texto, que sólo necesita decir la verdad para ser sublime: "Autorretrato antes de partir a combatir en Bolivia". La belleza de su rostro en esa foto es tan irreconocible como la fealdad de su penúltima máscara, con la que entró a Bolivia de incógnito. No se lo ve muerto. Sí se lo ve acorralado. Se ve aquello que la foto revela del cuerpo y que excede a lo que el retratado quiso mostrar. Aún en un personaje histórico tan contundente, tan consciente de una misión y de un destino, la más cuidadosa pose deja entrever aquello otro que no tiene nombre pero que cabe denominar provisoriamente como el misterio del sujeto humano.

La curadora de la muestra de fotos es Julia Constenla, autora del libro al que ilustran, titulado Che Guevara: la vida en juego. Juega con su título el de la muestra: Che Guevara: la vida en fotos, que a su vez juega con los de otras biografías (donde también están algunas de esas fotos) Che Guevara: una vida revolucionaria, de Jon Lee Anderson y La vida en rojo, de Jorge Castañeda. Lo que queda fuera del cuadro, siempre, es lo que no se nombra: la muerte.