Martes, 11 de diciembre de 2007 | Hoy
Por Miguel Roig *
Cuando la vi salir al patio, al frente del otro curso y los hizo formar detrás del nuestro, yo acababa de cumplir once años. Lo sé, porque nos habíamos mudado poco tiempo atrás a una casa nueva y eso acarreó el consiguiente cambio de colegio.
Aquella mañana, la primera vez que la vi, me llamó la atención que sonriera en lugar de mantener el gesto neutro de las demás maestras, mientras cantábamos la marcha Aurora. Tendría apenas veinte años, la edad en que, egresadas del Normal, las jóvenes maestras comenzaban a realizar suplencias antes de tener una plaza fija. Y a ella, le tocaba ocupar el lugar de otra maestra que según se dijo estaba gravemente enferma y tardaría meses en volver a la escuela.
Era el ser más bello que había pasado hasta entonces delante de mis ojos; un deslumbramiento sólo superado por Tracy Hyde, la chica de Melody, que se estrenó ese año y provocó entre los compañeros del colegio que fuimos al cine Echesortu a verla un desasosiego profundo.
Bajo la helada, mientras las estrofas de la marcha, apagadas por el frío, salían de nuestra garganta y todo el colegio seguía con la mirada cómo el aire se desperezaba en la bandera, mis ojos, en cambio, se clavaban en esa figura delgada, de pelo oscuro, lacio y largo, con unas piernas finas, calzadas con unos mocasines marrones de suela baja que estaban de moda por entonces.
Sufría. Nada me quitaba la sensación de que jamás la alcanzaría: siempre sería un niño y ella siempre sería una bella mujer distante, solo accesible para los mayores. Aún hoy soy capaz de sentir aquel desmayo impotente de querer abrazar lo inasible, lejano como la eternidad.
En estos días, leyendo los últimos poemas de Yeats, he dado con uno que se titula, lacónicamente, Politics (Política) y que me ha hecho revisitar aquella vivencia.
El poema está precedido por una cita de Thomas Mann: En nuestro tiempo el destino del hombre presenta su significado en términos políticos.
Ante esta sentencia, uno se predispone a sumergirse en una reflexión poética sustentada en el compromiso, más aún sabiendo que Yeats fue, además, un militante político y que abrazó a lo largo de su vida distintas posiciones, desde el consabido nacionalismo al que casi ningún irlandés escapa (salvo los irlandeses que huyeron del país, como Joyce o Becket para no cargar con esa cruz católica, por cierto) pasando por la militancia liberal y anclando algún tiempo en el conservadurismo más terco. Pero no, esa cita es el preludio de un vuelo irónico que se despliega ni bien entramos en el poema.
"How can I, that girl standing there / My attention fix / On Roman or on Russian / Or on Spanish politics?" ("¿Cómo, con esa chica parada allí, / voy a poder concentrarme / en la política romana, rusa / o española?") El anciano poeta, el apasionado político, se distrae de lo esencial para detenerse en la imagen luminosa de un chica, no mayor de veinte años, quizás, edad que por entonces se correspondía con la palabra girl y al hacerlo, el poeta, anuncia un escepticismo que con esa mirada relativiza, de un golpe, toda una vida.
"Yet here's a travelled man that knows / What he talks about / And there's a politician /That has read and thought" ("Pero he aquí un hombre de mundo que sabe / de qué habla / y un político / que ha leído y reflexionado") Una de dos, o de verdad está evocando una conversación o bien, es el propio Yeats que se proyecta en tercera persona para distanciarse de lo que realmente es: un hombre de su tiempo abrazado a un compromiso. De cualquier forma, el planteo especular está allí.
"And maybe what they say is true / Of war and war's alarms / But O that I were young again / And held her in my arms!" ("y tal vez es verdad lo que dicen / sobre la guerra y sus peligros. / Pero, ay, ¡lo que yo daría por volver a ser joven / y tenerla entre mis brazos!") Aquí tensa la soga poniendo de manifiesto que no puede renegar de lo que ha sido materia de preocupación de casi toda su trayectoria vital, incluso exponiendo la guerra, la expresión más radical de la política. Y es allí, en ese punto donde el foco cambia, la duda se disipa, la dubitación del discurso desaparece retomando el primer verso y sustituyendo la política por la chica, verdadero sujeto del poema.
Tal vez la cita de Mann sea a propósito del compositor Gustav Aschenbach de La Muerte en Venecia, otro anciano que sucumbe, impotente, ante la belleza de la juventud.
Hace unos años me sometí a una intervención quirúrgica que me obligó a sobrellevar un proceso postoperatorio bastante doloroso. Entonces, cuando caminaba por la calle, de tanto en tanto me tenía que detener esperando que la molestia pasara y poder seguir. Para darle sentido a esos minutos perdidos de inmovilidad forzada, me concentraba en algo, en la gente que pasaba o bien en la arquitectura de un edifico o cualquier cosa susceptible de llamar mi atención. Esta experiencia me hizo caer en la cuenta de que algunos ancianos que nos cruzamos de tanto en tanto en la calle, detenidos, absortos en algún detalle urbano o en nosotros mismos, no están movidos por la curiosidad sino que, simplemente, se cansan, se paran y miran el mundo tal vez para volver a descubrirlo.
Ahora, en mitad de mi vida, me imagino en el cuerpo del anciano que seré algún día, sorprendido, frente a frente, con la belleza. Como Yeats, con la experiencia desbordando mis propios límites, detenido en una esquina cualquiera, observando el arrebato vital de la juventud primera y coincidiendo, otra vez, con aquel niño que asustado creía que nunca crecería, que nunca la alcanzaría. Puedo imaginar hoy ese anciano que seré pero también pienso que es una fantasía más, otra quimera de la imaginación porque nada sabemos del hombre, como afirmaba Séneca.
Uno nunca sabe donde está. Finge conocer, construye certezas; mientras tanto, pasa la vida.
Posiblemente, al final, haya un regreso, una mirada hacia el comienzo, al origen de todo y se vuelva a especular y se piense, a lo mejor, como Yeats que el tiempo se ha ido y lo que aún podemos hacer, política, por ejemplo, ya no nos interesa; nos reclama, como a los niños, aquello que nos está vedado. Que siempre es lo más importante, lo esencial.
En su lápida, Yeats hizo esculpir los tres versos finales de otro de sus últimos poemas. El epitafio dice "Cast a cold eye / On life, on death /Horseman, pass by" ("Echa una mirada fría /en la vida, en la muerte / ¡y pasa, jinete!"). El tono es muy distinto al del otro poema, a pesar de que lo escribe el mismo poeta y pertenecen ambos al poemario publicado en el año de su muerte, pero ya se sabe: no son iguales las palabras que se escriben sobre un mármol y las que se garabatean en la piel.
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