Viernes, 14 de diciembre de 2007 | Hoy
Por Adrián Abonizio
Una tarde de junio sobre el fin del campeonato: detesto esto que va a ocurrir. Mi equipo, otrora temible está peleando los garbanzos para no visitar los avernos del descenso. El visitante es un equipo intrascendente por historia y juego, pero, se me ocurre, son como esas feas a las que uno recurre por hambre, soledad o curiosidad y terminan reclamándote casorio, esclavitud, bajo la enramada arbórea de su cuerpo. Estoy solo en una esquina de la tribuna, ajeno a los saludos, envuelto en una soledad profundísima. Salen los equipos, ni aplaudo, solo fumo, una práctica retomada en este período de espera por el verdugo que uno advierte está demorado en un pasillo, meta manosear la horca. De pronto al minuto, seis toques, el último de taco y nuestro siete a menudo torpe como Platero pega con chanfle al segundo palo. Golazo. Al minuto, luego que saquen ellos una corrida del 8 visitante, rabona y la pelota que roza los 3 palos nuestros y entra con rabia picando solita. Empate. Pasan apenas cinco y el 2, habitual expulsado producto de torpezas equinas, patea del mediocampo y la coloca por sobre el arquero. 12 minutos. El 5 de ellos, otro animalito serrano pica la pelota por sobre nuestro arquero, luego de eludir a toda la defensa entera. Luego se suscitan jugadas regulares en brillantez. Paradas de pecho, caños, cabeza sobre cabeza, traslados bellísimos. Los arqueros vuelan de palo a palo con destrezas nunca vistas. Sobre el final del primer tiempo el 9 nuestro detiene el balón en la línea y en un ángulo sesgado, imposible define al palo opuesto, de espaldas y con una parábola extrañísima. Pita el referí. Estuve parado los 45 minutos sin creerlo. Viejos plateístas miran al cielo, se palmean, no pueden creer lo que han visto. Milagros, la cancha se llena de milagros. Algunos lloran abrazados. El cocacolero regala vasitos llenos y hay murmullos bajos, como si hubiese entrado un ángel. Cuando nos queremos acordar ya se nos viene el segundo tiempo y lo mismo. Define el 11 de ellos de taco, luego de un pase alto que bajó con el muslo y mató el balón. Otro gol nuestro. Esta vez de media tijera, luego de eludir a seis tipos. Pierdo la cuenta. Me siento. El autotrol enloquece. Me falta el aire. Debajo mío hay un infartado, que a pesar de su baba en la boca muere riendo. La gente se mira, como en una resurrección. 11 a 9 ganamos. Penal para ellos. Pica la pelota que queda mansita. Belleza, donaire, perfección, algo sublime ha entrado al campo. No resisto esto. Lo tengo que comentar. Llamo por celular a comprobar si están viendo lo mismo por televisión. Me dicen que sí y que hubo desmayos en la familia. Me quedo mirando a la calle del río mientras detrás resuenan cansadas las bocas que gritan los goles, ya ni se sabe para que divisa. Veo venir a un cura amigo, sonriente, beatífico me palmea como un pésame: estoy destruído de belleza. El se halla incólume, seráfico, íntegro. ¿Lo vió padre, usted lo está viendo, no? Si, hijo es una anunciación, hay que creer. Arrepientete de tus pecados ya mismo. Y sigue por el pasillo, besando el reboque. Otro amigo, periodista, exaltado y abrumado, afónico de gritar goles me aturde con su ronquera "...estoy asustado, van 23 a 23 y no piensan parar con todo esta...esta....locura...".Lo miro, me tiembla el pucho. ¿Que es, Mario, decime, que será? Me observa con los ojos sacados. "Estamos chequeando. Hay una teoría, que se yo, volvé al partido". Entonces aparece Jimy, catedrático de matemática cuántica y mago cotidiano. "Hoy, vaya a saberse porque conjunción astral se aglutinaron todos juntos los casos perdidos, las jugadas sueltas. Hoy, aquí se está dando y consolidando esa frase que de tanto repetirla los medios nosotros terminamos gastándolas hasta que ella se hartó y se hizo de verdad. Es la venganza. Hoy, aquí, se están derramando esas jugadas inconclusas o goles concretados que solemos llamar "de otro partido". Bueno, parece ser que "este", este es el partido. Tengo que seguir analizando" y se va en una nube de papeles. Faltan 15 y van 43 a 43.
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