Domingo, 23 de marzo de 2008 | Hoy
Por Luis Novaresio
¿Está mal que te diga que creo que lo tuyo es envidia? Probablemente esté muy mal, pensé. Porque sinceramente no siento que sea eso. Y porque no hay peor cosa que quien te quiere, que tu amigo, sea el verdugo de una verdad. Nunca dejes que la verdad sea más importante que tu sentimiento, me dijiste una vez. Y no te entendí. Hasta ahora. Si es cierto que la base de la envidia es el afán de poseer y no el deseo de privar de algo al otro como dice tu diccionario, veo un cierto grado de desesperación por subirte a la camioneta 4x4 de ellos y respirar con el aire de los que lo han conseguido. ¿Me equivoco? Te equivocás, te dije. Yo no quiero, en todo caso, "esa" camioneta, sino el derecho y la posibilidad mía y tuya y de cualquiera de tener una parecida. Dejame que exagere entonces: Si ese automóvil fuera el único sobre el plantea, si no hubiera otro, ¿no te gustaría, justamente, que "ese" fuera tuyo? Silencio. Y más silencio.
Vivimos, vos y yo, en la ciudad desde siempre. La última experiencia con el campo fue hace dos veranos en el predio de recreación de un sindicato, acá nomás, en donde el asado, una cancha de bochas y dos árboles frutales inigualables fueron toda la aproximación a la tradición de las pampas. No me embromes. Y hoy te escucho explicar de semillas, rinde, quintales, glifosato, camiones y, por supuesto de retenciones. Es verdad que te asiste el mismo derecho natural que faculta a todo mortal nacido desde la Quiaca a Ushuaia a opinar de la composición de la selección nacional de fútbol sin distinción de géneros o razas, alturas o pesos. Decir si Riquelme ahora o Marzolini antes merecen la camiseta es tan justo por derecho divino, sin apelación ninguna, como lo es ahora pedirle al campo que se banque las retenciones sobre los cereales o queme cubiertas y rutas para resistirlas. Si me apurás un poco, pienso que el principio del derecho a pontificar (porque ninguno de nosotros opina simplemente) debería reformularse y asegurarse que, en estos lares, el derecho a opinar sobre cualquier cosa con pretensión de fundamento es directamente proporcional al fracaso que mostramos en la materia opinada. Pienso en los partidos políticos, en el deporte mismo, en la tolerancia y la discriminación, en los derechos humanos. Y tanto más.
Si es cierto que de todo decimos blanco o negro (otro rasgo es que los grises fueron prohibidos), creo no equivocarme mucho si afirmo que en las últimas trifulcas de los chacareros y el gobierno hubo una enorme cuota de envidia de los bienpensantes que se enojan con los que trabajan la tierra. Y digo bienpensantes para separarlos (¿separarnos?) de los que pegan a las entidades rurales sin discriminar pequeños afiliados a la Federación Agraria o a Carbap de los enormes terratenientes con entidad propia u otrora de rancia estirpe. Son esos mismos que lo hacen por partidismo sectario creyendo que fustigar todo lo que se opone a los inquilinos del poder es funcional, sin ver que no son más que dogmáticos obsecuentes que cambiarán de opinión ni bien el poder renueve contrato con los que alquilan la Casa Rosada. O estos otros que dicen, mostrando que tiene el sindicato más largo, que van a pasar por los piquetes del agro porque obstruyen su derecho a circular cuando no hace mucho tomaban comisarías, bloqueaban peajes o caminos según su calentura mental. Dan vergüenza.
Pero yo quiero hablarte de los de buena leche, me dijiste, de los que no pueden ver o no tienen tiempo para hacerlo. De los que creen que tener una camioneta 4x4 es suficiente hecho imponible para que te metan la mano en el bolsillo con el brazo indecente del estado tributario. Porque es justo. Porque si tenés plata verde soja para comprar un coche con tracción doble debés ser rico, pagar muchos impuestos y llorar, en todo caso, en la Iglesia. Y sabés qué, me desafiaste, creo que eso es envidia. Y, disculpame, un poco de ignorancia. Vos vivís en los pagos en donde los noventa arrasaron desde talles metalúrgicos en el macrocentro de Rosario hasta industrias del cordón de San Lorenzo, Puerto San Martin o Villa Gobernador Gálvez porque el uno a uno era el cielo. Y los que lo tocaban con sus manos, fugaban miles de millones de dólares a Punta del Este, Suiza o las islas Caymán. ¿Te acordás? Vos vivís, me dijiste, en la patria en donde los servidores juraban por Dios y por ella y compraban casas en Miami y autos en Europa. ¿Y ahora te enoja que los del campo que, ganan bien, compren departamentos con vistas al Paraná o inviertan en una camioneta que paga patente en el tesoro de Santa Fe? ¿Querés que te diga? No te entiendo. Salvo que eso sea un desesperado (y humano, la verdad) sentimiento de envidia nacido de tu cansancio de poner el lomo todos los días de toda tu vida sin la recompensa que te merecerías. Si es así, aprecio tu sincera indignación. Pero te pido que te pares a pensar que el tipo que corta una ruta no es el dueño de miles de hectáreas sojeras a quien un 44 por ciento de retención se le disuelve en sus enormes extensiones sino el que pelea para seguir en el campo, mandar sus hijos a tu ciudad para que estudien (en sus propios departamentos. Y ¡¿qué?!) y evitar que la concentración de otro recurso natural sea indetenible. Tu cansancio no avala más cansancios ajenos.
Es raro, me dijiste. Te escuché defender antes a las Mujeres en Lucha que cuando Carlos gobernaba, los bancos remataban a los chacareros, ellas cantaban al himno impidiendo la injusticia. ¿Te acordás? Y, ¿sabés qué? Ana Galmarini, Ema Martin, Ana Maria Ribeiro y Sara Coll, entre otras, siguen allí peleando, con una dignidad incombustible y admirable (¿alguien las va a declarar ciudadanas ilustres, che?) ante este atropello de disfrazar como redistribución de riquezas la exacción ilegal de funcionarios desesperados por dinero que lo ingresan manu militari en su caja propia y lo distribuyen manu antojadize por decreto de un par de ellos con tan poca iluminación como justicia. ¿Y te vas a comer el amague del auto importado? También es cierto que no ayuda la inexistencia de muchos legisladores nacionales de provincia que deben viajar en avión para el fin de semana largo y no pueden ver los piquetes en las rutas. Santa Fe tiene 19 diputados y 3 senadores. Apenas si se han escuchado un par de voces. No colabora tampoco la tibieza de los gobernadores de provincia (los de la pampa húmeda especialmente) que temen quedarse sin una limosna de obra pública que provenga de esas retenciones. Deberían ellos recordar que la limosna se da por compasión. Y un gobernador debe exhibir convicción.
Sin embargo, el que me preocupa sos vos. Y me miraste. Te escuché hablar del porcentaje de las retenciones que comenzaron siendo de un 35 % para todos, sin distinción, y justificarlas creyendo que quien gana mucho, en un país en crisis, debe soportar más. Te creí. Ahora quiero que me justifiques que ese impuesto va a ser móvil según le parezca al que gobierna y que mantendrá la posibilidad de que si la soja pasa a costar US$ 700, el productor, todos, sin distinción, se quedaría sólo con 5 dólares y el Estado, con los otros 95 de lo que supere los US$ 600 la tonelada. Para Grobo con sus 200.000 hectáreas, que no le robó a nadie dicho sea de paso, o a los 500 asociados de la Cooperativa de Alvarez en donde el 95 por ciento de sus asociados tiene menos de 30 hectáreas cada uno. ¿Hace falta más que el sentido común para darse cuenta de lo irracional?
Ahora si lo que te indigna es que el chacarero tenga una 4x4 porque la soja, el mundo y Alá hacen que florezca y suba el precio, el problema es otro. O proponemos que no exista el derecho a tener propiedad privada por nadie (ni por vos) y que el hijo del agropecuario no herede la tierra para no estar en desventaja con nosotros o reconocemos que la cosa se ha teñido de algo de envidia. Vos verás.
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