Domingo, 8 de junio de 2008 | Hoy
Por Luis Novaresio
Corro el riesgo de equivocarme (mucho) más que lo de costumbre y terminar escribiendo como un burgués seudo intelectual que gasta palabras creyendo que cambia las cosas en charlas interminables de café a cinco pesos la taza. Probablemente me convierta en un engranaje (muy) menor de un sistema muy funcional a los que juegan una batalla de poder personal y se fregan de que siga habiendo injusticias insoportables como la muerte por hambre en la cuna sojera y lechera del mundo. Es casi seguro que los que realmente conocen del tema me manden a la merda de los bocones por intentar mirar desde mi cristal cuando en realidad lo que se juega es mucho más que la comodidad de mi computadora personal, todo un lujo frente a la pobreza de la tercera parte de esta ciudad de Rosario, relevada por un tipo serio como quien dirige hoy Cáritas. Todo eso lo sé. Y sin embargo, te voy a intentar contar lo que siento. Voy a probar escribir lo que creo.
No hace falta que te explique que para que haya pelea es imprescindible que haya dos, al menos, que piensen y quieran distinto. La misma cantidad de personas son imprescindibles para pensar, para razonar, en suma, para aprender. El primer tipo que imaginó el origen de todo lo imaginó a la luz de "un otro", un creador no conocido, un semejante que lo contradijo o lo que fuera. En todo caso, lo distinto, es la intención: los que pelean, derrotan o son derrotados. Los que razonan, siempre, aprenden. Aunque no quieran reconocerlo. Aún cuando te resistas al error, una vez que comprendés que el que tenés enfrente pudo ver racionalmente otro costado de las cosas, te enseñó algo. En el razonamiento siempre se gana. Porque se aprende.
Para que funcione la pelea no debe haber grises. Yo tengo la fuerza y por lo tanto la razón y te trompeo o te disparo. No hay victoria si la misma es parcial. El casillero del empate en la pelea, no cuenta. Al otro hay que verlo en el suelo, ensangrentado si es posible. En el razonamiento que enseña hay, necesariamente, un paso que supera el razonamiento anterior; pero no necesariamente se lo destruye. Si es cierto que al pobre Galileo (pobre porque lo perdonaron quinientos años después) le tocó decir que la Tierra no era el centro del universo, no menos real es que gracias a que los que antecedieron al astrónomo de Pisa pensaron en un sistema de planetas, las órbitas fueron mejor descriptas. Pelear es mucho más sencillo. Mato o muero. Pensar es bancarte que el otro siga pensando. Incluso, otra vez, distinto de vos.
En todo este tiempo que nos colocó en el ridículo de la política destrozando la economía escuálida de un país subdesarrollado, hubo mucha pelea. Porque no hay modo de explicarse entonces que un hombre del poder crea que es lamentable que un gobernador acompañe a un funcionario suyo hasta el tribunal que analiza si protestar en la ruta es delito o no, cuando aquel mismo hombre de poder es colega de gabinete de un tío que incendió una comisaría y cortó cuando se le vino en gana rutas, calles, pasajes y pasillos y ni vio el sello del Poder Judicial atareado ocupando palcos oficiales de primeros magistrados. Cuando un gobernador cree que con la comida no se jode y en su territorio mueren más de un veinte por mil de pibes al año o un avión oficial puede usarse para que tu esposa filme un video con Flavia Palmiero, la cosa es pelea y cero razonamiento. El resto de los ejemplos es interminable. Si te quiero ver de rodillas, peleo. Si hay que tener paciencia oriental para derrotarlos, hay ring. Si grito disfónico desde un atril en vez de sentarme a la mesa de igual a igual, trompeo. Si corto la ruta, si lanzo "ganar o ganar" desde un palco, si acuso al otro de enfermo siquiátrico, también. No lo dudo. En todo caso debería abrir una llave como cuando estudiábamos en la escuela la teoría de los conjuntos y le dábamos a los cuadros sinópticos (los pibes, hoy, los hacen con flechas) y decirte que lo que se dice de un lado debería tener mayor responsabilidad a la hora de las consecuencias cuando te toca sentarte en sillón de gobernar a todos, dice a todos, propios y ajenos. Pero incluso eso, hoy, no es lo que quiero decirte.
Lo que me impresiona es cómo hemos caído todos nosotros, los de a pie, en esa lógica de la pelea mezquina de voltear al contrincante para acumular pretendido poder. ¿Pensar intermedios? ¿Discriminar en el mejor sentido de la palabra y desbrozar situaciones particulares? ¡Minga! Matar o morir. Nosotros, los mismos que hemos venido en la lona sistemáticamente por años y años de Argentina potencia, Argentina del primer mundo o Argentina saliendo del infierno, queremos sangre del otro lado. Y no me vengas que los ejemplos vienen de arriba hacia abajo porque aunque la norma puede ser esa, las excepciones existen si hay voluntad de pensar y no simplemente de trompadas. Si osás decir que te parece que hay razones atendibles en la protesta de la mayoría de los que laburan en el campo, sos golpista, oligarca, de derecha y, en un rato, menemista. E, insisto, no te hablo como militante de ninguna especie, sino como mero ciudadano que conversa con otros meros ciudadanos. Te hablo de vos y te hablo de mí. Ahí nomás hay que arremangarse y llenarse los puños de los argumentos de la redistribución de la riqueza (enaltecida por todos y cada uno de los que sucedieron a Rivadavia que, salvo un par de excepciones como el viejo Illia, Alfonsín y alguno más, se enriquecieron como pocos ejerciendo de "servidores públicos"), de los grupos económicos o cruzarte de vereda y hablar del despojo de los que trabajan y de lo sufridos que son todos los agricultores asociados indistintamente a la Rural o a la cooperativa del pueblo. Si un filósofo de izquierda (en serio) dice que esa misma izquierda se banca la corrupción cuando gobierna un seudo progresista, el tipo pasa a ser Martínez de Hoz. ¿Pensar que a lo mejor es cierto y que habría que seguir peleando por lo mismo que está mal aún cuando gobiernen los que me caen simpáticos? Eso es debilidad, pibe, o mero golpismo. Si la inmensa y digna como pocos Darwinia Galicchio, que perdió en carne y sangre propias vidas de hijos y nietos, piensa que escuchar lo que se dice en un acto que preside alguien que desde hace más de cien años cree en la reforma agraria, en la justicia de los impuestos razonables, ella está "entornada" y "operada" por la derecha. ¿Puede alguien tener tan poca educación para caer en ese denuesto público ante una mujer incomparable? Sí se puede. Porque estamos peleando.
No hay voluntad de pensar, razonar, entre nosotros. Incluso para seguir pensando igual. Con la enorme diferencia de escuchar al otro y prestarle, en serio, oídos y neuronas. No es verdad que no se puede dialogar. Empezá por tu casa con ganas de escuchar sin descalificar y tomate el tiempo de bancarte un día razonando lo que te dijeron. Mirá, y ahora sí juego un argumento directamente político, lo que hizo Binner mandando a su ministro a hablar a los piquetes y luego sentando a todos en la Casa de Gobierno para entender lo que decían. Sí que se puede.
Hay, por fin, un detalle entre los que pelean en el poder y los que peleamos en el llano, en el cordón de la vereda. Los de allá ganan. Desde guita hasta más perpetuación en el poder. Nosotros, apenas si ganamos la oportunidad de golpearnos entre nosotros. Queda la chance de tener ganas de aprender y, sobre todo, de no hacerles el juego a los que ya sabés. De mí, depende. Y de vos, también.
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