Viernes, 11 de julio de 2008 | Hoy
Por Daniel Scarfo
Desde su mismo comienzo, el continuo conflicto entre gobierno y campo ha puesto claramente en juego algunas construcciones culturales en torno a la identidad y la política en la Argentina. Ese ha sido uno de los principales problemas que ha tenido que enfrentar el gobierno en este conflicto, problema que nunca vislumbró y sigue sin ver.
Cuando De Angeli se saca el diente en cámara, para espanto de Mirta Legrand, claramente marca cuál de los dos puede representar simbólicamente a la oligarquía argentina y cual al mítico gaucho de las pampas. No estoy diciendo que De Angeli lo sea, estoy diciendo que funciona en el imaginario cultural argentino de esa manera, como una especie de Inodoro Pereyra (quien también en historietas bloqueó rutas como protesta por la situación del agro, sabe de plantaciones a las que les da todo un discurso patriótico para que crezcan y se pregunta por el momento de la distribución de las riquezas al que decide, escéptico, esperar acostado en el catre).
Y el mismo Inodoro es, en realidad, caricatura del gaucho Martín Fierro, mito y paradigma de la argentinidad, arquetipo cuyo coraje se vincula con la libertad, con la capacidad de sobrevivir en la pampa. El abuso autoritario y la adversidad son para Martín Fierro la explicación y justificación de su violencia, obligado por fuerzas ajenas a dejar su bucólica paz campestre.
Mientras que en la segunda parte del Martín Fierro se instaura la voz del gaucho como trabajador, presenciamos en la sociedad la exclusión de la clase media que poco después estallaría en la revolución que daría origen al radicalismo, con sus desdichas luego funcionando como ejemplo de una tragedia social mayor, que ya vislumbrara Leandro Alem.
Representante de esa clase media hoy, un poco más de un siglo después, De Angeli preso funcionó como metáfora del gaucho bandido y perseguido que se convirtió en rebelde con sus trazos inmigrantes recordando el paraíso europeo perdido: mezclados estaban así el gaucho y el inmigrante en el gringo de las chacras, como le gusta definirse. Pero tenemos también aquí la defensa de la figura del estanciero colonial, leído como defensa populista del gaucho por el mismo peronismo, lectura que hoy se le da vuelta. La imagen de bravura viril resistente de De Angeli a su detención nos recuerda que cuenta la fuerza, no las instituciones; la amistad de quienes lo esperaban en la ruta, no la ley. Porque el gaucho tiene que aguantar hasta que venga un criollo en esta tierra, como lo fuera Perón, a mandar mientras que otros, como sucede con este gobierno, como los teros para esconder sus niditos en un lado pegan los gritos y en el otro ponen los huevos.
Cuando había dinero para ganar, quien escribiera el Martín Fierro, Hernández, comienza a hacer negocios, como los Kirchner, con la renta inmobiliaria. En 1879 había lugar en la Argentina para la riqueza y el progreso. Pero el gaucho seguía siendo la base de la sociedad agrícologanadera. Hernández, sin embargo, ya pensaba en Vizcacha, ladrón y rodeado de perros, llamando a defender el propio pellejo y a hacerse amigo del juez.
En un clima de injusticia, ese poema de nostalgia de la solidaridad, de la separación, que es el Martín Fierro, por más que haya propiedades y buena renta, refiere a la perdida de libertad y al despojo. Hernández escribe el Martín Fierro para denunciar ese régimen: las levas eran la ruina de la gente del campo en tierras que, como sucediera con Cruz y como recordara también Borges, el individuo nunca se encuentra identificado con el Estado. Por eso De Angeli nos da el agrado de la épica sin ser épico. Porque remite al imaginario del gaucho perseguido sin razón por la autoridad y despojado de su paga, asumiendo el destino al que se le ha obligado, del que tanto ha vivido el peronismo.
La retórica imaginaria del ataque al vil mercantilismo está estrechamente ligada por ello a la defensa de los valores rurales representados por el gaucho, aunque ya no exista y él mismo haya aceptado y usufructuado el mercado. La propuesta de la cohesión nacional, al indicar como arquetipo su figura, recurre al pasado, a la ausencia. Contra todo eso se enfrentó un gobierno que, al no representar creíbles causas de distribución de riqueza, se vuelve en el imaginario pobre metáfora de justicia que el gaucho y luego el peronismo apropiándoselo, aún hoy no existiendo ninguno de ellos como otrora, supieron hacer permanecer en nuestra memoria como mito. Por eso la jugada al separarlos le sale al revés al gobierno y es éste el que puede llegar a percibirse, por oposición y acorde a la imagen existente de la corporación política, como parte de una imaginaria oligarquía a los ojos de una parte importante de la población.
No importa que ya desde Don Segundo Sombra el gaucho que se presenta como ejemplo de hombre no sea más el ser libre que recorre la pampa a su capricho sino alguien que se ha convertido en peón de estancia: sus connotaciones siguen siendo de libertad. Aunque sea sedentaria su vida o sea propietario, seguirá siendo siempre un gaucho. Se elude así el conflicto entre gaucho y propietario: hasta el latifundista es también un gaucho y representa un mundo de valores anclados en la tierra y signados por la nostalgia. Y por ello se funde luego con el inmigrante. Hay identificación con De Angeli de parte de la población porque nos recuerda esa profunda identidad conservadora de nuestro pasado, reafirmando asimismo, insisto, la falta de confianza en la clase política y la descreencia en las instituciones. Por eso incluso hasta algún golpista extemporáneo suelto (que no justifica la paranoia o invención del gobierno) puede también identificarse con él por más que estos conflictos ya no se resuelvan con golpes de estado, aunque los sucesivos gobiernos democráticos no hayan invertido prácticamente nada en construcción de cultura política y cívica y el conflicto se desarrolle con muy pocas ideas, sin diálogo y con la televisión como mediación entre la corporación política y la sociedad. Tan sólo invirtiendo en una nueva cultura política y cívica, y recuperando la valoración de la educación ciudadana, el saber y la verdad, desprestigiados por la vieja cultura política aún vigente, es que tendremos un futuro del que enorgullecernos.
*sociólogo. Fue director académico de la Facultad Libre de Rosario.
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