Jueves, 13 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Luis Novaresio
Resulta que se me corta la luz y me piden que le eche la culpa a la enfiteusis de Rivadavia. Y vos me mirás. Sucede que primero empezaron con el busto de don Raúl Ricardo, después con la estatua de 4 metros del General y hoy, me parece que es hoy, todos van a inaugurar el mármol con forma del Tío que quiso ser un presidente que no fue. Y vos me seguís mirando. Hago memoria, te digo, mientras contemplo la realidad bordeada de calor, humo y mosquitos. Uno que se adelanta por la niña, el niño o la impericia de algunos que pronostican, el otro que sigue quemando desde enfrente y nadie hace nada de nada, a no ser que se considere hacer el parlotear con jarabe de pico compuesto y los del final, que pican porque para eso han nacido. Y vos que me seguís mirando.
Dejame que te diga, yo también pienso para atrás, que vos mismo me contaste, acá mismo, del filósofo. Dos años ha, ponele. Yo me acuerdo. "El conocimiento, en la tradición occidental, supone una peculiar dialéctica entre memoria y olvido. El recuerdo que no recuerda nada es el más fuerte. Hay un momento en que podemos reconocer que el olvido es la patria de la conciencia". (De la filósofa Mónica Cragnolini sobre su colega italiano Giorgio Agamben). ¿Y entonces? 730 días más tarde sigo preguntando.
¿Conviene hacer memoria? ¿Conviene seguir pensando en lo que nos pasó para no repetir los errores como nos enseñaban nuestros viejos? ¿No repetimos y empeoramos todos so pretexto de estar haciendo memoria? Pregunto igual que antes.
Y no te hablo del que se vayan todos, por un rato, para que en menos de dos años tengamos a los que se iban, todos, pidiendo que cambiemos lo que ellos no cambiaron. Te digo de lo más sencillo, de lo más cercano, de lo de todos los días. Es el ejemplo de los buenos tiempos que venían cuando estábamos en campaña y pedíamos a diestra y siniestra, por ser casi banal, que la luz volviera a la gente de los que seguían pagando la EPE o que al menos los indemnizaran. Todo, decíamos entonces, era cuestión de decisión política. Los que manejaban la sartén y el mango en ese mismo momento argüían que el problema era lo difícil de la situación (sic) y que había que esperar. Yo me acuerdo. Y hoy miro a los que pronosticaban buenos tiempos, ya sentados en la torre de control del poder deseado, que encuentran que la situación era difícil y los que se negaban a todo explotan en creatividad que no supieron parir en 24 años de gobierno.
Pasó. Yo me acuerdo. Pasó. ¿Y vos? ¿Te acordás? Dejame de embromar, para qué quiero hacer memoria si deseo tanto el futuro que no tengo tiempo para otra cosa. Ahí está la pelea. La dialéctica. La tesis, la antítesis y esperemos la síntesis superadora. Si pienso en el pasado hiero el futuro. Hay que saber salir hacia adelante. No me embromes con los principios perdidos, yo necesito darme soluciones ahora.
Entonces. ¿Para qué sirve tanta memoria? ¿Querés más?
No embromes. Hacer memoria y recordar todo lo que aprendiste en la escuela. Porque si vos hoy pensás en pensar se lo debés, primero, a esa escuela, la de tu casa o la de las blancas palomitas, que te enseño el cultivo de recordar con sinceridad. Gracias, entonces, a esas parteras del conocimiento que entendieron cómo hacer brotar el dos por dos, sujeto, verbo y predicado, isobaras, isoyetas e isohipsas. ¿No?: Sí, ¿y?
Y seguís pensando en esas mujeres (esas madres, esos padres) que persistieron en la tarea para el hogar, los mapas mudos y los trabajos en grupo repasados en casa antes de la comida, de la leche con pan y manteca o como fuera. Nadie puede negar que las destrezas mayores del conocimiento se parieron entonces. Vos y yo de guardapolvos, extasiados por la nueva luz del saber, por el poder, solos, mirar el cuaderno escrito por mano propia. Aprendimos a pensar no para lavar responsabilidades. Rivadavia hipotecó tierras pero no creó el desastre que no ilumina a los que pagan sus facturas. Perón volvió y es millones. Pero lo es en su doctrina inmutable que correría de la plaza pública a los que lo invocan por izquierda para cerrar por derecha concentradora.
¿Y? Que ahora ellos, los maestros de antes y sus hijos de ahora, son Belcebú y su comarca. Porque osan desear mejores cosas. Porque no hay derecho, ahora, a que el derecho sea como el de la Constitución, condiciones mínimas debidas, salarios dignos, jubilaciones móviles y vitales. Pero para todos, gritás. Claro, aúllo. Para todos, algo mejor. No nada para el universo, si yo no puedo que vos no puedas.
El derecho al derecho se suspende por excepción. El hacer memoria sólo es para condenar a los que no piensan como yo y no para mejorar hacia delante. Te conté hace rato, sigo haciendo memoria, del doctor en filosofía Giorgio Agamben. El hombre cree que la excepción se ha convertido en un estado. Para Agamben, es ese momento del derecho en el que se suspende el derecho, precisamente para garantizar su continuidad e inclusive su existencia. O también la forma legal de lo que no puede tener forma legal, porque es incluido en la legalidad a través de su exclusión.
Su tesis de base es que el "estado de excepción", ese lapso que se supone provisorio en el cual se suspende el orden jurídico, se ha convertido durante el siglo XX en forma permanente y paradigmática de cualquier gobierno. Desde una comuna hasta una supernación. No hacen más que suspender toda legalidad, dejando a los ciudadanos a merced de lo que él llama "poder desnudo". Para Agamben, no tiene sentido esgrimir criterios de temporalidad y extrema necesidad para justificar el estado de excepción; todo intento por limitar el poder en una situación de emergencia es vano.
Hace memoria sin excepción. Para iluminar y reclamar desde lo más grave hasta lo más elemental. Para eso sirve hacer memoria.
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