Viernes, 21 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Bea Suarez
Y volvimos a verlo ahí, sonriente y serio, otra vez en torno a su guarida natural: la cancha; flaco pero grueso, exitoso y descarriado, divertido y observador, con urgencia de pelota en arco, resuelto, magnífico, marcado por las varias ocasiones en que casi lo mata una lentejuela (o la droga, como él mismo ha reconocido).
Volvió Diego Maradona y las innumeras tomas de tv lo mostraron hasta hacernos comer fuego.
Se había ido con el pretexto de comprar crisis mientras el mundo lo tenía ascendido a la categoría de Dios; su regreso era una espina ansiosa por clavarse en nosotros para volver a disfrutar de sus partidos como cimbronazos.
Quienes están perjudicados por la memoria y la corpulenta verdad de un Diego gordo y falopero tal vez no estén contentos, pero los que, como yo, entendimos el fútbol a partir de él, ayer fuimos felices.
Fui feliz porque este petiso me pica adentro del cuerpo, lo veo y recuerdo sus gambetas chacareras, las iglesias de cuero que provocó su pelota y mis Naciones de niebla despejadas por noventa minutos.
Miré el partido frente a Escocia, se notaba la onda entre los jugadores, estoy segura que su palabra los hacía correr.
La selección, sin este paso y con goles dietéticos, no se sabe si tenía alegría o diabetes. Maxi Rodríguez pateó con combustible Maradona, esa nafta que él derrocha como liebre y zorro que es.
Hay razones celulares para gozar, Diego las desparrama en con una generosidad pocas veces vista en un técnico.
En la ocasión se lo vio como DT sospechosamente aplomado, como queriendo hacer buena letra. Yo, entre anonadada y contenta deseo que se despierte el indio e implante en la maraña de aburridos esas ráfagas de aire creativo que a muchos les resulta insufrible.
Si ha infringido códigos en su vida personal es otra cosa, los medios rascan hasta donde no debieran, zonas semiprohibidas de las historias de uno que, en el caso de Diego, parecían apagar la luz, esa que vive en su pecho desde la niñez.
El verbo Maradona picotea la Argentina, la infecta de alegría alta, en el banco del cuerpo técnico es un membrillo necesario que nos va a sacar amargura cada vez que haga jugar a Tevez, Mascherano, etc.
Al salir de la cancha abrazó a sus jugadores, plegó sus manos con palmadas humanas y aires de Faisán mestizo que entiende la cosa desde adentro.
Su claro silencio cuando el gol quizás sea símbolo de madurez, lo cual agregaría algo muy interesante a su trayectoria de pibe, sitiando a la ciudad con piernas pero además mente inteligente.
No importa que me digan frívola, cholula, improvisada, equivocada, inocente, alcahueta, que abran los postigos y no me permitan el ingreso. Mi entusiasmo pasó de Chihuahua a Gran Danés y me parece hermoso.
Diego resucitó en mi televisor no en el Hampden Park, revivió en el sillón desde donde lo vi en el 86, con vincha y mi hermana al lado.
Dejó atrás un funeral elevadísimo de tristeza que lo tuvo al borde varias veces.
Ojalá se quede mucho tiempo haciendo epopeyas de pasto y maravillosos botines.
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