Lunes, 22 de diciembre de 2008 | Hoy
Por Sonia Catela*
"No es mío, me lo prestaron". En referencia a Ricki, flamante compañero de morada, no es explicación que se pueda despilfarrar entre oídos maliciosos, así que lo presento como "mi marido", sin agregar el condicional de "transitorio", estado civil inexistente y del que no pienso aumir la invención. Y hay que arrearlo como a un perro, pero sin la cómoda soga. "Ricki, mantenete a dos metros de mi lado, no más allá". Es que mi amiga Marta, anteayer, yéndose un par de meses a Europa, casi con el Tienda León en la puerta, me abrió su corazón: "No se lo puedo dejar a nadie de confianza para que me lo cuide; vos sos la única, no me podés fallar", (Ricki fumaba y asentía, aposentado en el sillón), "es un mujeriego barato e irredimible, pero miedoso sin par; si lo marcás con rigor no se va a atrever a intentar tiros al arco. Tenés carta blanca". ¿Carta blanca? por el gesto, el tono y la mirada, esas palabras me dieron chuchos de miedo, pero antes de que me desdijera de darle alojamiento a su marido en carácter de préstamo ("hacelo trabajar, que te trasplante plantines, te arregle esa heladera desvencijada, pinte el hall, pique el revoque donde está húmedo, en fin, lo que vos quieras", y otra vez el escalofrío en el espinazo), otorgo el "andá tranquila, yo me hago cargo", mientras Ricki asiente haciendo fuerza con su físico de tenista, sigue Marta: "alimentalo tres veces por día, no lo dejes comer más de un chocolate por almuerzo ni que se pase de una botella de Santa Ana, controlale que no se mordisquee las uñas, que se bañe diariamente, y dale diez cigarrillos cada mañana más veinte pesos, ni un centavo extra, aunque te ruegue propinas, chau querida, es bastante dócil y obediente si se le tensan las riendas así que, paredes para afuera, tenémelo a raya; adentro usalo como mejor te parezca". Adentro. Ay. Ricki levantó la ceja y sonrió. Ya en la puerta del taxi Marta me dio un beso y prometió recompensarme con un Kenzo de cien onzas.
"¿Sabés lo que se propone ella?" dice, de piernas estiradas, pantalón blanco, llaves en el dedo giratorio, malicia en la pregunta, Ricki, "¿sabés?". "¿Qué insinuás?", "¿No sospechás nada?" ahora gira su pulsera de oro en malabarismos circenses.
El hombre planea sacarme alguna ventaja. "Date por enterado, Ricki, no me atraés", de frente y aclarando. "Tampoco vos a mí. Ya ves qué rápido nos ponemos de acuerdo", gira, reaparece en short y se agacha y levanta haciendo abdominales en la alfombra del living, cabeza con gotitas de sudor que semejan perlas de una corona.
Lunes, se larga la carrera; llevarlo al trabajo, presentarlo, "mi pareja", sentarlo en uno de los sillones que sustraigo de la sala de espera, ponerle "Jurisprudencia al día" en la mano, vigilar a qué empleada enfoca y adelantar expedientes bajo correntadas de refucilos y rayos de deseo que electrizan la oficina, seguirlos al baño cuando se levantan al unísono él y alguna ella, los coqueteos descarados, el desfile de modas y peinados, "Si no entendés algún término de la revista llamame, Ricki, que te explico" (ésa es Brenda), "la verdad, mi especialidad es la psiquis" devuelve él arrogándose la profesión de Marta, y con solvencia maneja todos los tics de un psicólogo cuando mis secretarias le hacen consultas sobre el significado del sueño tal o cual, hasta que a las cinco de la tarde, agotada, lo arreo y deposito en el departamento, atiendo el llamado cotidiano de Europa, "todo en orden, Marta. Se porta como un angelito. Le hago hacer la cama todas las mañanas, viene conmigo al estudio, lava los platos", y él sentadito allá, esperando que le toque el turno de rendirle cuentas telefónicas a su mujer, hace señas y habla en mímica: "¿sabés lo que ella se propone con todo esto?", perversidad pura, "¿sabés o no?". Cuando despachamos a Marta lo mando a que descongele alguna comida del freezer y ordene la cocina mientras cierro con llave la puerta de calle para que no se escape; noto que cumple con sus obligaciones de mantenimiento hogareño, (pinturería, albañilería, electricidad) pero me tiende trampas; deja la puerta del baño abierta cuando se baña o lo ocupa para menesteres fisiológicos. Filosofa escatologías: "¿no es extraño que nuestras nalgas se superpongan en el mismo inodoro? A veces, salís, y percibo la tibieza de tu piel sobre la tabla". "Entonces, pese a todo, te gusto" lo toreo. "Grrr, ñac. Pero mejor no confundamos, sería incesto" replica, directo a la mandíbula. Cuento dos semanas de abstinencia de Ricki. Demasiado tiempo. ¿No era que...? Y Marta ¿por qué se hace la desentendida? Además ¿qué quiere decir mi marido transitorio sembrando sospechas sobre las intenciones de la viajera? Lo ubico delante de mí. Él me besa (fugaces lamidas) la mano con la que le doy la ración de cigarrillo, la que le entrega los veinte pesos, la que le suministra la botella del Santa Ana. A veces alucino con que emite ladriditos o camina en cuatro patas moviendo el rabo.
Hoy mi amiga no llama. Ayer tampoco. Llegó la hora de averiguar: "Y qué se propone Marta. Te escucho".
"No vuelve, como te dijo, en un par de meses. Se va a quedar un año".
"No entiendo".
"¿Ya espació sus llamadas, verdad? Pronto te llegará un aviso por mail o telegrama, aunque no sé en qué términos. Lamentará el traspié e irá prorrogando su vuelta. Un año. La oí cuando se lo contaba a alguien por el celular".
Se me descalabra la mandíbula. "¿Y para qué me mintió?"
"Quiere desembarazarse de mí. Sin costos. Una donación de propiedad de ella a vos. Gratis".
Ricki se sirve una copa de vino. Inauguro la mía. El marido transitorio despliega las cartas sobre la mesa, a juego abierto: "Marta confiaba en una debilidad tuya, y en mi capacidad de prestación de... servicios privados".
Bramo: "¿Por qué no te planta y listo?".
"Todos escondemos secretitos. Ella los destapó delante de mí, y son muy muy sucios. Marta teme y se protege de algo que yo no haría: delatarla".
Conque ésas. "Abrí otra botella de vino", conmino. "Pero será la segunda", se asombra Ricki. "¿Y?" nos decimos al unísono.
Cuando recibo el condolido mail de aviso de la prórroga de la estadía en Europa, acepto. La desagradecida finge, y de inmediato reanuda sus mentirosas llamadas cotidianas.
Venganza, clamamos. Carta libre a partir de ahora. Para las amigas, todo; para las ex, ni justicia. Establecemos un menú "all inclusive" para Ricki; que disfrute de lo que quiera puertas afuera. Y adentro. Colateralmente queda explícito que se lo devolveré intacto a mi querida Marta en el momento debido.
Pero ¿por qué ese tono de desencanto cada vez más marcado que ostenta la voz de mi amiga cuando a diario le transmito que la fidelidad de su marido es conmovedora y que la extraña tanto que no ve la hora de que vuelva?.
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