CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
Na. Na .Tipo na. Sodio marino. Sodio. Odio. O Dios. Hiposódico. Dios hipersódico.
El mar a mi derecha con bártulos de mariscos, un perro otea el horizonte. Un hombre de setenta se despereza.
Na. Na. Tipo na. Tipo sodio. Tipos odio.
Tipos con sunga tomando sol sobre las piedras Mar del Plata. Las olas laterales se baten, derriban jóvenes. Una nenita juega a punto consuelo con un castillo de mentira y pala, está indecisa, no sabe si sentirse princesa o no, entre las reposeras, no se sabe.
Bolsos a raya, mucho anaranjado, gente que llegó blanca y volvió negra (otros vinieron libres y salieron esclavos, que es peor). Séquitos de arena donde enterrar valentía; el sol cansador, irritante. El Atlántico deudor, nos debe muertos, ahogados salados.
Na. Na. Tipo na. Tipo que. Tipo ostra en un catre de acantilados, todo es yeso en un momento, el agua titubea hacia los pescadores educados en castellano. Lanzan la red, anzuelos en tertulia por cazones y corvinas, se atan a la proa, se despiertan raro, mar adentro.
Los veo a lo lejos, trabajan mientras yo no, advierto mis chucherías, ellos con sus arpones y la pública felicidad de pescar para vivir.
El Océano se indigna y pica, olas con percutir extraño hacen escandaletes en esos barcitos, un Daikiri da vida al jefe de familia, ella lleva milanesa cortada en un Tuper porque comer acá es más práctico.
Na. Na. Arida vegeta Santa Clara, agujereada por las vacaciones, el Cloruro se mete hasta en la sopa, el aguamar, oronda se desliza y ataca la chapa. Cuiden el auto.
Bajo como una proteína (que va a unirse al receptor) por un acantilado petisito que me permite el salto, tomo agua en dedal, recuerdo la comida de los sanatorios, un calorón de peste me obliga al chapuzón y entiendo una vez más a Alfonsina que se fue enorme como un Yeti, a hacerse alga o algo. O algo.
Mirar el sodio acumulado de pronto es una droga al yodo también; alguna vez fui pez y lo sé, lo advierto, lo adivino, me lo confirma un caracol. Me reconoce.
El perfume del mar se hace civil en esta playa. Descuajeringada escribo rozando turistas, pasa un calamar altivo, un pulpo con rabia, almejas de lengua trenzada, cornalitos en mantón.
Na. Na. Na que ver en la línea nacarada que se hace para el lado de Africa, un subterfugio de algas desea enredarnos y manejar nuestra sangre enrarecida por los feriados.
El sodio no se atreve a subirme la presión, lo siento gruñir en el muelle y en la ensalada, me enfrenta, apunta a mi corazón que late largo hacia una eternidad más bien corta. Es un electrolito sin alma cuyo exceso vuelve loca a la gente y adereza o asesina con idéntico impulso.
Morírsele al sodio esta mar quiere, se precisan para mutuamente ser; están disueltos por la naturaleza, son transparentes el uno para el otro, viven en solución o en concordia (es lo mismo) y cuando llueve todo es nítido. El sodio sostiene algo del Atlántico nocturno que bien podría ser un secreto.
Caminando, no obstante, está la pampa. Vive una lechuza entre los berberechos, gaviotas, y la luna que va a empollar sobre el agua el domingo doce.
También el viento es parecido al rosarino, un sur de frío clama, la interminable bruma marina acosa.
Escribo el símbolo de la sal que encierra todo, que constituye y toca todo, que hace blanco el iris ardiente de las cosas.
Vuelvo a mirar las esterillas, la gente con sus normas, sus caras deliciosas, mujeres madre, hombres de chocolate, el tumulto desprolijo del agua.
Invicta de probar una sal que he deseado, me empacha a la vez este nácar hermoso de enero.
Na. Na. Na de nacer y de natural, de hermana y nana. Humana. Colmena. Ananá. Aceituna.
Todo el idioma se disfraza detrás de sus símbolos, la química es una mano helada, me da más miedo este escrito impreciso.
Sodio que sala, curte; sodio rústico que impacta la vejez y la investiga, que a la extensa novedad marina la presenta y me resume hasta volverme niña.
Hasta su sola sílaba.
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