Domingo, 11 de enero de 2009 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
"Ya sólo soñaba con paisajes y leones en la orilla del mar".
La frase de inicio que he elegido para este artículo pertenece a un pasaje de "El viejo y el mar", de Hemingway, que millones han leído y que para muchos de sus biógrafos, críticos y lectores es su obra maestra. En una historia de cómo vivió Hemingway, escrita por Jean-Pierre Pustienne, que conocemos y adquirimos gracias a los amigos de Puerto Libro, encontramos algo que habíamos buscado durante siglos y encontramos recién ahora. El libro es excepcional en su presentación. Editado en el 2005 por las ediciones de "Fitway Publishing", impreso en Singapur por Tien Wah Press, es una prueba de que la extrema belleza del libro (de todo libro) no puede ser reemplazada por ninguna de las técnicas que, según dicen algunos, terminarán por eliminarlo. En realidad el libro en sí no tiene reemplazo alguno, apenas se logran unos sustitutos masivos que poco a poco aniquilarán a los lectores de una forma diferente, aunque idéntica en sus fines, de la que Ray Bradbury describía en aquella obra escalofriante que fue "Fahrenheit 451". El odio hacia los libros, incluso antes de que se conociera la imprenta, se corresponde a la historia del hombre.
Pero volvamos a la obra sobre Hemingway. Con una documentación poco frecuente, con fotografías (salvo dos o tres todas en blanco y negro, para nuestro mayor placer) excepcionales y elegidas cuidadosamente de distintas fuentes, la historia de Ernest Hemingway (1898-1961) está narrada con un montaje poco común, en el cual se sigue su vida en las palabras y las imágenes, y hasta los que en el periodismo muy de ayer llamábamos "pies de cliché" tienen un auténtico valor, así como las citas que abren cada parte de la obra. Las fotografías son, al menos algunas y sobre todo para quien escribe, que admira a Hemingway sin las reservas habituales de los "monos sabios", son, decía, conmovedoras. En especial una de las últimas, que lo muestra a doble página, sentado frente a un plato de comida y una botella de vino, con uno de los cincuenta y siete gatos que tenía en Finca Vigía, en Cuba: Big Boy, que estuvo con el escritor en los últimos meses de su vida, hasta que Hemingway decidió volarse la cabeza de un escopetazo. Su cara en esa fotografía parece mostrarnos a alguien que ya sabe que se encuentra en el camino hacia la muerte. La mirada de Hemingway al gato es de una gran tristeza, de alguien que se está despidiendo porque ya ha comprendido que tiene que despedirse. Y para siempre. Esa fotografía se contrasta con otra en donde no se ve a Hemingway pero su espíritu está presente. Es un estante en una pared, detrás de una barra cubierta por botellas, casi todas de ron. Allí, aquel que era su constante habitué, el "más borracho del mundo", había dejado un cuadro que decía "Mi mojito en La Bodeguita / Mi daiquiri en El Floridita", firmado y colgado en ese sitio que fue de los que más amó, en La Habana, en diciembre de 1954. Esas dos líneas, escritas de puño y letra, están como volando sobre lo que el escritor consideraba el mejor ron, ya no del mundo sino del universo todo. Otra de las fotos lo muestra frente a su máquina de escribir, pero sentado y no parado como fue una de sus costumbres, y hace que se distingan bien en su frente los rastros del accidente que había sufrido cuando, hacia 1928, se asomó al tragaluz del baño. Ezra Pound comentaba: "Debía estar muy borracho para caer hacia arriba".
El autor de esta vida de Hemingway enumera, en una cronología final, algunos de los golpes que recibió el escritor y los llama KO. El primero, en 1928, cuando un obús austríaco lo hiere en el frente italiano. Entre 1926 y 1928 hay otros dos KO técnicos: el ya mencionado del tragaluz y la noticia del suicidio de su padre. Entre 1929 y 1932, el cuarto: el choque con su auto mientras viajaba acompañado por John Dos Passos. De 1954 a 1956 recibe los que podrían considerarse sus últimos homenajes: lee sus necrológicas por un accidente de avión durante su último viaje a ╡frica, en realidad un doble accidente, es decir un doble KO técnico; y recibe el Premio Nobel y el Pulitzer, acaso un reconocimiento porque en 1953 había publicado "Al otro lado del río y entre los árboles" y "El viejo y el mar". En el 56 le llegan desde París, enviados por el Ritz, dos baúles con papeles de su juventud que son la base de "París era una fiesta". De 1957 es el KO que no superará, aun cuando viva cuatro años más: un KO hepático que lo obliga a beber tan sólo dos vasos de vino al día. En 1959 se va de Cuba, donde a pesar de haber sido condecorado por Batista, Fidel Castro fue lo suficientemente inteligente para ser su amigo. Y en 1961: KO por los electroshock y gong final el 2 de julio en Ketchum, Idaho.
Jean-Pierre Pustienne es alguien que conoce bien la obra de Hemingway y además tiene una alta consideración de ella, una consideración que compartimos. Fue para mí uno de los escritores a quien sentí más próximo, al menos en una buena cantidad de conceptos sobre la vida, sobre todo por lo que hizo en muchas ocasiones históricas, como la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, o por su forma de entregarse a la vida cubana. Hemingway, Faulkner y Scott Fitzgerald fueron esos escritores que llenaron de pasión mi juventud y me dieron un placer que me acompaña todavía. Hemingway y Faulkner obtuvieron el Premio Nobel, pero no es lo que importa. Lo que los une a los tres es esa lenta, prolija (necesaria para ellos aun cuando ni siquiera lo sabían con exactitud) entrega a una progresiva autodestrucción por el alcohol, y la conciencia absoluta de estar haciéndolo. Y que eso no ponía en peligro alguno la construcción de sus obras literarias.
No queremos ser injustos con aquellos otros que fueron parte de nuestro aprendizaje ajeno a los estudios universitarios (estudiamos medicina y derecho pero no terminamos esas carreras).
En esos comienzos, admirábamos por un lado a Camus, a Sartre, a Merleau-Ponty; por el otro, a aquellos a quienes llegamos por Borges, como Chesterton y Valery; Kafka fue un descubrimiento posterior; y entre los norteamericanos estaban John Dos Passos, Erskine Caldwell, Steinbeck, Sherwood Anderson. La poesía camina por otra línea de nuestro aprendizaje, y la dejaremos para otra ocasión. Y en lo político: Lisandro de la Torre, Bertrand Russell, Benedetto Croce, Huxley, Orwell, Malraux. Esto que anoto, posiblemente sólo para mí mismo, es anterior a mi ingreso al periodismo (1958) y a la publicación de mi primer libro de poemas (1961-1962).
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