CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
En el último número de la National Geographic Magazine, leo con sumo interés y preocupación un artículo sobre las especies en vías de extinción y otras que ya se han extinguido. Son especies poco conocidas, o desconocidas por la mayoría, pues se trata de esos animalitos pequeños, casi todos inofensivos, a los cuales el hombre no les ha prestado mucha atención. Si lo hubiera hecho, ya estarían extinguidos por completo, sin duda. Esa extinción, ¿es producto de una decisión divina o es parte de esos planes de la naturaleza que no nos tienen en cuenta para nada? En lo personal creo que el que más influye es el hombre con su absoluto desprecio por los otros seres vivos, con las excepciones que bien conocemos.
De la salamandra ciega de Texas hay unos 150 ejemplares en cautiverio y posiblemente 1.000 en libertad. De la codorniz mascarita sólo hay 700 en cautiverio. Hay unas 300 mariposas azules de palos verdes en libertad y 400 en cautiverio. Del búho manchado hay entre mil y dos mil en libertad. El artículo en cuestión muestra la imagen de una coneja pigmea que murió meses después de que le tomaran la fotografía y, encerrado en una caja de vidrio, el último gorrión costero. Es decir, de esas especies ya no quedarán más ejemplares vivos. Eso me recuerda un ensayo bastante viejo de Julián Huxley, hermano de Aldous, que decía que muchos de los animales que el hombre podía observar en ese momento (el de la escritura del ensayo) en el futuro solamente iban a ser vistos en algún museo.
Los autores del artículo mencionan otras especies de las cuales poco se sabe. El pájaro costero llamado playero canuto está en franca desaparición por la cosecha excesiva de su principal fuente alimenticia, los cangrejos bayoneta, que con seguridad son parte insustituible de algún exquisito plato que se comerá a un alto precio, sin que quienes lo devoran sientan el menor remordimiento. El final del artículo es como una profecía, aunque no se lo exprese de esa forma: "No hay manera de adivinar cuánto tiempo sobrevivirá nuestra propia especie, pero algo es cierto: mientras mejores oportunidades de supervivencia tengan las plantas e insectos que se ven en estas fotografías -y todos los demás que están en peligro de extinción-, mejores serán las nuestras".
Al hombre de hoy parece que le da absolutamente lo mismo matar a un rinoceronte, a un escarabajo, a un tigre, que matar a sus semejantes. Es sabido que somos la única especie animal que mata a los que son de su misma especie. Y sin exageración alguna, si se hiciera un recuento de todo lo que ha pasado en los ocho años y pocos días de este siglo XXI, es probable que, aunque no lo parezca, seamos los seres humanos quienes nos encontremos en vías de extinción, ya que el recurso de la violencia y los progresos para nada edificantes de las armas de destrucción masiva hacen pensar que no está lejos el día en que los últimos seres humanos podrán verse sólo en alguna caja de vidrio, en un museo que se llamará "Ultimos habitantes del planeta Tierra". El lector podrá preguntarse quiénes visitarán tal museo imaginario si precisamente los hombres habrán desaparecido. Por un lado, sus galerías serán recorridas por las cucarachas y las hormigas, que con seguridad nos sobrevivirán pase lo que pase. Y tal vez -pero esto ya pertenece a la fantasía- otros curiosos observadores podrán ser hipotéticos extraterrestres de algún planeta que todavía no hemos localizado, pero que es probable que exista.
Por supuesto, la soberbia cada vez más extendida entre los seres humanos negará con violencia esto que decimos. Es decir, los mismos que se dedican a eliminar a sus congéneres, o aquellos que mandan hacerlo, se creen inmunes a los peligros de extinción. De ninguna manera sabemos bien sus razones. Los genocidios parecen ya habituales, y es bastante común que el periodismo los trate como lo más importante a informar, pero poco a poco se supone que el lector de diarios, el que mira televisión, oye la radio o tiene la información que le propone Internet, se cansa de ese tema y entonces a otra cosa. Ese montaje diabólico, al que ya nos hemos referido en otras líneas, parece valorar de tal manera el genocidio que se practica aquí o allá en el planeta que al poco tiempo pasa a ser menos importante que frivolidades de todo tipo.
Las cucarachas, mientras tanto, observan. Lo hacen registrando cada detalle con sus formidables ojos compuestos. Y creo, por otra parte, que esa sensación de asco que ellas provocan en la mayoría de los seres humanos es porque de forma consciente o inconsciente saben bien que esos insectos negros, a los cuales a veces ni aplastan por lo desagradable que les resulta hacerlo, los sobrevivirán y no tendrán reparo alguno en caminar sobre sus cadáveres. Yo, por mi parte, las respeto, por lo cual ellas me respetan y lo demuestran. En algún tiempo estaban en las cercanías de la cocina, pero cuando yo llegaba, tarde en la noche o temprano en la madrugada, se retiraban y me dejaban preparar mi bife frito, con pan también frito, huevo y mucha cebolla y ajo.
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