Lunes, 9 de febrero de 2009 | Hoy
Por Sonia Catela
Se metió en la cama del Presidente cuarenta minutos antes de que él llegara para acostarse. Algún cómplice de la seductora tuvo que abrirle las inviolables puertas y franquearle el paso por pasillos y dependencias custodiados. El nombre de aquél permanece en la clandestinidad; se infiere, sin embargo, que compartía los objetivos de la señora Grammont. También se descuenta que se trata de un componente del reducido círculo cercano al Presidente: su hijo, su esposa o la incorruptible Francisca que lo sirve desde hace cuatro décadas. Apuesten quién. Se equivocarán. La señora Grammont desdeñó echarle la mínima ojeada a la decoración del cuarto; se desvistió, se quitó los zapatos, se bañó en perfume, corrió el acolchado y se acomodó entre almohadones. Controló su postura en el espejo. Se esponjó el cabello. Tenía que replicar a La Maja Desnuda, cuadro al que llegaba todo el conocimiento que, en cuanto a arte, sustentaba el Presidente. Los preparativos le insumieron diez minutos, pechos al aire. Pasos sonaron en el pasillo. La señora Grammont decidió apagar la luz del velador que mantenía encendida. No es que el Presidente no la conociera. Habían intercambiado palabras en algunos ágapes. El incluso le besó la mano la noche que los presentaron; sólo una formalidad. Siente que el picaporte gira. ¿Y si el hombre se pone a gritar antes de que ubique su rostro en la página 151 de relaciones?
Está ahí, en parte, porque en los corrillos del gabinete, en las secretarías y dependencias gubernamentales los rumores se vuelven ensordecedores: el Presidente ha guardado algo en un cajón con llave. (Sus atributos sexuales). Se dice. La señora Grammont ni siquiera respira. Es testigo de esa serie de movimientos: Ortiz prende la lámpara central, se quita el traje, la corbata, saca el celular lo desconecta, alza el diario del día, se sirve agua de la jarra, bebe, baja el interruptor; camina en la oscuridad, un robot, dirigiéndose a la cama, se tiende, prende la lámpara de noche, coloca el diario en la mesita, la ve. "Hola, presidente" se adelanta ella, y manotea la boca que vacila un: "usted, qué..."; se le encima, frota lo plano, viborea encima de la llanura, "te deseo", gotea saliva sobre la boca presidencial, "abrazame", se le prende como una araña de buenas formas, "pero señora", Ortiz husmea la cercanía del olor del escándalo, "quiero apuntalarte en este momento de grandes decisiones", argumenta la señora con las eficaces técnicas de burdel que domina holgadamente, lo abruma, lo levanta como a una nube, levanta al Presidente, up.
Esos rumores se solazan con un caudillo devenido piltrafa, "río seco", "obelisco caído", mapa liso donde debieran erguirse las montañas de los Andes; por las oficinas, las calles, circula una imagen que muestra cómo se sostiene él, en el lugar clave, el cartel de "clausurado". Ya una revista de chismes merodea la decisión de iniciar el batido de espuma de la noticia.
La señora Grammont tironea con habilidad, y tironea hasta que la bandera de la patria acaba de izarse al tope, flameando victoriosa.
"¿Tomaste precauciones?" inquiere Ortiz desde el desfallecimiento espásmico; "todas" se abre ella a los torrentes, aunque reciba más bien un goteo. Pero al menos, la canilla chorrea. Se mordisquean. Ahora viene lo más difícil. Vuelve a besarlo, le pide un trago, brindan con las copas cruzadas. Entonces ella saca el volante. Ostenta una foto trucada de él: Tarzán en triunfo, bajo su pie, una hembra y su nombre, señora Grammont. "Qué infamia", se enoja el Presidente. "Ese, ése es el tono que hay que poner ¿verdad? Infamia", "Qué querés decir? ¿que estás de acuerdo?", "Mirá" contesta la señora pasando la mano a contrapelo sobre el calmo oleaje de la carne y haciendo que empiece a encresparse, "¿ves? hay que tomar la iniciativa, parar esa corrosión que lanzan sobre tu investidura". "Ay, sí. Mi investidura..." se desmorona Ortiz, "cómo quisiera..." "¿Recuperar su vigor? Con esto contra atacamos, querido", "¿Y vos?" él señala el impreso; "Yo me las arreglo". "¿Y mi mujer?". "¿Ella? Te le horrorizás: qué calumnia". La señora Grammont habla. No deja de sacudirle al Presidente el frasco de su voluptuosidad. "Dora, ¿quién te dejó entrar a mi dormitorio?". "Alguien que te quiere". "¿Mi propia esposa?". "No preguntes".
Los toma nuevamente el terremoto, aunque marque apenas tres en la escala de Ritter. "¿Qué tal estuve?". "Un semental". ¿"No te vas a embarazar, verdad?". "Duplicaré toda precaución". Ahora lo tiene en un puño al Presidente. Al Presidente comunal de Las Gramillas. Compartirá con autoridades y representantes de fuerzas vivas el palco del 25 de mayo. Usará el renault de chapa oficial. Llamadas larga distancia a destajo desde su oficina. Crédito en las tiendas del pueblo. Y quién sabe. Quizá el año próximo, logre un ascenso y seduzca al intendente de María Lila. O, por qué no, al mismísimo gobernador de la provincia.
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