Sábado, 14 de febrero de 2009 | Hoy
Por Miriam Cairo
La luz fue creada por Adán luego de la esplendorosa arremetida carnal en su cóncava y tentadora desemejanza. Por mucho que se haya divulgado la autoría de otro Creador, el plagio se cae a pedazos (aunque el fraude cuente con el amparo del mercado editorial) cuando Aquel mismo se jacta de no ser hombre. A esta altura del verbo sabemos que sólo un hombre pudo haber creado la luz.
Luego vino Edison a hacer lo suyo, al cabo del jazmín del Cabo y de interminables noches forcejeando en el yugo del amor, y éste, además de ser eterno, tuvo posibilidad de ser intermitente, como las luces de colores.
Además, el iluminado inventó el concupiscente instrumento que inscribe vibraciones de sonido por incisiones sostenidas de una aguja sobre un cilindro de cera, que los pruritos de la ciencia llamaron "fonógrafo", y la teoría del símbolo se llena la boca llamándolo "cópula".
La suavidad nació bajo el reinado de Lidia, en la isla de Lesbos:
"Consagraos, muchachas, a los bellos dones de las musas/de seno fragante, y a la aguda lira que ama el canto", dijo la suavidad encarnada en la morena y diminuta Safo.
Desde entonces hasta hoy, la suavidad fue transmitida de generación en generación por medio de sus "discípulas", tal como las llamó Máximo de Tiro.
La suavidad se multiplicó entre las muchachas a las que Safo amó tanto "no sin recibir críticas". Por complacerlas, los ríos que morían en occidente, eran capaces de volver a oriente.
Safo no sólo educaba a las servidoras de las musas en la música, la danza, el canto, el refinamiento para apreciar los perfumes y las flores, sino que también las amaba. Sin caer en redundancias, sino compelidos por la rigurosidad del concepto, no se encuentra en el universo léxico otra manera de describir la suavidad más que como una suavidad extrema, cuya naturaleza irradia todo tipo de gloria.
Aunque de ayer a hoy un diluvio, una crucifixión, una Hiroshima hayan pasado, la suavidad pervive y el mundo viejo, redondo y eréctil sueña con pasar la lengua debajo de sus pisadas.
La oscuridad, por su parte, fue creada por Lacán.
El descubrió el botón, la llave, la cosita, el punto negro, lo negro del mundo alojado allí, en la ínfima convexidad, rodeado de una hierba encrespada y brillante. En medio de dos tajos, ríos rojos, mar de penumbras, pulsa, bulle, flama, el nervio.
Lo negro del mundo mojado de rocío antes de que el día se entibie. La cosita que irradia en la oscuridad su gloria. Cosita mordisqueada por un cachorro de hombre, o por un cachorro de perro, o por un cachorro de sueño. Cosita solitaria que se piensa a sí misma con espasmos borbollados de miedo. Inmensa pequeñez que hasta Lacán no había reconocido su merecido ensimismamiento.
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