Miércoles, 25 de marzo de 2009 | Hoy
Por Rubén Vedovaldi
¿Habrán sido la mitología y la teología bisabuela y abuela de la filosofía? ¿Y quién fue el padre de la mitología? ¿Y quién es el padre o padrastro o tutor o encargado del Gran Bonete?
No lo sé, dicen que Sócrates fue el padre de la Filosofía (o de su mayéutica) y que Herodoto fue el padre de la Historia (o de su historia) y Montaigne fue el padre del ensayo francés y Freud el padre de la psicología o de su psicología con pe inicial y no sicología como se comen algunos, porque sicología es etimologicamente estudio del higo y no del psiquismo).
Dicen que Cervantes fue el padre de la novela clásica y Marcel Proust el padre de la novela moderna y Kafka fue el padre de la novela actual como Luciano de Samosata había sido el padre del cuento ¿O fue Bernardino Rivadavia el padre del cuento?
Sócrates no escribía pero como Sócrates, yo también escribo que sólo sé que no sé nada y que el que nada no se ahoga, o igual se ahoga, porque aquí y ahora estoy, a los manotazos como cuando vine al mundo aunque más cerca del sentir y pensar desde mis entrañas que del creer o mitificar desde el dicen que dicen.
Y mientras tomo unos mates amargos, porque los argentinos somos materos y amargos, me saco las comillas de lo comulgado y me desayuno pensando que donde Dios la va de ausente sin aviso, uno mismo, sin ser omnisciente ni omnipresente ni glorioso ni eterno ni padre, uno, peatón descalzo, puede levantar la mano sin Dios y decir. Yo, presente. Aquí estoy. Mi siempre es mi aquí y ahora, no tengo otro. (¿Cógito, ergo sum?)
Cuando Dios o el Gran Hermano o el Panóptico o el Señor Director no se encuentra en su despacho, o en su bandeja de correo, o en su poste restante, yo vuelvo a mi y me puedo despachar sin valija no declarada, con un ser lo que soy haciendo lo que hago.
Cuando Dios debe de estar haciendo tiempo indeterminado en otra parte o debe de estar mandándose la parte en otro tiempo, uno, que no cree en la imprescindibilidad divina, puede tomar parte viva en el aquí y ahora que a uno le toca (si uno sale a tocarlo).
Y donde Dios o el Diablo no saben no contestan, uno puede discar hacia su propia intimidad y preguntar: ¿Quién soy aquí y ahora? ¿Qué me pasa? ¿Y a quién se lo cuento?
Y si a todo eso uno lo puede escribir, tal vez allá en algún destino medie otro u otra leyéndolo y nos devuelva el eco o no, el reflejo o no, el recuerdo o la recreación, o no. Pero es bueno escucharse a uno mismo y/o escribir de todos modos. ¿No?
Si uno hoy abre el balcón o diario de mirar al universo y ve que Dios Sociedad Anónima presentó quiebra judicial, o que el City Bank presentó quiebra, tal vez uno pueda decirse: bueno, yo todavía no quiebro y quiero y puedo apostar a la convivencia. Todavía tengo algo por preguntar o por dar. Y si no tengo nada, ya haré algo.
Muchas veces Dios o el Diablo mandan decir que no tienen nada que decir o uno mismo, inclusive, siente que no tiene nada que decir, ni ganas de preguntar nada a nadie ni de escuchar ninguna respuesta de nadie.
Es bueno acompañar ese silencio en paz, en serena quietud física y mental, porque uno también necesita a veces el más hondo silencio y estar a solas, sin manija, sin agenda, sin reloj, sin teléfono, sin medios de comunicación. Eso no significa evadir responsabilidad o pecar de egoísmo o escapismo o faltar al compromiso de tener que ser en la vida hogareña o laboral o social, histórica, y cultural.
Muchas veces, como Gregorio Samsa en su metamorfosis, experimentamos no poder hablar con nadie de la familia ni con ninguna autoridad responsable que se haga cargo de ninguna pregunta, porque cuanto más alto en la escala, más cobra por escuchar. Y para una entrevista in situ cobra el triple y a veces uno saca otra cuenta o no hay fondos.
Pero hablar con los ojos de un gato es gratis, hablar con los ojos de un perro, hablar a boca cerrada con cualquier animal mirándonos a los ojos experimentaremos que ese animal siente lo que sentimos y que en verdad hemos comunicado todo sin tener que decir nada o explicar o repetir preguntas. Hay una comunicación que es espontánea y abierta y natural, y no hay que pagar correo ni certificado ni expreso por ella. Si la hubiéramos usado más seguido no hubieramos puesto nuestra naturaleza humana en contra de la Naturaleza.
¿Será Dios argentino? ¿Será el Númro Uno o el número diez? ¿Será Dios una mano de Maradona? ¿Habrá sido Dios el porvenir de una ilusión? ¿Atenderá en Buenos Aires o atendía en las Torres Gemelas y se quemó?
Alguien dice que Dios es un pozo acumulado de no se sabe qué. A mi no me ocupa esa cuestión. No soy un apostador de la lotería de la otra vida. No me interesa la quiniela celestial o la Ruleta del Más Allá.
Yo no me pregunto si hay o no hay Dios o Diablo, o pozos metafísicos, sino que me pregunto si nosotros podemos ser nosotros en vivo y en directo, aquí y ahora, o apenas llegamos a subsumirnos, yo en mi, vos en la tuya, él en la suya, ella en la de ella y etc.
Cuando alguien me dice que Dios anda cubriendo una suplencia de no se sabe quién, ni dónde ni hasta cuándo, yo pienso que lo que falta no se puede cubrir. Que no hay poncho que nos cubra de esa carencia ni hay quien pueda suplir para siempre tanta falta.
Entonces no hay que seguir comprando ansiolíticos o contando ovejas o dólares fantasmas en la almohada. Hay que dejar que la falta sea para que cada nueva experiencia de plenitud humana también sea, aunque resulte fugaz o verbalmente incomunicable.
El señor de este mundo, que no es el Diablo sino el sistema impositivo, me dice que debo pagar en término para evitar recargos. ¿Por qué siempre yo le debo al sistema y el sistema nunca me debe a mi?. (El sistema sabe y por eso no contesta o contesta con sanciones y multas).
El señor de este mundo me cobra peaje hasta para quedarme en mis cajones. Si hablo tengo que pagar los pulsos y si callo también.
Al cable le tengo que cumplir siempre, pero ¿y si el cable no me cumple? No sé si a Dios se le pelan los cables o le venden siempre la misma película pero yo ví la cola de otra película y a esa no me la quiero perder, aunque no la emitan en ningún canal.
También oigo murmurar que a Dios no le molesta la pregunta humana porque ni la ve ni la siente. ¿Y uno qué?
¿Hasta cuándo uno va a buscar lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias? ¿Y si todo en la vida en sueño y los sueños sueños son?
Por eso yo, que no tengo crédito ni en el más allá ni en el más acá, dirijo mis preguntas a mí mismo, que soy tan humano y tan poco divino, o salgo y le pregunto a otros como yo.
¿Al hombre le molesta la propuesta o la falta de respuesta divina?
Sí, a algunos todavía les molesta eso.
A esa gente uno quisiera sacudirla para que despierten a ser lo que somos y no lo que nos hacen creer los intermediarios de divinidad sociedad anónima. Pero viven de rodillas y se tragan la hostia y se cuelgan el cartel de no molestar, gente creyendo. Y me dan tanta lástima que les perdono el sueño y los dejo seguir con su ilusión y me abro y me busco en otra gente. ¿Hay alguien despierto aquí? ¿Hay alguien despierto ahora? No digo en el cielo o en la web sino aquí y ahora...
No sé si dios es Dios ni sé si el pobre diablo es el Diablo. No sé si a Dios Padre Todopoderoso o al Diablo todavía más poderoso que cualquier Dios, también, como a nosotros, se les cae sistema dos por tres.
A mi aquí y ahora se me cayó el sistema, el sistema que me venden desde afuera, no el mío propio. Porque aquí donde parece que se termina toda conexión virtual, o se nos desenchufa el hábito de escuchar radio o se nos apaga el deseo de ver y oír TV o cruzar mensajitos por los celulares, o pegarse al pastor electrónico o a MP3 o a DVD o a MSN o You Tube o a Power Point o a cualquier otra prótesis tecnológica. Aquí donde todo se apaga empieza mi luz sin contador. Soy mi bichito de luz y soy mi sombra sin sombrero. Aquí y ahora me empieza a picar y me rasco una soledad que por lo menos es mía, o me nace o renace un dolor que por lo menos siento yo y no otro. Y así se abre la función íntima, personal y sin tarjeta, , y en esa moviola se proyecta sin cortes el sentimiento propio o la propia conciencia del silencio propio o de la propia voz.
Aquí y ahora yo, en minúscula, soy mi circunstancia minúscula y me lo digo. Yo insisto.¿Qué tal?
Sin codificado satelital, sin programa automático, sin memoria teledirigida, mi conciencia instantánea se da cuenta y me dice que he estado vivo escribiendo esto. Aquí y ahora no soy el usuario usado, no soy el abonado prepago. Soy el borrador honorario de mi insomnio. Yo escribí esto ante el frontón de mi extrañamiento. Lo voy a releer a ver si me parece que lo puedo comunicar a otras y otros que tal vez no lo esperan. ¿Hay alguien ahí?
Post scriptum
(No sé si hay alguien ahí, pero ya sé que hay alguien aquí, y no es poco saber algo de mi por mí mismo, ni es poco tratar de sostener por escrito eso... aquí y ahora).
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