Miércoles, 25 de marzo de 2009 | Hoy
Por Carlos A. Solero*
Cada nuevo aniversario del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 renueva en nosotros una serie de interrogantes. ¿Qué cambios se operaron en las subjetividades colectivas e individuales a partir de la implantación del terrorismo de Estado? ¿Hasta qué punto, la desarticulación de las acciones colectivas a la hora de enfrentar los diversos mecanismos destructores de la solidaridad social no tiene su origen en el terror inscripto en los cuerpos por la dictadura?
¿Cómo fue el pasaje de las manifestaciones de resistencia de masas al
presente de autismo e indolencia hiperindividualista?
Por supuesto que nos asaltan más dudas que certezas a la hora de responder y respondernos. Temores y temblores, alertas a la conciencia y la acción. Pero es imperativo plantearse estas cuestiones para mensurar de modo conveniente la magnitud de la derrota.
Analizar por ejemplo las expectativas de los sectores juveniles y
contrastarlas con de las hace cuatro décadas. Analizar la conducta de los trabajadores y sus referentes frente a las maniobras patronales luego de la brutal reconversión del aparato productivo y el mercado de trabajo.
De los apasionados a los desencantados tempranos. Del heroísmo de las intersindicales clasistas y combativas a los dirigentes prebendarios y cómplices de los ajustes crónicos.
Abismos de ayer a hoy y treinta mil ausencias interpelando nuestras acciones con sus miradas.
*Miembro de APDH Rosario
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