Sábado, 11 de abril de 2009 | Hoy
Por Miriam Cairo
DEL MIRAR
Él la sentó sobre el muro y desde abajo miraba mientras el viento le volaba las pupilas. Sólo miraba y ese mirar era fuerte como una mano. La sostenía en el aire con los ojos y ella latía pero no de miedo. Le clavaba los ojos con tanta fuerza que no necesitaba vaselina. Perforada por su mirar, fecundada por sus lágrimas, ella inseminaba, gestaba, paría un hijo tras otro. Tan rápido nacían los frutos de su vientre que no alcanzaban a conocer lo que era esta vida. Él, con los ojos duros se extasiaba por hacerla parir a caudales. En otras oportunidades había tenido que esperar nueve meses. Ahora, cada nueve minutos ella los daba a luz como un suspiro, una palabra, una naranja jugosa que salía a rodar por el huerto del mundo.
DEL SOÑAR
La mirona vio una figura acuclillada cerca del escritorio. No era un monje de un monasterio vecino porque sólo una de sus cabezas estaba rapada. Ella se abrió paso entre los toros de Nubia. Ay, de esos sueños terribles. Ay, de esas canciones que nos arrojan al abismo.
Quien no era monje sonrió con mordedura. Todo el viento del mundo sopló en su dirección y ella corrió hasta las puertas de la luna.
La mirona de lo indescriptible lanzó un graznido de calandria. Él se volvió, la sopló y ella cayó al suelo. Bufando como toro irrefutable hizo ademán de arrancar una palabra de los libros, aunque en realidad la desnudaba. Ay, de esos cuerpos sublimes.
Los latidos del que no era monje galopaban más fuerte que los toros. Más rápido que los taladros, más atrás que las leyendas, mientras morían a diestra y siniestra todas las descripciones posibles.
DEL VISLUMBRAR
Ella de pie, contra la pared y él, tendido en la cama. Ella con una ínfima vestimenta roja, él con la enorme piel como vestido. Ella se deja mirar con una mano en el infinito. Él la mira con el inflador en marcha. Ella hace girar el mundo con un dedo. Él infla la felicidad a la velocidad del viento. Ella corre apenas la telita colorada para que el desnudo pueda ver allí dentro con los ojos ribeteados de delirio.
Afuera no hay luna sino la memoria de una luna. El sol merodea todo y ellos se arman de secretos. Gira el mundo con escrúpulos y sin sentido. Él le ayuda con su mano a redondear otra vez el universo y entonces ella le ayuda a inflar la felicidad con diástoles y soplidos. Es momento de cooperarse, de beber el rocío que cae con borbotones en llamas, de proclamar la decrepitud de las descripciones exhaustivas.
DEL PENSAR
Ella no se atreve a decir nada mientras en silencio se miran. No baila con él sino enfrente a él. Una voz de ultratumba le dice: "no olvides que..." pero ella da la vuelta y olvida que. Sospecha de esos sentimientos que no se sabe qué traen en la espalda.
Él la ve bailar embelesado, como si ella fuera apenas un suspiro del mundo. De tres a seis de la tarde, parece no haber avenidas ni relojes en la ciudad. Sólo un olor suave a membrillos, y una canción que suena adentro de los oídos. Él la arrulla y se relame. Ahora le parece que nunca antes hubiera vivido sino hasta ese instante inmerso en el vivir.
Embriagado mira a la que baila con los pies de un ángel interrogado por el mismo dios que la crea. Baila con los ojos distraídos sobre sí misma. Ella tiene bucles en el pelo y él tiene el alma enferma. Ella danza y mira hacia bajo, él mira también esas flores. Él dice cosas en voz muy baja, tan bajas que sólo ella puede escucharlas. Si ella es pensable, ha de ser también posible.
Gira otra vez la posible y de espaldas a quien la piensa, atrae todo el universo hacia sí misma. El ignorado que piensa es un animal remoto que devora y devora primaveras. Desde lejos, ella le hace hacer el desespero y él, a su vez, con los ojos la inquieta. En otro giro se vuelve hacia él, dulce como una cordera. No hay resquicios entre el que sueña y la soñada, sólo un resplandor y un poco de suerte, un poco de suerte.
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