Miércoles, 29 de abril de 2009 | Hoy
Por Oreste Brunetto
Recién cuando agarran y doblan por Santa Fe, me dice, y no siguen para el bajo, recién ahí es que ya creo que vamos a caer en cana, y que no nos van a hacer boleta en algún descampado. Entonces me alegro: cada vez que lo pienso, no puedo creerlo, me agarro la cabeza cuando vuelvo a acordarme de aquella noche del 15 de junio de 1975. Iba a caer en cana ¡y me alegraba!
Esa noche bastante fría, claro empezó a las 2 de la mañana, más o menos. Estaba apoliyando de mi novia en ese entonces, una chica de Fiveslille aunque estaba anotada y se crió entre Llambí Campbell y Estación Malabrigo que vivía con otras compañeras por 1º de Mayo y 9 de Julio cuando me despertó el timbre y salí, me acuerdo, en calzoncillos largos al patio y de la terraza ya bajaba un mono con una itaka así de larga dice, y estira el gesto típico de pescador exagerado. Clavado a Kunta kinte, era.
Y más vale que entendí que se trataba de la patota. O sea: lo que después empezaron a llamarle la patota. La proto patota, vendría a ser.
Y en seguida empezaron con que éramos montos y dale y dale. Eso sí, no nos tocaron un pelo.
Y ya después de un rato de revisar todo y ver que no teníamos ni un mísero matagatos, ni una gomera, nos dicen que nos llevaban un rato para averiguación de antecedentes, que nos vistiéramos.
Y nos hicieron subir a un par de coches. Yo, a un Citroën, me acuerdo, que iba primero.
Pero antes de salir, yo, mientras agarraba la campera, vi que se habían dejado una linterna y no les avisé y le tapé con la colcha como para dejar una señal, un manotazo de ahogado, algo.
Porque la verdad: yo no creía que nos llevaban por averiguación, porque no hacía falta, estaba cantado que no éramos montos: habíamos sido de la JUP, y nos habíamos abierto, más que nada yo, pero las chicas habían aguantado a una compañera y esa chica se había dejado algunas pavadas pero algo sospechosas, un par de volantes, boludeces.
Y por si acaso, se ve, nos llevaron.
Y a mí me metieron con tres comunes, que me miraron con cierta pena, imagináte, yo, con 24 años, 1,70 y 70 kilos de peso, como dice el dicho. León de circo pobre, yo parecía: ¡puro pinchila y melena!
Pero a las chicas no, las pusieron con las políticas, porque creo que no había minas comunes en la Jefatura. Y a las políticas les contaron porqué habían caído, por gilas, mayormente y las minas les dijeron que a ver si la próxima si caían, que fuera por algo...
Los comunes eran macanudos; piolas, eran. Esa noche algo pude dormir, ¡lo que es la inconsciencia!
Y al otro día ya empezó la rutina pero yo me la pasé pensando que nos iba a caer el P.E.N., o sea: tres meses y listo. Y me equivocaba, mal, porque es a partir de los tres meses cuando podías presentar tu pedido de abandonar el país: ¿vos decís que te dejan ir enseguida o la cosa se demora lo que se les canta?
Yo estoy acusado de intento de robo, me dijo el flaco, sigue contando. Y entonces comprendí bastante rápido que no tenés que preguntar por qué causa está preso el otro es obvio que todos estamos por giles, porque invariablemente te contesta eso: estoy acusado de... Por choreo, uno, por ejemplo; el otro por secuestro lo que más le dolía era no poder ir a milonguear al Olímpico de la calle Corrientes. Y el otro porque había amasijado a uno, un mozo. El sopre había sido cocinero del Augustus y como buen correntino, no le gustó que el otro le puteara la madre, y ahí mismo le hincó, ¡nomástedigo!
Y ya a la tarde, llegaron las visitas era jueves y a la hermana del rocho le pasé el teléfono de mi casa pero pidiéndole que preguntase por mi hermana, que no le contara nada a mi vieja, y no va que la mina llamó y pidió por mi hermana y le contó: ¡Cuánto, cuánto le voy a estar agradecido a esa mina ojalá la encontrase, y juro que traté de encontrarla!
Y ya esa noche, después de que pasan lista, creo que me largan y a las chicas también, salimos juntos y nos fuimos a celebrar al bar de Maipú y Laprida que pasarán más de mil años y va a seguir ahí, abierto, firme como ojo de vidrio. Uno dice, pero también yo lo decía de "La buena medida", y sin embargo ya, mirá lo que quedó, remata, tangueramente, y nos sirven ya el segundo par de vinos, no son todavía las mil de la madrugada.
Al tiempo, después del golpe, la patota patota, a mi casa, cayó, y no me encontraron, porque después de esa noche no me quedé de mi novia, ni tampoco en mi casa, me aguanté en la casa de un par de amigos. Sí, les debo la vida, sí, dice y me parece ver que enciende uno de esos negros sin filtro que había en ese entonces, pero no, es un faso común.
Para agosto del 76, saqué el pasaporte, sin problemas, y en un par de meses, me tomé el buque, y me vine, y acá me ves..., y hace un gesto para el lado de la Barceloneta, porque estamos cerca.
Ah, me olvidaba de contarte que cuando volví la moto no estaba más, se la habían llevado, ya empezaban con la costumbre de llevarse algún recuerdo...
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