Domingo, 6 de septiembre de 2009 | Hoy
Por Pablo Bilsky
Encorvado en extremo, con el rostro muy cerca del papel, el hombre mira apenas la vereda. Toma notas mientras camina lento, tambaleante. Una sucesión de cuadrados irregulares, que a veces se tocan por uno de sus lados, crece sobre el anotador. Enredado entre sus ropas raídas, abandonadas ya por el color, el escriba caminante copia en su libreta la infinita danza de líneas que configuran la vereda de cemento, sin baldosas, como quien reproduce un texto escrito en una lengua secreta o extinguida.
"Pobre la nación que es un pueblo de ovejas mal dirigidas. Pobre la nación que no levanta su voz sino para adorar conquistas, que aclama a un matón como a su héroe y apunta a dominar el mundo con la fuerza y la tortura, que respira dinero y no conoce otra lengua ni otra cultura que la propia", dice el poema desde la vidriera. Pero el escribiente sigue con sus cuadrados, y no repara en los enormes escaparates de City Lights Bookstore, desde donde brotan, entre libros, fotos y consignas, los versos militantes de Lawrence Ferlinghetti, sobreviviente de la generación beatnik, eterno bardo de la revolución y la protesta al que llaman "maestro", dicho así, en la lengua de Cervantes, pese a que nació en Yonkers, Nueva York, en 1919, y que todavía escribe, recita y vive en San Francisco, California.
El poeta, un viejecito de aspecto apacible, habitualmente deambula entre los estantes de la librería que fundó junto a Peter D. Martin en 1953. Desde entonces ese lugar, que además de librería fue la primera editorial de ediciones económicas, independientes, y revolucionarias de los Estados Unidos, se convirtió en centro de reunión de artistas, desclasados, militantes y marginados. Durante años, en los tiempos más duros de la represión cultural en los Estados Unidos, exhibió un enorme, desafiante letrero ofreciendo "Libros Prohibidos".
"El legado de la política insurgente y el pensamiento antiautoritario de los beats continúa siendo una fuerte influencia en la librería, lo que es evidente en la selección de los títulos", señala la página oficial de City Ligths, y con sólo vagar un poco por los estrechos pasillos entre las estanterías es posible encontrarse con textos insurgentes de todo el mundo, con una presencia muy importante de literatura latinoamericana, en castellano e inglés.
Ferlinghetti escribe "en la lengua del hombre común", como aquellos que todos los días pasan por la puerta de la librería camino al trabajo. Su poesía habla de hombres comunes, marginados, excluidos, como el afroamericano pobre y loco que escribe cuadrados sin levantar jamás la cabeza, como los sin techo que se refugian por las noches en el callejón Jack Kerouac.
En 1976 Ferlinghetti publicó "Manifiesto populista". Invitaba allí a los poetas a salir del placard y abrir puertas y ventanas. Afirmaba que la poesía no es una sociedad secreta, ni tampoco un templo. Y que no hay tiempo para juegos literarios. "Ustedes los poetas que escriben poesía sobre poesía, camaradas de la clase ociosa, policías de la poesía, no esperen la revolución, o sucederá sin ustedes".
"He visto las mejores mentes de nuestra generación destruidas por el aburrimiento de los recitales de poesía", escribió Ferlinghetti citando y reescribiendo el poema que marcó un hito escandaloso en la literatura estadounidense: "Aullido" de Allen Ginsberg, que comienza diciendo "He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicas, histéricas, desnudas".
Ferlinghetti y su socio lo editaron en 1956 y organizaron una recordada lectura pública en la librería, antes de ser arrestados por "diseminar literatura obscena". Impresos en Inglaterra, los diminutos libritos con tapa en blanco y negro fueron decomisados por la Aduana de los Estados Unidos, que no los dejó ingresar al territorio estadounidense en aquel momento. El escándalo legal marcó un antes y un después en la historia de la lucha por libertad de prensa, y reformuló la cuestión de la censura de textos considerados controvertidos en los Estados Unidos.
Más de cuatro décadas después, hoy se ofrece la edición conmemorativa del poema. Y allí sigue City Lights Bookstore, con todos sus fantasmas, en avenida Columbus 261, esquina pasaje Jack Kerouac, frente al bar Vesuvio, otro sitio que fue frecuentado en su momento por los poetas beatnik.
Hoy la zona es transitada por turistas en busca de las trattorías de la avenida Columbus, que es la calle principal del Barrio Italiano de San Francisco, o los sex shop, peep show o cabarets de la avenida Broadway, esos que se apiñan junto al cartel luminoso de Big Al, el que no falta en ninguna postal de la zona, ni en la película Harry el sucio, ni en la serie Las calles de San Francisco.
"Medio Oriente es el Vietnam de Obama". "Gire a la izquierda". "Prohíban la pena de muerte". Los letreros sobre las gigantescas vidrieras de City Light tienden un puente entre el presente y el pasado de la protesta en las entrañas del imperio. En la pared del callejón Kerouac, justo frente al Vesuvio, un enorme mural multicolor reproduce con realismo naif un campamento del Ejército Zapatista de Liberación en Chiapas.
Y en ese y otros callejones, al igual que en las calles y avenidas de San Francisco, especialmente cuando el sol comienza a retirarse, puede observarse el deambular de los habitantes de una pobre nación paseando su desamparo. Pero pocos los ven. Pasan de largo, apuran el paso. En general, los turistas enfocan sus cámaras y sus ojos hacia otros paisajes. Y cuando regresan a casa, los pobres no siempre figuran en sus fascinados relatos de viaje.
En su mayoría, los sin techo no se dedican a traducir veredas a ideogramas. Apenas deambulan, revuelven la basura, hablan solos, se cobijan entre harapos hediondos, destruidos por la locura, desnudos, famélicos, habitantes de la pobre nación de los más pobres. Acaso lo más escandaloso del aullido de Ginsberg esté ya en sus dos primeras palabras: He visto.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.