Jueves, 17 de septiembre de 2009 | Hoy
Por Mario Alberto Perone
Poco a poco, mi voz y su sonido
disolverán su acento en el olvido
y mi cara, mi gesto y mi palabra
No serán necesarios. Cuando se abra
esta puerta, no será con mi llave.
Borrosa, mi figura, gris y grave,
se esfumará en creciente lejanía
como el sepia de una fotografía.
Poco a poco, quizás sin darme cuenta,
me mudaré al espacio que se inventa
a partir del temor y la impotencia,
y desde allí, tal vez -nada es seguro
de algún modo compartiré el futuro
de los que compartieron mi presencia.
En la móvil pantalla, tu silueta
recortada en el humo suburbano,
obstinada en su rumbo a contramano,
a la historia incorpora la historieta.
Zapatones, bastón, gris camiseta,
hongo negro de absurdo ciudadano,
y un bigote imposible, el cotidiano
luchar por los sumisos fue tu meta.
Rey de los humillados y ofendidos,
mezcla de aristocracia y de pobreza,
combinaste la gracia y la tristeza
y fuiste un puro entre los corrompidos.
Limpio Quijote, tu obra sigue trunca,
y nadie habrá de terminarla nunca.
Jorge Luis Borges, no eres propietario
de la palabra espejo; laberinto
ya no te pertenece. El inventario
incluye noche, tigre, cinto,
cuchillo, sueño, muerte, la memoria
y también el olvido, el infinito
vocabulario para armar la historia
de cada corazón. Yo me ejercito
hilvanando modestas fantasías,
de tropiezo en tropiezo voy buscando
una palabra justa, y caigo en ellas,
y entonces, me parece que me espías,
siento que, sin querer, te estoy robando,
y me acuso de andar sobre tus huellas.
Sádico ejecutor, artera trampa,
gato de vigilancia silenciosa,
brillas con tu elegancia cautelosa
como escapado de una fina estampa.
Tu vertical mirada es la que alumbra
esta hoja blanca en la que te describo.
De tu electricidad estoy cautivo,
helada llama que arde en la penumbra.
No eres mi gato. No me perteneces,
Narciso enamorado del espejo
en cuyo fondo admiras tu reflejo.
Jamás me correspondes ni obedeces.
En tu misterio, soy un episodio.
No comprendo tu amor. Ha de ser odio.
Me miras como siempre me has mirado,
desde que entre mis manos temblorosas
tuve ese cuerpecito amoratado
que tu madre me dio. Por esas cosas
que una por una nutren la memoria,
la imagen de tus ojos asombrados
me interroga desde esos días, pasados,
junto a la cuna en que nació tu historia.
No puedo responder a tu pregunta.
Después de tanto tiempo de quererte,
aún ignoro la incógnita primera.
Hacia la eternidad la vida apunta.
Ser tu padre, y tú mi hija, me convierte
en inmortal, aunque mañana muera.
Acaso alguna vez, alguien ha dado
en diseñar mi nombre y mi existencia.
Acaso, desde una íntima inocencia,
se me ofreció la vida, de prestado.
Tal vez he sido yo, tal vez ha sido
otro que se me acerca demasiado,
otro que me pregunta, ensimismado
por qué lo que sucede ha sucedido.
Me pregunta también si acaso puede
avanzar si su tiempo retrocede,
alcanzar y reunir su ser disperso,
Y se le va la vida en la tarea,
mientras prosigue, eterna, la marea
en la soberbia atroz del universo.
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