Domingo, 24 de enero de 2010 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
En realidad ningún libro es silencioso: desde el estante o desde cualquier lugar en que se encuentre las voces del libro pueden oírse. No todos las escuchan, pero se puede aprender a percibir lo que nos dicen. No me refiero a lo que ellos encierran en sus páginas, sino a un llamado que el libro nos hace cuando nos encontramos con éste o aquél que de ninguna manera hemos buscado. He tratado de encontrar esos libros que me obsesionaban y si aparecían ante mí los compraba o en más de una ocasión quedaban en la cuenta que algunos inolvidables libreros me otorgaban sabiendo muy bien que se me hacía difícil pagarlos. También solía recibirlos por cuestiones de trabajo. No puedo decir cual fue aquél que leí primero o ese otro que compré por primera vez. La razón es simple: tuve la suerte de vivir, diríamos que entre libros. En la casa de mi padre, además de los libros de medicina, que fueron a parar a la facultad o a su consultorio, había una buena cantidad de libros, sobre todo de historia o de antropología cultural, temas que le apasionaron hasta el final de sus días. Y había también muchos libros tanto en la casa de mi abuelo materno como en la del paterno.
Además de los libros, la abundancia de discos era suculenta y no toda abundancia lo es. Primero los de 78 rpm, luego los long play y posteriormente, pero ese tiempo (que también es este tiempo) el de los CD, ellos no llegaron a conocerlo con plenitud. Pero volvamos (¿a quién invito que me acompañe en este regreso?) A ese posible lector que se encuentra, en este momento dedicado vaya a saber a qué. ¿De qué silencio de los libros quiero hablar? A ese que tienen los libros a los cuales todavía no los he abierto y acariciado sus páginas. Unos cuantos amigos de mi generación ya han partido. También se han ido muchos de los me acompañaron en mi trabajo periodístico. Por eso la mayoría de mis nuevos amigos son gente mucho más joven. Entre ellos se encuentran quienes están en lo que seguimos llamando librerías de viejo aún cuando ya no sean lo que eran en mi adolescencia. Y es por ellos que me llegan libros de autores que no conocía pero que con su silencio están allí esperándome.
Creo que se trata como de un nuevo aprendizaje, dando por supuesto que aprenderé lo que los límites de la edad me imponen. Me gustaría aprender idiomas, empezando por ese en el que me expreso tanto en lo oral como en lo escrito. Evidente las neuronas que restan se niegan con una sonrisa comprensiva. Sin embargo, ellas pueden entender ese silencio de los libros del que hablo. Pienso que tal vez algunos ejemplos hagan comprender ese silencio que nos habla. De la misma manera que nos dice tantas cosas, esas que muchos se niegan a prestar atención, como esa obra de John Cage en que durante cuatro minutos y 33 segundos el intérprete o los intérpretes (la versión original es para piano, pero hay otra para orquesta) no ejecutan una sola nota. Yo puedo percibir ese sonido que en última instancia puede ser el nuestro, es decir, el sonido de nuestro cuerpo, el leve movimiento de la mano, los innumerables sonidos que tiene la memoria. Dije, ese silencio que nos habla. Uno de ellos es el de alguien que solamente nuestra oculta tendencia a la ignorancia hace que recién descubramos ahora: Alain Badiou, un pensador francés nacido en Marruecos hacia 1937.
Son los amigos del Juguete Rabioso quienes me lo hacen conocer. El primero de sus libros que leo con verdadero placer es su "Pequeño panteón portátil" (FCE, 2009), donde Badiou, con verdadero cariño y sabiduría, escribe sobre catorce pensadores franceses que fueron en algunos casos sus maestros, y en todos sus amigos. Badiou es preciso: "Estoy feliz de decir aquí que, frente a los brebajes que hoy nos quieren hacer tragar (recuerdo) a estos catorce filósofos muertos, bueno, los quiero a todos. Sí, los quiero." Badiou nos habla de Lacan (1901 1981); Georges Canguilhem (1904 1995); Jean Cavaillès (1903 1944); Jean Paul Sartre (1905 1980); Jean Hyppolite (1907 1968); Louis Althusser (1918 1990); Jean François Lyotard (1924 1998); Gilles Deleuze (1925 1995); Michel Foucault (1926 1984); Jacqes Derrida (1930 2004); Jean Borreil (1938 1992), Philippe Lacoue Labarthe (1940 2007); Gilles Chatelet (1945 1999) y François Proust (1947 1998). Los especialistas leerán este libro a su manera, que supongo es la manera correcta de leerlo. Pero un profano puede leerlo como lo hago yo, con verdadero placer y sintiéndome bien al observar que Badiou no hace caso de todos aquellos que suponen que nunca lo personal debe interferir con ningún texto. Con excepciones, eso pasa a los condenados a la mediocridad y en el infierno serán quemados por fósforos que otro ser, condenado a esa tarea, enciende a cada rato.
El segundo libro que aún no he leído por completo es una obra editada en nuestra ciudad por Homo Sapiens en el 2007. Con el título de "Justicia, filosofía y literatura" se reúnen la conferencia y el seminario que tuvo por escenario a Rosario en junio del 2004. Me pareció excelente la presentación realizada por Silvana Carozzi quien no deberá sentirse agraviada, como diría Borges, por el elogio de un profano. Nos entusiasma leer algo que volveremos a releer, lo que el pensador francés dice de la literatura. Y al señalar la relación de Rilke, de Sófocles o de Beckett con la creación poética. Y sobre todo cuando se extiende en el estudio que Lacan dedicó a Shakespeare, es decir a Hamlet. Badiou recuerda lo dicho por Lacan: Hamlet, la obra, es un verdadero misterio: es imposible contar Hamlet sin olvidar la mitad de los acontecimientos. Y agrega Badiou: pues bien, Lacan relata a Hamlet, lo que acabamos de sugerir, es imposible. Pero el psicoanálisis consiste en hacer algo imposible. El tercer libro de Badiou que estamos leyendo con el mismo entusiasmo que sentíamos antaño, cuando éramos jóvenes, por otras lecturas, lo experimentamos por "El Siglo" (Manantial, 2009), donde Badiou pasa revista de una manera muy particular y con un magnífica lucidez, al siglo XX, ese siglo algunos de cuyos años nos interesan de manera especial, y en general porque es un siglo donde la paradoja es el alimento cotidiano. Doce son los capítulos y hay un epílogo que es el número 13. Creo que luego de nuestra primera lectura suponemos que cada capítulo resulta esencial para que, junto con otras obras, lleguemos a comprender un poco más el siglo XX. Nos parece notable en este autor la influencia que tiene sobre su pensamiento, sobre muchas de sus reflexiones, el mundo de la creación literaria.
Por otra parte es alguien que con inusitada claridad explica muchas cosas sobre el concepto del humanismo y de la muerte de Dios. No podríamos dejar de señalar que las páginas dedicadas a Freud, sobre todo en "Crisis de sexo", son ante todo un homenaje poco común, ya que Badiou no vacila en considerar a Freud como uno de los más grandes héroes del siglo. La lectura de estos libros de Badiou puede ser acompañada por la de otros libros que también estamos descubriendo paso a paso. Uno de ellos es "La palabra muda" de Jacques Rancière (Eterna cadencia, 2009). Y habría unos cuantos más porque ponen en evidencia el interés que el cine despierta en autores dedicados a otros aspectos del saber. Mencionemos uno: "Lacrimae Rerum" de Slavoj Zizec (Debate, 2006), autor del cual ya conocíamos una estupenda recopilación acerca de la ideología, "Ideología. Un mapa de la cuestión". (F.C. 2003).
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