rosario

Sábado, 20 de marzo de 2010

CONTRATAPA

EXPLICAR ESTO CON PALABRAS DE ESTE MUNDO

 Por Miriam Cairo

LAS TRADUCCIONES ESPAÑOLAS

Estoy sentada en el bar. Es cerca de medianoche y he decidido no moverme de aquí. Desde las diez lo he decidido para no privarme de este momento de lucidez en que bebo café metalizado y observo al mundo desde adentro. Hago autopsias del aire que la gente respira. Todo es muy extraño en estas noches. Salgo para no escribir. Para no caer en la cuenta de que escribir es mucho más de lo que ocurre.

En la mesa de al lado, Nelson come una tarta de queso y bebe su café express. Nelson le hace reverencias a la tarta de queso cuando llega Haroldo. Está nervioso y no puede controlar su tic. Sin dejar de sacudir la cabeza dice:

Bueno, Haroldo, fui a ver al hijo de puta. Me concedió una entrevista. Creí que ya no recibía a nadie.

Pero me recibió. Ahora tengo que publicar el reportaje. No sabe escribir, Haroldo. No tiene vocabulario, no tiene estilo. Nada.

Sólo vomitar y follar y putear, Nelson, eso es todo...

En Europa vende libros pero acá lo tenemos calado.

Yo los escucho desde mi mesa y maldigo las traducciones españolas de Bukowsky. También los maldigo a Nelson y a Haroldo porque el hijo de puta no es sólo una máquina de follar, sino también de juguetear con el dedo índice en el botoncito de lilas de la muchacha más bella de la ciudad.


INDOMITA Y OLVIDADA

Mientras beso, escribo. Mientras escucho, escribo. Mientras desprendo los botones, escribo. Mientras decido no escribir, escribo. Es inaudito. Para mí tiene algo de milagro. Algo de tenebroso. El bar es el peor sitio para dejar de escribir. Para no privarme de ese momento de lucidez, salgo a caminar. Quien camina en la noche tiene las estrellas contadas. En un sueño muchas cosas se comprenden pero la realidad es un estanque donde todos los días se encuentran dos o tres ahogados. Me asomo, por pura curiosidad y veo en el agua los cadáveres flotando como plantas acuáticas. Yo tampoco soy una mujer completa, pero he oído que la desdicha de todos los seres humanos es la dicha de la humanidad. Ahogada también la mujer tres partes niña, que todas las tardes, mientras nadie la mira, ensaya en la esquina un paso de baile.

Como una mosca de largas zancas, la muchacha púber que no encuentra al príncipe Adán en su pensamiento, flota como planta acuática. Oh, Yeats, Cass es la chica más linda de toda la ciudad. Ahogada ahora en el estanque, mira hacia el fondo con ojos de animal terrible. Un hombre de negro se lleva el susto a otro lado. Nadie se rompe la cabeza por una metáfora, pero yo no descuido mi escritura sino a mí misma. Ingerborg. Insensata. Intemperie. Intratextual. Indómita. Indicio. Instante. Cuidémonos de la silenciosa, de la olvidada, de la viajera con el vaso vacío, de Alejandra. Cuidémonos de sus pequeñas palabras que danzan flores en la boca del mundo. No vaya a ser que resultemos algo mejor de lo que esperan de nosotros.


UNA PARED QUE TIEMBLA

Parece que la vida es así a propósito. Pase lo que pase me pone a escribir en el mismo bar en que había decidido quedarme a mirar cómo circula o cómo duerme el mundo para no escribir. Para no darme cuenta de que escribir es más de todo lo que ocurre. La vida no es un párrafo y los besos son un mejor destino que la sabiduría. Aquí y allá murmuran estas cosas los amordazados grismente en el alba.

Los perros viejos tienen mucha dignidad. El mundo es un mecanismo perfecto: cuando un perro viejo empieza a llorar, otro perro viejo deja de llorar en otra parte. Lo mismo ocurre con la risa. Cuando un poeta irlandés muere, ¿nace un poeta irlandés en otra parte? El mecanismo del mundo no da a basto. El perro viejo avanza cojeando. ¿Por qué no duerme? Se detiene delante de alguien que lo ignora. Se pregunta si no va a llegar nunca la noche. Calcula mentalmente las horas. El hombre que lo ignora no es del lugar. El perro mira a su alrededor. Hoy todo lo ve negro. El hombre no es del lugar. No sabe que ese es el crepúsculo clavándole el espolón a la madrugada. El perro presta más atención, de lo contrario nunca llegará la noche. El hombre no se da cuenta de que la oscuridad galopa y cae sobre ellos. Definitivamente no es del lugar.

Puesto que los perros viejos están prevenidos, pueden esperar eternamente y saben a qué atenerse. Estas son las versiones que nos proponen: un agujero, una pared que tiembla. No hay por qué inquietarse. Los perros de esta calle están acostumbrados pero el hombre que ignora el minuto de vida breve, de vida con ojos abiertos, nunca será el desnudo en el paraíso de su memoria. Definitivamente el hombre no es del lugar ni de la noche.


LA ZONA DE FUEGO

Tanto andar en la sombra de la sombra, lo inaudito se vuelve cotidiano. Mis libertades me llevan a vivir situaciones muy peligrosas. Esta noche me he propuesto tomar venganza de la noche. Al café metalizado le sumo una dosis intravenosa de ron rubí. Escribir es más de todo lo que ocurre. Los tijeretazos plateados de luna cortan los hilos que me atan al mundo. Café, ron, perro, noche, hombre, Nelson, Ingerborg, Alejandra desnuda en el paraíso. No escribo para no nombrar lo que no existe. Un desmayo definitivo no alcanza a dormirme definitivamente. Mientras decido no escribir descubro a dos barbudos semidesnudos que me atan en el respaldo de la cama. El alcohol me retrasa las palabras y no logro preguntar si soy yo, o es Alejandra la que gime. No sé que hacen estos dos desconocidos en mi habitación, tratándome con excesiva confianza. Los dejo trabajar un rato fingiendo estar dormida. Dejo que jueguen con mis huesos brillando en la noche. Ya no es la hora inocente. Es la noche de los rostros doblados donde no puedo verlos. Esta lila caliente. Este corazón misterioso. Estos barbudos en la zona de fuego. Esta Alejandra que no muere. "No más dulces, muchachos", les digo mientras rompo con todas mis fuerzas los lazos que me atan al respaldo de la noche y cierro las piernas. Explicar esto con palabras de este mundo. Esta noche en este mundo tendrán que entender otras palabras. Los barbudos se echan hacia atrás. "Hombres hambrientos. Les he dado los huesos, les he dado el dulce, les he dado el crepúsculo. Es hora de amanecer. Se terminó el recreo del insomnio. Tengo que escribir y despertar, o despertar y escribir. Vaya a saber qué cosa ocurre primero u ocurre mejor." Y con la cabeza gacha los barbudos vuelven inmediatamente a los libros de donde nunca debieron haber salido.

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