Sábado, 26 de junio de 2010 | Hoy
Por Miriam Cairo
Extrañamente próximo, íntimamente extraño, el acto endemoniado de comerse un pastel desnudo, parece propio de los sueños, y una se sorprende de cómo trabaja el apetito, de todo lo que puede transformar: hoy en mañana, lejos en acá y darle a lo transformado una movilidad de esencia, sin necesidad de pasar por el nombre de las cosas.
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Ella lo ama, pero tiene que ganarse su sustento. El la ama, pero tiene una esposa a quien garantizarle el sustento. Ella tuvo un marido, pero ahora éste tiene otra esposa a quien garantizarle el sustento. En el medio de los deberes y las cosas, el amor es una brizna sediciosa, que se filtra por las hendijas de los seres, de las garantías ganadas y de las garantías desistidas. Así también, la poesía es la fina hebra que se cuela en los textos kristevados para llegar a esa zona de garantías desistidas donde la mecánica cuántica nos zozobra de placeres.
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El pastel desnudo de tu cuerpo tiene sus límites. La realidad tiene sus límites. En este banquete me han dado el papel de una mujer que come el postre con un hambre fatal. Digamos que todo el tiempo estoy probando los límites de lo real. Los límites del cuerpo. Los del hambre. Los del lenguaje y de todo lo demás.
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El ángel amadascado se ve incitado a un nacimiento permanente o mejor aún, a las puertas del nacimiento y explora como recién parido aquello que lo concibe. Se divierte con juegos de niño, se desarregla para no encarcelar su voz en el habla vaciada de los hablados.
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Los límites del pastel son señalados por el cuchillo: la mitad para mí, el resto a la basura. En Marrakech, bajo el sol, has dejado el pastel abierto boca abajo.
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Sumergido en el sabor, el sexo es lo que el ángel tiene de más humano, aquello que lo cuestiona, que lo despega del automatismo de su desenvolvimiento habitual. ¿Sos vos el ángel amadascado y desnudo que se deja comer el fruto pelado a vivo?
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Un cuerpo desnudo existe en un tiempo interdicto, no en un tiempo domesticado. Podrían señalarse otros vampiros: la propiedad privada, los sapos cornudos, los francotiradores morales. No mires nunca a esos monstruos buenos de pupila amarilla y corazón de hojalata. Pobre mundo, mirá todo lo que le han herido.
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¿Agujereaste la piel de la diosa? Cuando dejes de cantar, los cielos cerrarán las ventanas para siempre, entonces, los francotiradores pondrán en fila a los ángeles y los fusilarán pero no podrán impedir que los ángeles amadascados sean comidos desnudos. Pobre mundo, mirá todo lo que le han prohibido.
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Mística cuántica, palabra sin red, pornografía mística. Los ángeles amadascados lanzan el doble ataque de la desnudez del cuerpo y la desnudez del alma. Se ponen a resguardo de las prácticas insignificantes que saturan el transcurso de los días.
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Un francotirador no se lanza arriesgadamente al centro del mundo. En eso, hay que diferenciarlo de los sapos. Los sapos son capaces de buscar la salida hacia adentro con un dolor que apabulla.
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¿Cuál es el lugar histórico del ángel amadascado? ¿Qué lugar ocupa el sexo en la multiplicidad de prácticas insignificantes? ¿Cuáles son las leyes de su funcionamiento? Tales y otras preguntas se niegan a contestar los francotiradores, amparados en un oscurantismo proclive a los aplausos.
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Todo ángel de damasco, por más que haya despreciado cinco, diez o veinte años de su vida entre una sinopsis de impuestos y una síntesis de gastos fijos, cuando rompe las cadenas de sí mismo cae desnudo en el centro del mundo con la humildad de los abatidos.
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Entre la masticación de un apetito ultrajado y el tedio embanderado por los francotiradores, el ángel amadascado excava cada vez más firmemente su terreno propio y de su resistencia extrae líneas de fuerza y de mutación sobre el conjunto de prácticas insignificantes que van masacrando el transcurso de los días.
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Todas las cosas inanimadas tienen un ánimo de escollos. El sapo puede saltar al centro del mundo lleno de heroicas cervezas. El francotirador en cambio, se encierra en la sala de estar. En la sala de estar muerto, mientras el ángel amadascado deja que se le cuelen por las hendijas los hilos pasmados de amor.
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