Domingo, 5 de marzo de 2006 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: ¿Con o sin? Sin. ¿Seguro? El bueno y el malo. Pero sin. Hecho. Lo que más me jode es que vos siempre ligás para la mentira. Ojo que es sin. Las tres en la mano. El cinco, el ancho falso y el siete. Todos oro. ¿Y si le pego el grito? Toco madera. Y me vino la jardinera. No se canta. Dijimos sin. Sin flor. En este campeonato de truco, se juega sin flor.
Dos: Es todo lo mismo. Exagerás. No es todo lo mismo. Al menos es la misma base. Los Rolling Stones de prepo, el "Toca" que se escapa, los afiches contra el tarifazo, el dos por uno, la moratoria sin intereses. Es todo lo mismo. Y más. Exagerás. Hay millones de ejemplos. Y no te entiendo. Miro las imágenes de los pibes empujando para entrar al estadio de River y pregunto como un idiota, si saben que no tienen entradas, que no las van a conseguir, que no van por la reventa, ¿para qué van a las puertas? Respuesta para un idiota, me decís, te tengo que dar una respuesta propia de preguntas idiotas. No te entiendo. Van porque se entra, porque no hay regla que diga que el que no tiene entradas no entra, que el que no paga, no entra, que el que no, sí. ¿Estás loco? Más cuerdo que nunca. El que no, sí, no funciona. Explicame. Que será que me hago pasar por discapacitado pero yo entro. ¿O no sabés que los inválidos se venden? No me jodas. No me subestimes. En los recitales de Buenos Aires hay tantos lugares para discapacitados. Sí. Según la norma, el que no, sí, cada discapacitado tiene derecho a ingresar con un acompañante. ¿Aunque se pueda valer por sí mismo? Aunque pueda. ¿Entonces? Que siempre, siempre, fuera de los estadios, hay dos monos con celulares que venden discapacitados. ¿Tengo veinte tullidos?, tengo veinte entradas de acompañantes para vender. ¿Pero si el quía llegó con los dos pies? Ahora usa muletas, se invalida, entra al negocio. Me quedó afuera un nabo que está dispuesto a pagar el triple del valor del campo. Que salga el de la silla de ruedas, dice el mono del celular, que pase por la puerta cinco en vez de la seis, y el rico tipo que paga de última entra con el tullido renovado enrostrando en pase especial. No te creo. Andá a verlo. Pero si no. Pero si no, sí. La regla es la no regla.
Y eso es todo. Los rollinga sin entradas van porque sin derecho se obtiene el derecho. No puedo hasta que puedo. Y es lo mismo que el "Toca" fugado de la comisaría a fuerza de boquete, sordera y ceguera de los que lo cuidan. Rolingas sin derecho. No es lo mismo. Sí lo es. Fijate que el tipo mata, a sangre fría destroza a un tachero y se logra escapar. Hasta que la presión popular enancada en el injusto martillar mediático, a este sí, a este no porque sí, le hace ver la luz y la capacidad de investigación a los servidores del orden que, oh casualmente, encuentran al homicida. Porque sí, lo encuentran. Lo "desaguantan" de los lugares que solía frecuentar. Y lo encuentran. Preso acá, enviado a la cárcel de Coronda, la más segura, la más antigua que supo tener hasta hace poco un tanque de agua grande como mayor obra de construcción y mantenimiento. El asesino aislado. El juez, provéase, exhortos, cientos de causas por minutos que ingresan, junta las pruebas para decir será justicia. El expediente lleva carátula clara y el sello malsano. ¿Sabías que hay un sello en los Juzgados penales que sirven para marcar los expedientes? Los graves, los que merecen atención para no naufragar en el mar de carpetas eternas, NN, tocamientos inverecundos o sicalípticos varios, se diferencian cuando el molde de madera se moja en la almohadilla azul y estampa: "con preso". En la justicia de la invencible provincia que crece a la velocidad de la soja, hay urgencias que se funden a base de tinta con preocupaciones leguleyas: con preso. Punto. Pero resulta que vos te levantás a la cinco de la mañana, mate y galleta de gluten, triste invento para los que no pueden pan dulce todos los días, y el úa, úa insólito a esa hora, mucho ruido de motores de autos viejos, gritos de órdenes con olor a torpeza. Es que vos, a quién se le ocurre por cierto, mirá que hay lugares en esta ciudad nacida a la vera del río marrón, puente hermoso al pueblo de casas con rejas, parque de independencias, de libertadores urquiza y todo eso, a vos, se te da por vivir medianera de por medio de una comisaría. Es más seguro, me decís, se nota, te digo con ganas de darle al mate, vos siempre lo hacés sin que se queme o se hierva. Se nota, digo, cuando miro el boquete en la pared de tu negocio, catorce tipos empujando el ladrillo puesto hace años, esto tuvo que hacer ruido, alguien se ha debido dar cuenta. Vos, no te culpo, laburando de sol a sol. Pero los encargados del orden, de dar certificados de vecindad, de certificar firmas para el Anses, de tomar denuncias por cosas de lo más variadas, ¿no escucharon? Nones. Y bué. Pero si en las comisarías no debe haber presos. No debe. Puede. No. Puede. La ley del no, pero sí. ¿Las cárceles sanas y limpias? Lo mismo que Dios, fuente de toda razón y justicia, que ha de andar ocupado porque no demanda. Ni él ni la patria. Ya se verá. Ni sanas ni limpias, de las comisarías con medianera a la civilidad se escapa un asesino. El Toca. Y otro. No me acuerdo. Catorce presos peligrosos, de armas y cuchillos tomar. No se debe. Pero se puede. La angustia se monta en taxi, un hombre crudo que supo vagar por todos lados, rumiando lágrimas por su hijo muerto, buscando al asesino como en el oeste de las películas de la tarde de sábado. Y ahora vuelve a brotar con presión de sangre y dichos, los medios gritan que fugó el asesino del taxista, todos temen que el ventilador salpique. ¿Y por qué un asesino preso en una cárcel segura vino a la comisaría burlada a boquetes?, grita la voz del sentido común con sordina ciudadana de todos los días. ¿Yo señor? No señor. No, no y no. Que el juez no sabe. Respiro. Pienso. Ahora me las doy de filósofo y decido pensar la realidad y no actuar a los ponchazos para ver cuántos votos cosecho a futuro y gloria y loor para el presente. Pienso. Un juez que tiene a su cargo a un asesino dice que no sabe por qué el matador es cambiado de lugar de detención. No es posible. Y es. No, pero sí, mi querido rollinga. Sí. Es que la norma, señores y señoras de este pueblo, la bendita norma sancionada hace un rato, o en el reinado de Juan XXIII autoriza a un cagatintas a cambiar de lugar a los presos, para garantizar el derecho de tranquilidad y fratraslafra Fidel Pintos. No entiendo. Porque sos terco. La cárcel estaba cabrera, había problemas, traslademos a los presos revoltosos a otro lugar. ¿Los trasladamos a los revoltosos porque no se hacen la cama a la mañana temprano y no se cepillan las uñas? No seas idiota. ¿Y a los peligrosos los ponemos en las comisarías de la ciudad, rodeada de giles que pagan impuestos, alumbrado, barrido, limpieza y algo de seguridad? No puede ser. No. No. ¿Pero sí? Claro, hermanito, sí. La presión popular, me da vergüenza decirlo, captura por segunda vez al preso revoltoso, homicida y peligroso. ¿No hay dos sin tres? ¿Y el resto? ¿Todo el resto?
Camino por las calles para descarbonizar mi cerebro. No al impuestazo. Me hace falta una tira de goma que descargue la estática en las veredas. Están todas rotas, me decís, no va hacer contacto. No a la suba del precio del transporte público. ¿Cuánto cuesta el afiche? ¿Paga impuestos a la publicidad el que los pega? Camino, camino para olvidar. Y no puedo. Firma el afiche enojado con los impuestos, injustos, por cierto, con aire de trampa si se sancionan de buenas a primeras después de las elecciones, firma, te digo, el frente de un partido. Espero que no sea el mismo que le cobra ganancias a un laburante que osa ganar algo menos de dos mil pesos, o que mantiene el impuesto al cheque por transitorios años, que dejó en calzoncillos a la empresa que pedía aumentos, justo ahora que le autorizo un veinticinco por ciento de aumento. ¿No son los mismos, no? No. Pero sí. Juego al aplauso estrecho del aquí y ahora y me importa un bledo pensar en todos hacia el futuro. Esa es la onda expansiva de la regla tonta que reina y gobierna. No, pero sí. A cada paso. En la cola del banco que burlás con cara de vivo criollo, cuando conduzco por la izquierda y me frego de todo, cuando soy vivo si evado, si no cumplo, si no soy gil.
Tres: El truco debería ser declarado como el más lindo juego de cartas basado en la elocuencia de la mentira actuada. Sabemos en estas pampas que la adrenalina invertida en tres cartas que se blanden como el poder mismo a la hora de imaginar puntos para el envido o capacidad matadora en el vale cuatro, amerita tal consideración. Mentir en pos de los porotos de los tantos. Mentira actuada, grandes actores ha dado el juego, para deleite propio y de espectadores.
Sin embargo hay algo que se cumple. Cueste lo que cueste. No hay mentira posible. Las reglas se respetan. Si jugamos sin flor, exaltación sublime de la suerte con forma de tres cartas del mismo palo, jugamos. Y si no, a nadie se le ocurre gritarla en el torneo que la tiene vedada. Nadie osará decir flor si este partido no lo admite. No. Y no hay no pero sí que valga.
Ni en el truco se admite la excepción de esta regla. No, pero sí. Ni en la panacea de la mentira. Será que entre todos hemos sabido construir una realidad más mentirosa que el truco mismo. Eso me lo dijiste vos. Será.
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