Lunes, 13 de septiembre de 2010 | Hoy
Por Daniel Attala*
Leo con agrado, en una nota de Rosario/12 de la semana pasada firmada por el senador provincial por el Frente Progresista Juan Carlos Zabalza, que hace tiempo espera ser tratado en la legislatura un proyecto que contempla la creación de Juzgados de Pequeñas Causas. Leo también, ahora con desagrado, que el proyecto dormita en el Senado provincial el sueño de los justos. Pienso que los que no debieran tener ese sueño son los senadores que no lo discuten. Voy a contar una anécdota.
Tengo 45 años. Hace 15 que no vivo en Argentina: primero viví en España, ahora en Francia. Hasta los 30, y desde el comienzo de mis estudios universitarios, viví en Santa Fe, donde siempre fui, para desgracia mía, inquilino. Porque pese a todas las alegrías que pude conocer en mi vida de estudiante y después de trabajador y padre de familia, ser inquilino en Santa Fe fue invariablemente un infierno. Un infierno que me llenó el alma de un odio contra propietarios, inmobiliarias y Justicia del que me llevó años desprenderme. El último acto de la cura de ese viejo resentimiento sucedió hace un tiempo en el país en el que vivo, donde también fui inquilino pero donde funciona desde hace tiempo una "Justicia de Instancia" muy accesible y desde hace algunos años unos "Tribunales de Proximidad".
La explicación de mi odio de inquilino únicamente la necesitan los que nunca lo fueron. Es esta: porque el inquilino en nuestro país es objeto de las mayores arbitrariedades, una arbitrariedad metódica y sistemática, es decir sin ninguna posibilidad institucional de evitarla y de hacer efectivo un reclamo que no sea "pedir" la gracia soberana del propietario o de la inmobiliaria. ¿Ante quién "exigir" cosas tan ínfimas (aunque tan vitales para el inquilino) como el reemplazo de un caño podrido, de una persiana que no abre ni cierra, de unos cables pelados de viejos? ¿Con qué esperanza de ser escuchado va el inquilino a recurrir a un tribunal por cosas tan chicas cuando por otro lado prescriben causas tan groseras como la de los juguetes de Vanrell? No hablemos de la injusticia de tener que aceptar contratos anuales y temblar al final de cada uno hasta conocer el precio que el dueño pondrá "si no se le ocurre echarnos", al derecho de seguir viviendo en "su" casa. (En Francia, por ejemplo, una Sociedad no puede alquilar un inmueble de su propiedad por menos de 6 años, y una persona física no puede hacerlo por menos de 3, a no ser que tenga razones valederas para alquilarlo por menos, pero en este caso las razones deben figurar en el contrato). Hablemos de un par de injusticias que calzan bien en un Juzgado de Pequeñas Causas: 1) las reparaciones que corresponden al propietario, pero que el ejecutarlas o no depende de su buena voluntad, ya que el inquilino no sabría cómo hacérselas pagar; 2) lo que el propietario exige que sea reparado al final del contrato como condición para liberar caución y garantía, donde es tan improbable como en el caso anterior resistir al abuso. Estos dos motivos fueron un dolor de cabeza constante y horroroso (por injusto), durante los diez años que alquilé en mi país.
En España alquilé y por suerte no tuve problemas. Pero en Francia alquilé y sí tuve problemas: cuando decidí abandonar el departamento, la propietaria me pidió 1500 euros en arreglos (moqueta sucia, pintura saltada). Entonces decidí poner a prueba la República. Me asesoré en una oficina gratuita de ayuda a inquilinos. Fui al Juzgado de Proximidad (causas inferiores a 4000 euros). Chapurrié como pude la historia de mi caso. Adjunté los papeles que tenía. Razoné mis derechos, sin invocar leyes, que desconozco, ni pagar canon, porque el trámite es gratuito, ni delegar abogado, que no se necesita. Presenté todo y a las dos o tres semanas me convocaron. La cita fue en una sala. Unas cincuenta personas de todos los pelajes esperaban adentro, sentadas. Eran todos casos como el mío: préstamo de taladro no devuelto, servicio defectuoso de Internet o teléfono, moto que al día de vendida reventó, mucho inquilino. Al frente, el juez con dos ayudantes oía a hijos y a entenados. Llegó mi turno y me adelanté. Lo mismo hizo "mi" propietaria, que para mi sorpresa no me miró con desdén: no se la veía tan segura de su derecho, ni de tener al juez de su lado. En el estrado, expusimos nuestros puntos de vista. Yo, extranjero, en mal francés; ella, francesa, bien educada y mejor vestida. Se nos preguntó y respondimos. Se nos pidieron concesiones mutuas y rehusamos. Y nos fuimos odiándonos de reojo.
A los dos meses recibí la sentencia (que por ser de poca monta era inapelable): en lugar de 1500 tenía que pagar 300 euros; como la caución había sido de 700, me devolvían 400. Y a la semana recibí el cheque, último acto de la cura de mi odio contra los propietarios, las inmobiliarias y la Justicia -al menos contra la de Francia; al menos en cuanto no tiene nada que ver con causas como las de los Roms, como llaman acá al pueblo gitano.
En definitiva, pienso que sin Juzgados de Proximidad y Pequeñas Causas, la vida es un Pequeño Infierno. Es cierto que con ellos tampoco es un Paraíso, ni siquiera Pequeño. ¿Pero quién pidió el Paraíso?
*Escritor y profesor en la Universidad de Bretaña (Francia).
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