Viernes, 10 de marzo de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suarez y Margarita Scotta
No podemos dejar de pensar en dos últimos acontecimientos enmarcados en la venganza más pura y enigmática, una que atraviesa lo humano de punta a punta (un animal puede defenderse en una disputa pero derribar el nido de su contrincante pensando en su perjuicio es imposible. Podría matarlo sí, pero no ajustar cuentas).
El primero de estos hechos refiere a esa mujer despechada y virtualmente engañada que, violando las leyes y acuerdos de una banda (en apariencia perfecta) dejó ver claramente el ardid al delatar a su marido (quien iba a "irse con otra" a posteriori del atraco) desbaratando de este modo nada más y nada menos que al robo del siglo. La policía entre túneles y secretos de alcoba finalmente tiene develada la situación pero la gente sabe que detrás de este espionaje circuló daño femenino orquestado como respuesta al agravio recibido. En definitivas, el Banco Río fue vengable esta vez y la investigación sacó la espina gracias a esta señora y sus pagos de sangre.
El otro hecho lo constituye la cesión del local de comidas por parte del empresario Miguel Doñate al líder piquetero Raúl Castells para abrir un comedor comunitario en el barrio porteño de Puerto Madero, un coqueto lugar donde es mas económico un diamante que una hamburguesa con papas.
No podríamos confundir en ningún caso el gesto con un modo de caridad o equilibrio entre ricos y pobres. De ninguna manera. Parece ser que la Municipalidad de Buenos Aires encontró gente bailando en el otrora lujoso restaurant del mencionado Doñate y lo cerró pues no tenía habilitación para tales fines. Quizás en una mezcla de presión impositiva, falta de apoyo de sus pares aledaños y pocas ganas de pagarle a Sadaic este empresario (conocedor de los bienes y los males) se desquitó haciéndoles a los de su palo (enriquecidos entre otras cosas de tanto eludir a la Afip y vender en negro) lo peor: Castells y sus olores in situ.
Obviamente que ésto no constituye una donación en el sentido de alguien que pudiera disponer un poco de lo propio y ubicarse en todo caso en relación a una deuda. Muy por el contrario éste es un rico (a quien le sobra el local) que está haciéndole pagar con su acto a quien supuestamente le debe (o le deben) permitir la bailanta luego de la pizza y el champán derramado en Puerto Madero después de la cena con Menem y Cavallo.
La esposa del ladrón pudo haberlo matado y el empresario quizás podría haber hecho un pleito en la justicia o bien haberse decidido a pagar lo que correspondiera en impuestos si tanto quería ayudar a los pobres (sabiendo que el capitalismo finalmente repartiría la torta ¿o no era así la cosa?).
En los dos casos parece haber funcionado la justicia por mano propia.
¿Serán consecuencias de las fallas que el mismísimo estado tiene para que la ley opere lo que dispara la venganza terrible, original, zoológica y tremenda? ¿será que lo público está privado sí, pero de regulación?.
A Castells se lo ve contento porque a la sazón tiene una risa un tanto demagógica y no alcanzo a determinar si detrás de su barba de "Güemes perdido en el Once" se esconde la verdadera intención de darles de comer a los mas necesitados. Me permito el beneficio de la duda aún reconociendo que de veras el emprendimiento paliará el hambre de muchos.
Digo, si ésto fuese el producto de la auténtica organización de la sociedad (como en 2001 donde la gente armaba pequeñas cooperativas en el barrio para no morir de pena y necesidad instisfecha) no tendríamos esa sensación de asco al escuchar a las acomodadas señoras de este lugar concheto decir "ésto impedirá el turismo", "que se vayan", "no es lugar para esta gente", etc.
Este comedor debería llamarse diente por diente y el empresario (que supo bien cómo castigar y compensar el entuerto entre el Estado, los vecinos y sus propios bienes) podría haber pensado un poco más en este sitio vindicatorio donde la pobreza queda expuesta al público para fotografiar como focas marplatenses.
Hay actos que no son carne al horno y, si detrás subyace este Western donde una mujer a su manera y un hombre con su estilo tiraron a matar queriendo hacer lo que la legislación debiera (policía investigar y descubrir en un caso, el estado asegurar alimento y salud a la gente en el otro) es muy probable que sigamos todos comiendo polenta con pajaritos por muchos años.
No es cuestión de tirar un bife o un hueso al aire, la cosa pasa más por favorecer inscripciones, fortalecer las caídas instituciones que nos gobiernan y así algún día, con la cabeza alimentada como corresponde pensar y tener (no sin pérdidas) un país en serio.
Que la mujer en gestos despechados es capaz de actos impresionantes ya lo sabían los griegos hace 2500 años. Por algo, Eurípides escribió su tragedia "Medea", conmoviendo a espectadores de muy distintas épocas. Medea fue aquella esposa que, hundida en el sufrimiento porque su marido, Jasón, se va con otra, sale del dolor actuando una venganza que hiela la sangre: mata a sus dos hijos (a los cuales amaba; y este detalle es fundamental). Ha pasado a la historia de las crónicas policiales como la mujer que fue más allá de la madre. Algo que a todas nos cuesta tanto.
Parece que estas banquinas inquietantes de lo femenino suelen "morderse" en relación a (lo que se siente como) una traición del hombre.
Si no tengo, no soy
Para las Medeas ya nada importa si no se tiene ese hombre. Ese "no tener" barre trágicamente con el valor de cualquier "otro tener" y así marchan desde el amor más allá del amor abriendo boquetes en la ley. Y se juegan lo que son en lo que poseen: Que la otra no tenga lo que ella no tiene. Con tal de que él no tenga, ella es capaz de quedarse sin tener ¡Y hasta lo que más ama!. Verdaderamente fieles (eso que los hombres exigen de la esposa) despistan, aunque delaten las pistas. De pronto son una mujer con todas las de la ley.
Cuando se sufre un ultraje para el cual no hay sanción que indemnice, la legalidad muestra su falla en alcanzar el fallo justo. En ese punto donde la ley no es suficiente emerge el frenesí vengativo que intentando hacer justicia actúa lo más injusto. La venganza denuncia, no sólo al marido infiel y a su banda, sino al fracaso de una salida simbólica para expiar un sufrimiento por lo que no tenemos. (¿Es que la mujer podría agitar un particularísimo sentido de la justicia desconocido para el hombre, pero debido a la relación con él?).
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