CONTRATAPA
› Por Iván Fernández
La lógica de los supermercados parece ser la de los caminos. Los productos se muestran en itinerarios de opciones múltiples, pero no infinitas, y las góndolas están dispuestas como paisajes, o como árboles (arbustos, álamos) que pueden tocarse. Los objetos que se muestran, las manos que los toman; ya otros lo han dicho: hay algo de recolector de frutos en ese gesto.
Ingresé al Carrefour a la tarde temprano (pasado el mediodía). Apenas uno entra a la zona de compradores, se aparece, entre la entrada y las cajas, una mesa, una especie de oficina abierta en la que siempre están sentados, de un lado la empleada de Carrefour, y del otro un hombre o mujer de ropas obedientes. Es la mesa del crédito, de la ganancia. En este caso el hombre (de ojotas, bermudas y remera) charla con la empleada en lo que parece ser un intento para el acceso al laberinto de los productos. La empleada escudriña las ropas, desconfiada.
Caminando, me meto en el primer pasillo. Un chico (de 4 o 5 años) que está montado en uno de los carritos me mira; cuando voy pasando frente a él, me apunta con una pistola que no veo y apenas la mujer que se había interpuesto entre nosotros se desplaza, dispara. Le sonrío, pero mantiene la mueca áspera del tiro.
No elijo mucho, dos o tres cosas que ya sabía que iba a comprar y cuya locación había fijado en un mapa mental. Tampoco me demoro; los paisajes no habían cambiado. Cuando las góndolas se modifican, y este no es el caso, se tarda un tiempo descifrando las operaciones lógicas de los nuevos agrupamientos.
En el trayecto hacia las cajas me voy cruzando con el hombre de las ojotas, cabizbajo. Ya en los sectores de cobranza, los compradores nos vamos acomodando: en las cajas individuales hombres de traje o mujeres cuidadas empujan carritos rebosantes, con miles de colores y varias variedades de yogur (allí la vida es mejor, todos tienen las defensas altas, los huesos fuertes, la piel estirada y no se mueren de un infarto); en las cajas de pocas unidades vamos formando filas los que apiñamos dos o tres ofertas (fideos mayormente, caja de ravioles). Entre los que toman lactosa fortificada y los que comen ofertas de hidratos de carbono, se cruzan algunas miradas.
Cuando toca mi turno, la cajera pasa los productos por el laser, canta el monto, recibe el billete y pregunta: ¿Quiere donar su vuelto para UNICEF?. Una buena manera de pasar por bondadoso con la plata de los otros.
Fuera del supermercado y caminando por la vereda me cruzo con una familia: el padre hurga el contenedor, la madre acompaña a una nena que va tocando los timbres, y un pibe que conduce un cochecito con un bebé pide monedas en la esquina.
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