Dom 26.12.2010
rosario

CONTRATAPA

Otra vez, los fantasmas ambiciosos

› Por Gary Vila Ortiz

El miércoles 22 de noviembre de 1995, hace poco más de quince años, escribí en esta misma columna un trabajo sobre los fantasmas ambiciosos, que por aquel entonces aparecían con frecuencia, y aparentemente el único que podía verlos era yo. Y me molestaban bastante esas apariciones que podían ocurrir a cualquier hora y en cualquier día de la semana y en el mes que se les antojara. Habían comenzado a aparecer hacia fines de la década del ochenta y siguieron aparecieron durante tantos años que finalmente los transformé en un sueño, o mejor dicho en una pesadilla. Hoy esos fantasmas ambiciosos se han multiplicado a niveles sorprendentes y todos pueden verlos aunque muchos son los que niegan ese carácter de ser fantasmales y tener la ambición de ser hombres comunes como nosotros. Ignoro por qué esta ambición un tanto absurda pero en gran medida lo han logrado.

Es Roger Caillois quien hablaba de ellos en un ensayo escrito en 1946, El poder de las palabras. Por cierto que leído en el 46, en el 95 o ahora, no es lo mismo. Pierre Menard, a través de Borges, nos da la razón. Leamos otra vez a Caillois, desde estas sensaciones del hoy: "He leído en un poeta una extraña fábula. El autor imaginaba que en las capitales, a favor del gran número de personas que se apretujaba en ellas, ciertos seres que no tienen derecho a verdadera existencia, que no son nadie, se deslizan entre el gentío fingiendo que gozan de la misma realidad de aquellos con los cuales se codean. Se mueven, se agitan, se conducen exactamente como los hombres que los rodean, de suerte que los engañan fácilmente. Pero los ojos ejercitados pueden reconocerlos, afirma el cuentista, y entonces es divertido darles caza. No bien son descubiertos, estos fantasmas ambiciosos intentan escaparse...

Y lo cierto es que esos fantasmas ambiciosos han tenido éxito. Se los suponía escondidos, pero poco a poco han vuelto a las calles, y no sólo de las grandes capitales, y están reemplazando a quienes gozan de realidad. Ahora se han multiplicado de tal manera, que quienes no pertenecen a ese género, el de los fantasmas ambiciosos, son una gran minoría que debe mantenerse como escondida para evitar desaparecer para siempre. Hace mucho pero mucho tiempo, Eugenio Pucciarelli nos hablaba de la visión que de América tenía Pedro Henríquez Ureña. Qué lejana nos parece esa conversación y nos preguntamos cuántos son los que saben el significado que tuvieron las obras de esos dos maestros del pensamiento. A propósito de esa charla, que tuvimos en un archivo rodeado de viejos diarios y de papeles, Pucciarelli nos mandó de regalo un ejemplar de los "Anales de la Academia Nacional de Ciencias", en el cual había un ensayo suyo sobre Henríquez Ureña, donde puntualizaba que el ideal de justicia era para Henríquez Ureña, superior al ideal de la cultura. Y citaba: "Es superior el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia perfección intelectual".

Y el triunfo de los fantasmas ambiciosos es que no sólo no tienen pasión alguna por la justicia (en realidad ni tan siquiera saben de qué se trata) sino que tampoco les interesa en absoluto el ideal de cultura. Es decir, si prosperan y siguen multiplicándose, es en la medida que vivimos en una sociedad en donde el único propósito es acaparar riquezas mientras una gran mayoría apenas si tiene para comer y vivir al día. Los fantasmas ambiciosos no pertenecen a esa mayoría sino que tienen un sitio entre la servidumbre de esos seres poderosos que son dueños de tantas cosas, menos de aquellas que signifiquen algo de orden espiritual.

Alguien se preguntará de qué manera podemos identificarlos, pero es difícil una respuesta. Son tantos y están tan confundidos entre nosotros, que no podemos distinguirlos con facilidad alguna. ¿Tal vez nosotros seamos fantasmas ambiciosos, o meramente fantasmas que no quieren salir de ese estado? De elegir seríamos meramente fantasmas sin otra ambición que pasarla bien como tales. Un gran amigo periodista, que ya no está entre nosotros, Justino Ricardo Caballero, tenía varias teorías, que eran más que hipótesis, sobre los fantasmas. Una de ellas era cómo caminaban los fantasmas, pero eso solamente podía darle un tono especial si Caballero lo contaba. Yo solamente diré que en ese caminar de los fantasmas había algo del caminar de Beatriz Viterbo según lo describía Borges, que ahora debe caminar con ella hablando de cosas en las que no tenemos que meternos.

Uno de los más tristes problemas de los fantasmas comunes es enamorarse de alguien que no es un fantasma o seguir enamorado de quien estuvieron enamorados en vida. Estos fantasmas, no los que adjetivamos como ambiciosos, pueden comunicarse con los vivos (por lo menos con aquellos que en verdad tienen vida) de muchas maneras, por ejemplo escribirles cartas, a mano y con las viejas lapiceras fuente. Que nadie pregunte dónde consiguen el papel y las lapiceras, pues para eso no tengo respuesta y no me interesa. Pero si dijimos que esos enamoramientos los sumía en la mayor de las tristezas, es porque pueden comunicarse de la manera que dijimos y de otras, pero tienen vedado tocar el cuerpo del ser amado.

Quien ha experimentado esa imposibilidad no necesita comentario alguno. Pero en los fantasmas se agrega otro hecho: ellos pueden comunicarse con quien quieren, escribiendo, o moviendo de manera curiosa algunos objetos que ese ser amado tiene en su casa, sobre una mesa, en los espacios que dejan algunos estantes con libros más pequeños, pero los vivos no pueden comunicarse de ninguna manera con los fantasmas.

Pero estábamos hablando de los fantasmas ambiciosos y su no tan asombrosa multiplicación. Ellos no tienen ese problema, pues no conocen el amor. Ellos imitan un acto físico, que en ellos es "gallináceo", y nada más. En sus ambiciones están las que predominan en la sociedad que viven, que en general en casi todas es la acumulación de riqueza.

Los fantasma comunes pueden fumar y ese goce, el del sabor del tabaco, les está permitido. También el sabor del té, pero no pueden ni probar una cucharilla de café ni de mate cocido ni de chocolate, aparentemente esas delicias les hacen muy mal. ¿Leen? Sí, pero siempre que sean obras que ya hayan leído en vida.

Pero volvamos a la abundancia de los fantasmas ambiciosos. Hasta ahora si bien han conseguido ser cada vez más, todavía no han logrado el estado de humanidad que persiguen. Y no podrán lograrlo, pues los fantasmas son siempre fantasmas. Y en cada país se rigen por leyes diferentes. Siempre hay de los dos tipos, los comunes y los ambiciosos. Cuando avanzan en sus ambiciones, en algunos países al menos, los ambiciosos pueden a llegar a tener poder y transforman todo en fragmentos de una pesadilla que ni ellos mismos llegan a comprender de qué se trata. Los fantasmas comunes, que son los que amamos, siempre tienen actitudes que nos parecen demostrar una gran sensibilidad.

Escribimos estas líneas sabiendo que cuando se publiquen, si se publican, quedan en el medio de lo que en nuestra civilización se llaman las fiestas. ¿Creen los fantasmas ambiciosos en las fiestas? Sí, pero de acuerdo a dónde se encuentren. Y de acuerdo a sus conveniencias. Los fantasmas comunes creen en lo que han creído en vida, es difícil que modifiquen sus convicciones.

El lector podrá preguntarse si es cierto que tengo tanta familiaridad de con los fantasmas. No demasiada, pero suelo verme con algunos, yo solamente puedo verlos pero ellos pueden escribirme y en estos días suelen escribirme poemas de los cuales con seguridad son autores. Me gusta que lo hagan pues llegadas estas fechas siempre me asaltan las nostalgias y las tristezas. Entonces ellos me encuentran en algún café y para que quienes me atiendan no crean que estoy absolutamente loco, voy con una libreta y una lapicera, escribo algunas pavadas, hago dibujitos y de esa manera puedo leer lo que ellos me dan en esos papeles que tan sólo yo (al menos en esos momentos) puedo leer.

El otro día me encontraste en un café al que ya hemos ido otras veces. Y me diste un poema de amor con algunas anotaciones marginales que por cierto tendré en cuenta. Pero las guardaré para mí, aquí solamente copiare fragmentos del poema, porque me gustó mucho y a lo mejor hay alguien que lo lee y siente lo mismo que yo.

"Sí, claro que si, aún podríamos amarnos. Debe haber algún momento para que eso ocurra. Sería difícil, pero posible. Vos por ejemplo, ya no sabés nada de mí. Ignorás como es la cara de mi vejez, tampoco sabés dónde me escondo o esos sitios donde en realidad creo estar escondido. ¿Me preguntas si me acuerdo? De todo, por supuesto, hasta aquellas lecturas de los poema de Catulo a Lesbia y sobre todo de esas páginas que nos aproximaban tanto de La tumba sin sosiego de Cyril Connolly. Más aún, te confieso que invento recuerdos o mi memoria recuerda más cosas que yo. En realidad te veo todos los días, pero vos ni tan siquiera ves mi mirada y mi voz te suena distinta. Me ves como rodeado de fantasmas, y es así, pero entre esos fantasmas los hay que son los tuyos en otros momentos de nuestra vida en común".

Es cierto, le digo al fantasma que no me escucha, el poema me resulta triste, pero es cierto. Además, lo más terrible es tu anotación marginal, que sea de la manera que sea no estaremos enterrados juntos. Y yo creo, como Emily Dickinson que si el amor prevalece, y también la verdad, se puede conversar de tumba a tumba como en uno de sus mejores poemas.

Y pienso, hasta me atrevería a decir que tengo la certidumbre (el fantasma común también lo cree) que nada mejor que pensar para el año que vendrá que lo único que puede salvarnos de cualquiera de las formas de todos los infiernos tan temidos, es el amor, no hay otra cosa. O nos amamos los unos a los otros o si no seremos destruidos de una manera u otra.

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