Sábado, 16 de abril de 2011 | Hoy
Por Miriam Cairo
El hábito hace al monje, el instrumento al músico, el libro al escritor, el puñal al asesino, la pollera a la vendimia, el esguince al cisne y el caracol a la langosta.
El hábito es oscuro si el monje es oscuro. El asesino es bestial como su cuchillo. La pollera, morada como la uva. El caracol no tiene que ver con la langosta. Con el escritor y con el cisne pasa un poco de todo. No así con la escritora de la página última, pues con ella pasan cosas peores. "Tengo frío, no vayamos a París", puede ser alguna de esas cosas.
Por una simple cuestión de hábitos y vendimias, la escritora de la página última enciende el pabilo a la hora de los saltos insomnes. Después el lector pega la frente contra el diario a la hora en que deben callarse los gemidos.
De la última página cae una lluvia negra de tinta negra y el lector se echa hacia atrás empujado por un suspiro demasiado. Chorros de tinta negra caen sobre tierra colorada.
El soporte hace a la obra y la obra al artista. La capilla Sixtina hace a Michelangelo, el temblor a Schiele, el puñal a la muerte, el mingitorio a Duchamp, el libro a Lautréamont, el papel de diario a la escritora que enciende el pabilo. Todo en su debido lugar. A su debida hora. En su debido orden. Orden de mérito. De meridiano de Greenwich que se comió un sándwich para no levantarse de la mesa de juego. Lo sé todo, 1977.
El lector es excesivo como todo amante parafílico.
Lo que está en un libro es literatura. Lo que está fuera del libro no es literatura. ¿Qué escribe la escritora parafílica en la última página de un diario parafílico? "Tengo frío, me voy a Oberá". El lector es terrible. Lee cosas que nadie se atrevería a escribir. O la renquera en el pie de página. O la página que fue llevada de los pelos al país de las pelucas. O el esguince del cisne. Suprimamos esto y no queda más que el sexo escondido en el costurero.
Los escritores viajan a París, las parafílicas a Misiones. Los cuerpos se visten, los huesos se desnudan. Cuidado con la que esconde en la mano el aullido del lobo. Cuidado con los dones colmados de condones. No es la voz de la narración, es la misma carne desnarrada.
Algunas cosas se parecen a otras cosas. Ducasse construye a Lautréamont para crear a Maldoror para crear a Alejandra para crear el silencio. El lector es terrible. Lee lo que nadie ha escrito.
El diario no libra a la escritora de ser una escritora. Todo lo contrario: la confirma. Porque la aparta la confirma. Allá el libro, acá la página. Allá la cópula. Acá la parafilia. Allá el premio Clarín. Acá el texto desnarrado. Allá la palabra carbonizada. Acá el pabilo. Esto puede ser alguna de esas cosas. El lector bebe sendos chorros de tinta negra.
Quede claro que la parafilia literaria no es una doctrina para poner en práctica. Los doctores no lo recomendarían. La Gestalt y el mercado editorial, tampoco. Nadie diría que los doctores, la Gestalt y el mercado están en celo. El celo es una parafilia literaria.
Así, no. Todo esto en un libro, no. Que no quiero verla. A esta literatura parafílica no quiero verla. En las librerías no hay estante disponible. Al manicomio. Señoras y señores, no entren, no compren, no lean. No envíen su corazón a Noruega. No lograrán deshacerse de él, que volverá irremediablemente a la casilla de huesos. La cuestión del corazón está en el pecho, no en Noruega. Todo viaje tiene su regreso. Esto puede ser alguna de esas cosas.
Según un poeta, la luna es una galleta /mordida/ flotando en el cielo. Según otro, la luna es un perro. El lector puede encender un farolito chino. El lector puede no leer. Puede leerlo todo. Puede leer aquello que no se ha escrito. El lector no sale de su casa ni de su asombro. Sale de sí mismo para ver la galleta. Se prolonga en el mordisco del perro. El lector es un viajero perdido llamando a la puerta de un morador perdido. Ambos se pierden en un abrazo. Esto puede ser alguna de esas cosas desnarrables.
Tener un pájaro que no vuela es una acción malvada. No escribir lo que vuela, también. (Otra razón para no guardar el puñal entre las sábanas). Que el lector de otro diario sea invitado a leer este diario es una acción malvada. Hay pájaros que han decidido no volar y escritoras que han decidido no escribir lo que no vuela. Esto puede ser alguna de esas cosas. Volverse alguien que no viaja a París, por ejemplo. No ganarse el premio Pirulín, otro ejemplo. Poner una bomba en la puerta de Alfaguara, otro ejemplo. Esto puede ser alguna de esas cosas.
El lector de otro diario, puesto a leer éste, da tumbos sobre sí mismo, literalmente fulminado por los chorros de tinta. Su corazón no late. Se lo saca y lo pone sobre la mesa. Entonces nota que su corazón se halla en Noruega. Dígase lo que quiera. Dejar el corazón en Noruega es una acción malvada. Como violar cadáveres de mujeres hermosas recientemente muertas o prontas a fallecer de tedio o de anorgasmia.
El lector de la página última escribe lo que lee. "Desnudame", lee, y escribe desnudame. Desnuda dichas espantosas. Abrirle el corazón sería desnudarlo dos veces. Suceda lo que suceda sabe a qué atenerse. Hay lectores buenos porque no son malos. A priori son cleptómanos de sí mismos. Se roban la posibilidad de leerse y desnarrarse gota a gota en la página última.
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