Viernes, 6 de mayo de 2011 | Hoy
Por Bea Suárez
El Paraná crece y crece, sube, asciende, trepa, traga árboles, espinillos, expulsa ratas, ahoga vacas, toritos negros, arruina ranchos, evacua gente, pescadores salen volando, desparrama víboras de lengua dividida, penetra el aire hacia arriba, achica la barranca.
Desde un pudoroso grupo de ramas emerge la pregunta de hasta cuándo, hasta dónde pretende llegar el marrón masculino que destroza y embiste.
Danzan los reflejos del agua, muy cerca de Scalabrini Ortiz, imagino los silos Davis tapados hasta la mitad, pienso que creciera tanto hasta alcanzarnos, hasta meterse en casa, acá, desde donde escribo para no suplicar.
El río duerme campos, deshoja, contamina, bate, arrastra, arma el camalotal donde viajan especies aromáticas, yuyo, monos, varillas y mi melancolía. Húmedas quedan alma y gaviota, el denso follaje adquiere la forma de su antojo.
Es una masa anual a la cual deberíamos darle una gran importancia, vale más que un asiento bancario, una protesta sindical o campaña política; es un llevar el otoño por delante y hacernos ver quien es quien en esta ciudad de guapos.
El río baila música fibrosa. Su misa prolija ha devenido rezo turbulento, no se entiende el mensaje ni se escucha su Biblia de mosquitos y aguaciles.
Yo bajo la cabeza al verlo así, todo enorme, su gesto grandioso me inunda, solo tengo para darle una avaricia de miradas. Camino asustadiza al borde, aún gentil y seco, pero imagino cosas de él, como de un hombre que pudiera hacerme mucho daño.
Tiembla el suelo donde vive la familia Taganone, la que comercializa los pescados, supongo que andarán en tierra, perdidos, en el hollín de Pellegrini; sufro ante la belleza en sacrificio; me viene un escalofrío, ése, el intermitente de la vida misma.
El río infinito deshace la costa baja, une riachos y queda sólo él imperando y vigilando la ciudad; pasan coronas de flores, hojas de enredos río arriba, como plataformas de Brasil, Corrientes, Paraguay o Baigorria, que ni miran. Tal vez pasa el futuro mar.
¿El agua es una ilusión? ¿lo es el cielo que la toca? ¿a cuánto llegará la Prefectura cuando termine mayo? ¿qué será de los botes y su trágico ascenso?.
Pálida, la arquitectura imperfecta del caudal parece (por momentos) que va a apaciguar la cosa, que aliviará a los clubes de la costa de esta amenaza, de tener que rendirse.
Una fisonomía parecida a la de Dios ronda en forma cósmica la costumbre del temor, promete que el agua bajará una tarde cualquiera. Una tarde en misterio se turbará el hidrógeno gigante para calmar la sed metódica del río, a quien parece que ningún centímetro cúbico bastara.
Será el triunfo sereno de una naturaleza imperturbable, el ritmo musical. Los firmamentos de dos mil once desinflarán Paraná como aire, lo volverán amigo.
No se sabe.
Este río, así, hoy, ha silenciado una simiente que toca sin pudor mi zona más oscura.
Le tengo miedo, le tengo también vergüenza, siento que le debo algo, muchísimo más que antes, lo intuyo acreedor, se aparece más grande que la alegría, más fantasmal. Una criatura descompuesta.
Junto a las transparentes casillas isleñas que ya flotan hay injusticia para ver, una razón que las compuertas de Yacyretá o las lluvias no alcanzan a justificar.
Existe algo inexplicable en esta creciente que quedará en las sombras. Hay cenizas de palabras perdidas que ningún hombre conocerá jamás. Eso me duele.
Trémulo pasa, enorme su fulgor.
Y yo, sin saber nada de nada. Aún así. A pesar de eso. Lo contemplo.
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