Viernes, 13 de mayo de 2011 | Hoy
Por Bea Suárez
A mi amiga Sabrina Zambito, y su rodilla en pesadilla.
Lo veo triste, pero tan triste, que por momentos no puedo explicarme el sentimiento. Me dice que de seis que quedan deben ganar cinco, se lo ve cansino, preocupado, en un desasosiego de película.
Sufre la letra Be con alargada agonía, infinita a todo lo que pasa. Ya no: canchero y arrogante, fuerte, plebeyo, de sueño en sueño. Ahora "de seis tienen que ganar cinco" pasó a ser la frase que repite como la nena con "eraparauntar".
Descendió, cayó a la Be, se precipitó a un torneo raro e instantáneo, donde el éxito no será ser campeón sino subir, salir de una estación salpicada con desgracia y burlada por la otra mitad de Rosario.
La pelota se hizo impalpable hasta ahora, cambiaron técnicos, jugadores, dirigentes, pero él sigue en el Hospital de Entristecidos donde prometen suculentas ecografías y antibióticos, pero el tiempo pasa y la letra ésa lo mata, la segunda del abecedario. De a ratos hay murmullo de suerte y de mentiras.
Encima fue a pocos partidos, porque él quedó partido por un vasco (me dice) que no supo hacer las compras en el súper de jugadores, miró otras góndolas, busco precio, pagó con tarjeta vencida.
Entre intervalos y sordinas, sé que la desazón se llevó la dicha, que el miedo a volver a perder mueve pétalos principales de su organismo, le clava espinas principales cuando los lunes a las cuatro de la tarde tiene que encender la radio y ponerse a escuchar mientras labura.
Ya no hay televisión amontonada, está en ascuas, embarcado en pequeñas fragatas que derivan al antojo de un técnico. El involuntario azar (que él pretende favorable) le ha dado reveces históricos al tumulto de hinchas que vagan por los diarios buscando explicación para esta pesadilla.
En la cancha no hay nadie y están todos, fulgura por ahora esa letra maldita, camina las butacas, las recorre, las parte incluso. El letrero inmenso que otrora escribiera nombres de primera hoy es un bebedero de nostalgia para quienes (como él) darían la vida por esa camiseta, si hiciera falta.
Se crió así, vivió así, esperando domingos.
El equipo mojó su cielo desde chico, desde su bisabuelo; escribió las iniciales con lápiz de carpintero de su padre, se subió al Falcon después de campeonatos a tocarle bocina a mediomundo, fue a verlo lloviendo, tronando, viajó lejísimo a vivar, hasta tener la respiración cortada.
Hoy no garúa un solo cascabel, solo presagios de descender aún más, de que haya inercia de mala leche y se haga un depósito en el subsuelo de las tinieblas.
Creo fervientemente que es injusto, que el motor de este miedo no hace goles, que los astros podrían alinearse mucho más o dejar de pegar en travesaños.
De algarabía viven ciertos rosarinos, este presente forrado de gris locura seca las fuentes, muestra las monedas que se han tirado en vano.
Pido por el ascenso, por la discontinuidad de esta fatal incertidumbre, pido por la ilusión, por el retorno, por la cancha llena y esta letra que encierra "tracción a sangre".
Ruego (como quien ruega en Sacachispas) para que el viaje inolvidable llegue a puerto, visite nuevamente las infancias, se llene el corazón de penales primero y luego de alivio para muchos cuya pena constante apaga el Arroyito.
Por los Rubenes, los Marios, las Sabrinas, los Maxi, los José, las Silvias, las Carinas, las Normas, etc. que hacían amanecer cuando ganaban.
Y hacer pasado este momento en que un dolor unánime los une. Como siempre. Más que siempre.
Pido para que hierva la hierba de la cancha, se pulan desperfectos, y la letra, la Be, se haga lejana y transparente.
Exageradamente transparente.
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