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Sábado, 1 de abril de 2006

CONTRATAPA

Nocturnos lémures

 Por Gary Vila Ortiz

"Nocturnos lémures", son dos palabras de unos versos de las epístolas de Horacio que Montaigne cita en su ensayo XXVI del primer libro. En él habla de la "locura que hay en someter lo verdadero y lo falso al juicio de nuestra suficiencia". Montaigne, con esa espléndida serenidad con la cual habla de él mismo, y de todo lo que puede hablar sobre él, ya se trate de lo que puede enaltecerlo o lo que no, sigue conmoviéndonos cuando retornamos, por cansancio, en horas difíciles, a su lectura. Los versos citados son aquellos que ahora copio: "Sueños, terrenos mágicos, milagros, hechiceras, nocturnos lémures, tesálicos portentos..." Habla, aquel que todo pudo enseñarnos, sin proponerlo tal vez, desde su encierro en la Torre de Perigord, su tierra natal; habla, decíamos, de su anterior compasión por la gente engañada por esas locuras, refiriéndose a los aparecidos, el pronóstico de las cosas futuras, hechizos o brujerías. Pero cuando escribe su ensayo se corrige: "Mas hoy estoy por compadecerme a mí mismo. No porque la experiencia me haya hecho, después, ver más allá de mis pequeñas creencias, sino porque la razón me ha enseñado que condenar tan resueltamente una cosa como falsa e imposible, es atribuirse el contener dentro de la cabeza los límites de la voluntad de Dios y la potencia de nuestra naturaleza, puesto que medimos unos y otra por el rasero de nuestra suficiencia y capacidad..."

Que se lean, si son leídas o apenas legibles las siguientes líneas que escribo desde el lugar donde mi falible mente puede escribirlas. Y además, por si fuera poco, escapándome de él para volver al camino proyectado como si en realidad no me hubiese apartado de él por algunos atajos.

Quiero hablar aquí de dos amigos, con los cuales, desde hace algunos años, conversamos sobre todo aquello que nos parece conversable y sobre todas las cosas discutibles. A uno lo conozco desde que fui adolescente, al otro no hace tanto. Crisitián Hernández Larguía fue uno del los que llamo mis maestros (los otros fueron Rubén de la Colina y Jorge Vila Ortiz, sin olvidar a mi padre que me enseñó, no sé si aprendí bien la lección, la forma de vivir y la forma de entrar en la muerte). Les debo a Cristián, a Rubén y a Jorge, por tantos motivos que no debe decir ninguno por temor a desmerecer otros, estructurando mis desmesuras, mi ignorancia, las curiosas confirmaciones de los probables anaqueles de mi mente, anaqueles o archivos que, según Pico Tejerina estaban manejados por un delirante. No se equivocaba. Y si hace añares que no lo veo, lo extraño y puedo asegurarle, desde aquí, que las cosas siguen igual.

Gonzalo Garay, psicoanalista entre tantas cosas, cazador de infinita paciencia, esperando el jabalí o el ciervo, y además amante como pocos de la música de Bach. Uno de los temas (particularmente con él) son los ensayos de Montaigne. Siento, ahora, que él también, en mi vejez, se ha convertido en alguien que puede enseñarme.

En cuanto a Cristián, ¿comprenderán alguna vez los rosarinos el privilegio que tienen por su presencia? Creo que no. ¿Saben que es por él que ahora tenemos, además de todo lo que nos ofreció (el Coro Estable, el Pro Música, el canto gregoriano) la reciente Academia Bach de Rosario?, en la cual Gonzalo, Mario Hellwig, Feliz Balzer, son sus compañeros de aventura.

Es por eso, como en la mesa, al comer, ya sea en un lado o en otro, estamos siempre, los nombro y pienso para la próxima, aún cuando no haya jabalí o ciervo para comer, si estará la charla, la discusión, el sabor de los diferentes vinos. Es decir, el sabor de la vida a la que apostamos.

Lo de Cristián, es terminante. Todo lo que él ha creado son sinónimo de su misma personalidad, su entera forma de gozar de la vida, de ser goloso con ella, de paladearla, no sólo cuando dirige o estudia, sino también en su vivir de noche se demora, para mayor placer, en el sabor de tal o cual bebida, conversando con amigos de ayer, pero también con aquellos que reconociéndolo, participan de su mesa y conversan. Si alguna vez Cristián no se encuentra, lo que esperamos nunca ocurra, todo lo que él creo y condujo se evaporará: se podrá traer al director que se quiera, el mejor se puede decir, pero la personalidad de Cristián, es irremplazable. ¿Se dan cuenta los rosarinos? ¿Se dan cuenta los mismos integrantes de sus conjuntos? Me impresiona otra vez como que no y lo que es más grave, no lo piensan y permanecen como indiferentes. A veces me parece que solamente los nombrados (y los críticos de Inglaterra o de España, de Ecuador o Colombia, de Italia y Alemania) lo comprenden con la hondura de afecto que corresponde.

Borges me dijo cierta vez que los ensayos de Montaigne eran algo así como un formidable centón. Mi voz debe haberle transmitido mis dudas. Por ese entonces, hace por lo menos, unos 35 años. El centón, esa colcha de retazos de otros tejidos, y que se utilizan en su confección. En ciertos diccionarios se agrega que se trata de una obra literaria compuesta en gran parte por fragmentos y sentencias ajenas. A Bertolt Brecht y a Cyril Connolly les hubiera complacido una obra así. A Borges, también. Y diría que esto que escribo, sobre gente que pertenece a esta ciudad lo hago por el amor que siento por ella.

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