Sábado, 28 de mayo de 2011 | Hoy
Por Miriam Cairo
Punto I. El sexo de una mujer casada es una pequeña empresa criminal que consiste en no hacerse rica de golpe, sino en colmar el cáliz una y otra vez mientras los cielos se derrumban y el esposo descansa.
Punto II. La sexualidad femenina, lúdica y original se ha transformado en una devoción tan cultivada como la literatura, por lo tanto, esto quiere decir que como toda forma artística, no alcanza a ser disfrutada por la mayoría. Prospera a modo de un rito intrauterino, como una protección contra la ansiedad urbana, incluso, como una conmemoración de los logros obtenidos.
Punto III. Por la boca hundida de una mujer casada fuga un aliento impúdico. Se encierra en el cuarto para sí misma y ni de eso está muy segura. Con arisco pudor indaga a solas en los untuosos colores del deseo, y llega a la memoria un eco de arenas humanas.
Punto IV. Caen los cielos en el hondo abismo del ombligo mientras la mujer casada desata los nudos del sueño. No es fácil rasgar la telilla que separa el día de la noche, pero nada es imposible para una mujer casada. A la velocidad del viento oculta la inquietud de sus manos antes de que los ángeles abran la boca y le pidan un beso.
Punto V. La mujer casada es altamente tibia, altamente remediativa, altamente girondeana: le importa un pito la delgadez del vecino o el abdomen prominente del amante: lo que realmente le interesa de un hombre, es que sepa volar. Que suba al colectivo como un pájaro. Que pague el boleto con su ala izquierda. Que suba por el ascensor con el pie izquierdo y que a la hora gruñir, píe. Y que a la hora de morir, se derrame.
Punto VI. Yendo, corriendo a veces, volviendo del infinito con una piedra ilegible sobre el hombro, una mujer casada no desatiende jamás los horarios de almuerzo y cena, aunque llegue al umbral de la casa consumida por otros fuegos.
Punto VII. La sexualidad de una mujer casada no es un fenómeno inédito, aunque se simplifica ignorantemente: todo lerdo y asmático.
Punto VIII. La soledad, sale muy favorecida cuando se examina la sexualidad de una mujer casada.
La soledad esplende su vaporosa mansedumbre de pared a pared, de espejo a espejo, mientras los labios exangües dicen que dice él, que ella dice, o que dice ella que él dice, que la sexualidad de una mujer casada huele a nacimiento de tulipanes.
Punto IX. Ella o la mitad de ella en su hondura, deslee las postales veraniegas. Ha generado un espacio silencioso para que el matrimonio trabaje sin molestar hasta diciembre. Enero tiene un destino de cordero pasmoso.
Punto X. Ciertas verdades atroces, en el contexto de la sexualidad de una mujer casada, resultan puro virtuosismo: el fin justifica los medios, por ejemplo.
Punto XI. A mitad del día toda mujer casada cuelga el hastío de la rama de un árbol interminable. Vacía los ojos para no mirarse y desagua la resina dulce de sus senos. Desde un punto de apoyo agrietado, toda mujer casada puede doblegar, con una sola mano, el dardo venenoso de la resignación que busca el centro azulino de su sexo.
Punto XII. Llega la hora en que la mujer casada apoya líquidamente el pie sobre la mesa de mimbre, en busca del esplendor y el aire, en el mínimo espacio en que se queda.
Punto XIII. El lenguaje de una mujer casada reina y vaga. El silencio de una mujer casada, reina y vaga. El sexo de una mujer casada reina y vaga. El corazón de una mujer casada reina y vaga. Enciende sus pezones como faros. Ellos son el sol aunque no amanezcan.
Punto XIV. La policía no interroga a una mujer casada, traficante de locura. Los bomberos no intervienen ante una mujer casada que va de extinción en extinción con sus incendios. Los sexólogos se abstienen ante una mujer casada con los temblores. Los espejos, en cambio, las reconocen y las reverencian.
Punto XV. Desde más infinito a menos infinito, la sexualidad de una mujer casada puede ser como páginas sueltas, o como un claro motivo de terror, o como un manuscrito genial que tiende a multiplicarse y reproducirse desde más infinito a menos infinito y viceversa.
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