Domingo, 24 de julio de 2011 | Hoy
Por Guillermo Paniaga
A cada tarde su gris y a cada frío su pena. Las últimas sonrisas fueron huecas, un decir sin ganas, casi un martirio de desconfianzas. Mirabas una nube como quien mira el reloj impaciente, y después de decir que no, arrojaste saliva al cielo y yo miré y fue mi ojo el que sufrió el impacto. Dejamos atrás las cosas que hoy sería incapaz de volver a atesorar. Y si giramos fue para verlas consumidas por el fuego y por la sal que nos seguía, nos buscaba a pasos lentos para permitirnos la huída. No hay un dios que nos quiera muertos más que nosotros mismos, y lo sabés. Lo sabías, al menos, cuando cruzamos el límite y nos perdimos para siempre, para nunca, para toda la estúpida y limitada eternidad.
De tus manos me quedó un reflejo cálido en la parte más frágil de mi sombra y de mis manos guardarás el tacto torpe que buscaba hundirse en el lago dulce de tu enorme insinceridad. Pero si al cerrar los ojos me ves llorar, no te confundas. No, de verdad, no te confundas, mis lágrimas no son lágrimas, mis llantos no son llantos ni mis penas son penas. Ves las sombras de las sombras de las sombras de lo que guardo. Y así las cosas las considerás tus victorias. Me río de mi oscuro espacio de estrellas rojas, me río de las formas que adivino sobre la superficie marrón y clara. Me río de la risa y después me olvido de haber alguna vez llorado. Me olvido de vos, como ahora, como ahora que no sé ya tu nombre ni tus ojos ni tu cara ni el contorno de tus senos. De tus tetas, sí. De tus tetas.
Me río de nosotros mirando las nubes como quien mira impaciente un reloj. De la cerveza que entre mis manos se entibiaba y de tus dedos bordeando el contorno del cenicero. Me río del viento que hacía flotar tu cabello y del mechón que ondeaba sobre tus ojos grises, de los que también, sabelo, me estoy riendo.
Quién sos. Quiénes fuimos.
Fuimos un manojo de palabras y de miradas. Fuimos los besos que nos dimos porque no queríamos hablar y los besos que nos dimos porque ya no supimos de qué hablar. Fuimos también la indecisión y los cambios de planes, los portazos y las horas agrias. Fuimos los fideos empastados y la salsa tibia, el café muy dulce y el mate lavado. Pero habíamos sido las caricias y también los chocolates. Y habíamos sido los abrazos y las lágrimas felices. Y habíamos sido tus manos en mis manos; y un martes a la hora de los bancos y de los cambios de colores y de talles habíamos sido un tango bailado en plena calle y en un beso.
¿Y ahora? Dónde estoy yo en eso que fui.
Porque también fuimos la mentira de lo que fuimos. Y fuimos las excusas de lo que no nos permitimos ser. Ahora, por ejemplo, que enciendo un cigarrillo para fumarte en mi desmemoria, me digo que hubo lo que fue y fue lo que hubo porque no teníamos opciones ni encrucijadas ni sospechas ni nada de nada más de lo que hubo, fue y pudo no haber sido.
A cada pena su tarde y cada frío su gris. En otra existencia acariciamos el viento y lo supimos dulce y también amargo. En otra noche que no vio lunas dejamos de lado las ropas y nos cubrimos con la arena gruesa de una orilla parca y árida que transformamos en la misma luna que no estaba y no veía, y nadie nos miraba y nadie supo nada.
En el camino dibujado con tizas y con tallos y con migas y con hojas amarillas había pasos y ninguna huella. Y había un hueco que asomaba su oscuro misterio en la parte más hermosa de la raíz saliente del paraíso. Aroma dulce de pochoclo, una moneda y el deseo satisfecho. Y si de todas esas hojas tuviera que elegir alguna, me vería envuelto en un gran problema, porque ya las he olvidado. Olvidé las nervaduras y olvidé la alegría con la que la sostenías para decirme mirá, mirá, mirá que hermosa es esta parte del recuerdo que nunca más se hará presente, nunca, nunca más.
Qué risa, pero qué risa me da este olvido.
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