Martes, 26 de julio de 2011 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Hay gente que ante cualquier polémica se asusta, se crispa y acusa de crispado al otro o insulta en nombre de las buenas costumbres. Son mecanismos de defensa, pirulas que se inventan para ganar una discusión política, una sobremesa, en el amor. Una polémica jugosa de estos días se da en el seno de la patria periodística: ¿el periodismo debe ser militante? Yo no puedo contestar esa pregunta; no soy periodista, apenas un ciudadano que tiene este espacio para fabular. Ahora, cuando escribo esta contratapa (que no deja de ser una actividad periodística), ¿puedo hacer militancia? Si me recibiera de periodista, ¿debo dejar de hacerla? En el mundo del arte hay una gran tradición militante. No vamos a hablar de los que murieron por sus ideas, sino de los que a pesar del viento de frente han mantenido su relación militante con las ideas políticas, sociales o derechos individuales. Breton, Hobsbawm, Berger, Marshall Berman, Alberti, Saramago, etc., se declararon marxistas o comunistas cuando el marxismo y el comunismo tenían menos prensa que el sida. Me pregunto: ¿artistas o intelectuales pueden ser militantes; los periodistas no deben? ¿Y los intelectuales que ejercen el periodismo? Este merengue apunta a desembocar en una pregunta: ¿quién estaría autorizado a militar sin ser visto como advenedizo, acomodado, trepador? Cada vez que se edita una contratapa con mi firma en este diario, aviso a amigos y no tanto. Intento compensar que algunos de ellos viven en el extranjero o leen sólo Condorito. En uno de esos envíos recibí la respuesta de un amigo de años que me decía que no le enviara más mis contratapas y que lo borrara de mi lista de correos. Me acusó de estar acomodado. Mis ideas lo habían ofendido, sencillamente. Me hubiera gustado decirle, a lo Groucho: "Tengo estas convicciones, pero si no te gustan, tengo otras". Pero no hubiera sido verdad. Entonces, según mi amigo, yo tampoco tengo derecho a creer en algo y a militar esas ideas.
Su respuesta es semejante al estupor falso, a la cara de estreñimiento de los bufones de la derecha cuando alertan sobre la Cámpora, muchachos peligrosísimos, sobre todo porque no se les nota que lo son; en la tele tienen cara de gente común, pero apenas se apagan las luces del varieté, se vuelven émulos del Chacal. Ellos tampoco tendrían derecho a militar. ¿Por qué no? ¿Por jóvenes, por fieles, porque ayer no estaban?
Dijo Alain Touraine en Ñ: "En Europa, y esto es algo extraordinario, han desaparecido los actores sociales y políticos (...) El único movimiento importante hoy en Europa es la xenofobia (...) los actores de la sociedad industrial han desaparecido y no han sido reemplazados (...) Los electores, sobre todo los jóvenes instruidos, tienen la conciencia de que se encuentran frente a un vacío político (...) no sólo en España, ha habido movimientos parecidos de ruptura. No se trata en absoluto de revolución, sino de la conciencia de no estar ya representados. El movimiento español parece una manifestación desesperada de una izquierda abandonada y engañada. Estos movimientos reclaman con urgencia nuevas proposiciones del sistema político. Es la ausencia de propuestas para salir de la crisis la que causa la indignación".
Y llegamos a los simpáticos indignaditos de España, que ayer nomás estaban soñando con su pisito de Marbella, sueño apenas interrumpido por el de cambiar el Seat del año anterior por un Porsche del mes en curso. Y de pronto, BUM: bocata de chorizo y pan mojado en aceite de desayuno, almuerzo y cena. Andá a saber quién dio el primer grito: "Coño, hoy nada de Armani, me pongo el primer Levi's agujereado que encuentre y a Cibeles, a gritar como si el toro me estuviera por coger. Y me voy caminando, que así bajo los kilitos de más que esta vida de bienestar me legó junto al Seat que se cae de viejo". ¿Militancia o no?
Lo es, según lo que dice Touraine y lo que dirá John Berger más adelante. Es una militancia asistemática, inorgánica, no partidaria, incluso no política, si prefiere, pero militancia al fin. ¿Cuál es su alcance y su poder de transformación? Imposible de saber, pero si uno recuerda que los indignados argentinos se volvieron a sus casas a la primera promesa formal de devolución de ahorros, todo indicaría que los indignaditos españoles se esfumarán cuando le garanticen su pisito en Marbella. Yo creo eso, joder. Pero también creo que es mejor que exista a que no exista, porque sino, ¿quién está autorizado a militar y, sobre todo, quién otorga esas autorizaciones? ¿Tiene derecho a hacer política sólo el que fue a la unidad básica a cebar mate desde los quince hasta que le tocó entrar en una lista, el que fue dirigente estudiantil veinte años hasta que le llegó una oferta mejor que ser estudiante de por vida, por ejemplo ser concejal?
Dice John Berger en un texto del 2006: "El visionario léxico político de tres siglos se tiró a la basura. El Fin de la historia, lema global de las corporaciones, no es un vaticinio: es una orden para borrar el pasado y lo que nos legó en todas partes (...) Al mismo tiempo se descubren nuevos métodos de resistencia ante esta tiranía (...) en vez de obedecer, los rebeldes deben confiar en sí mismos. Las alianzas urgentes en asuntos específicos sustituyen los programas de largo plazo (...) Ya no pueden reducirse a 'movimientos'. Un movimiento describe un gran grupo de personas que colectivamente se mueven hacia un objetivo definido, el cual logran o no pueden lograr. Pero dicha descripción ignora, o no tiene en cuenta, las innumerables decisiones personales, los encuentros, las iluminaciones, los sacrificios, los nuevos deseos, los pesares (...) La promesa de un movimiento es su victoria futura, mientras que las promesas de esos momentos incidentales tienen un efecto instantáneo".
Siguiendo a Touraine y Berger, diríamos que en la medida en que se combatía la forma tradicional de la militancia (con el fin de la historia, el neoliberalismo, la posmodernidad, el miedo o haciendo engordar al sujeto), aparecieron otras, atractivas y no tanto, estimulantes algunas, de las exasperantes también, pero reales. Y eso se dio primero en Latinoamérica, como el son, el samba, la no ficción, la gambeta, el tango, el ceviche, la birome y la gran Willy. ¿Por qué sino, Vattimo, Hardt, Negri, Oliver Stone, etc., vendrían a estos suburbios a estudiar los nuevos procesos políticos -piqueteros, chavismo, autoconvocados, barrios de pie, cartoneros o nuestros indignados originales-, si no era que se encontraban ante una Europa paralizada ideológicamente y los Estados Unidos sometidos a un bipartidismo infantil?
No se deje asustar. Nosotros no estamos tan en el horno como Europa en lo que a mecanismos políticos se refiere. Tenemos los nuestros, sanos algunos, enfermos otros, escleróticos varios, pero vivos. Será escribir en medios, la Cámpora, el resucitado radicalismo, el freddymercurysmo; ahí están. Sino, corte una calle con las chicas de Tupper cuando le inunden los negocios del barrio con basura plástica china. Y siempre se puede desempolvar la cacerola. Acá el ciudadano, el hombre, o la víctima -citando a Touraine-, tiene voz (quizá sea mejor decir la recuperó) y la usa. Salga a la calle y compruébelo. No se deje asustar por los alcahuetes de siempre. Porque si los periodistas sólo deben hacer periodismo, los artistas arte, los cocineros puchero, los maestros enseñar, el cura dar misa, ¿quién milita las ideas de la política que nos afectan día a día?
Y en cuanto a los indignaditos de la patria madre que los reparió, es mejor que estén donde están a militar en el único movimiento que existe hoy en Europa, el de la xenofobia, o sea el del odio. De esos hay como para hacer dulce. Además, ¿para qué querés un piso en Marbella, para que un día te desembarque una patera llena de africanos muertos de hambre en la puerta?
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