Lunes, 15 de agosto de 2011 | Hoy
Por Guillermo Paniaga
Mínimo movimiento, el de una mano sobre el cenicero; aplasta la colilla del cigarrillo que dejó consumir entre los dedos; apenas una pitada, la del comienzo. Luego, los brazos a los lados del sillón; las cenizas, poco a poco, en el piso. Mediodía; llueve; apenas un rumor de luz, claridad agonizante. Llueve y las gotas sordas, pesadas, rebotan sobre el cristal de la ventana, el murmullo es constante. Adormece. Dos horas desde la última vez que se levantó para ir al baño. Necesita orinar. Parpadea. Decide aguantar. Respira como en letargo. Si no fuera por los pensamientos, si no fuera porque se siente tan bien en ese inmóvil estar, entonces podría decirse que sí, está aletargado. Y es que ni siquiera contempla. No hay nada, absolutamente nada fuera de sus pensamientos que atraiga su atención; ni la lluvia, ni los relámpagos, ni los truenos. Nada. La vida transcurre inside (no adentro, no en su interior; inside). Tampoco la palabra es vida. La vida es finita, prisionera del tiempo. No tiempo, no vida. Lo que transcurre inside carece de tiempo. Transcurre, sí. Pero no en el tiempo. Inside es un paraíso, tal vez un refugio. No siempre amigable. Pocas veces amigable, en realidad. Tampoco es cierto que carezca de tiempo; inside está ligado permanentemente con el exterior. Las cosas pasan allí afuera, también; sólo que no interesan más que para compararlas. El afuera exige atención; hay alarmas: el hambre, el deseo sexual, las necesarias descargas residuales, excrementales. Inside es como mirar televisión. No cable. Televisión abierta. Un solo canal, tal vez dos. Un ruido permitido nada más que para estar ahí, como un ancla, una cuerda, un aviso, un recordatorio. La tv es inside. También afuera y pasan una película. Ya la vio. Ya la vi. Mínimo movimiento, el de las manos recogiendo el control remoto; inside se esfuma y aparecen las imágenes de un Cristo torturado atravesando su calvario. Mel Gibson. La película de Gibson. Deplorable. Plano cerrado, las manos de Manuel. Toman movimiento. Escriben inside, escriben mínimo movimiento y luego un punto. Inside ha regresado. Respira. Sonríe. Otro cigarrillo se quema entre sus dedos. ¿Cuándo lo encendió? La Heineken está helada.
Ya es hora.
Apaga la pc. O apaga la computadora. Antes hubiera escrito apaga el ordenador. Antes, ya no; la escasa concesión que se permitía al escribir para concursos españoles. Mandó dos, tres veces, épocas de escasez. Luego se cansó. No lo intentó más. Ahora tiene el dinero para las copias y el franqueo, lo que no tiene es confianza. Lo que no tiene son buenos cuentos. Novelas sí, pero el tipo de cambio es asesino; asesino serial que gusta de matar bolsillos de cuanto original y tres copias encuadernadas ande suelto por ahí. Las novelas, en los cajones. Novelas de esto y de aquello. Novelas. No velas. No. Velas. Están ahí. Velas. No
La Heineken está helada y el cigarrillo sabe bien. Sabe, tiene buen gusto. Sabor. Nevera = heladera. Sabe bien = tiene buen sabor. Se ahorra una palabra. Por eso prefiere escribir sabe bien. Por el ahorro, menos esfuerzo por parte del lector. Menos palabras, más veloz se avanza en la historia. Historias. Escritores que escriben historias. Son muchos. Velan. Sí velan. Y escriben mucho; hiperconciencia. Luego terminan, se duermen. No velan. Ya todo está escrito. En la tv, las tetas de Halle Berry. Inside desaparece. ¿Eso solo? ¿Nada más? Fue apenas un flash. Las tetas de Halle Berry. Inside. Pero ya es hora. Bebe la cerveza, aplasta la colilla. Sale a la calle. Hace frío, ¿3, 4 grados? Viste Jeans y remera de mangas cortas. Regresa por abrigo. Suéter, campera. Es un pulóver, pero ahora escribe suéter. No ahorra nada, el viejo término es claro, no se presta a ninguna confusión, salvo que antes lo escribía pull over. O era pullover. De uno u otro modo lo vio escrito hace mil años en cuento de Cortázar; hasta entonces, nunca antes había tenido necesidad de escribir la palabra pulóver. Y aceptó que se escribía así.
Qué buena está Halle Berry. Inside.
Lorenzo lo esperaba desde hacía 5 o 10 minutos; eso le dijo, seguramente estaba ahí desde hacía media hora. Lorenzo es un desempleado casi crónico. Su trabajo diario consiste en encontrar maneras de pasar el tiempo. Una espera de media hora, o de toda una hora, no resulta un peso; todo lo contrario, espera que suceda algo que sí o sí tiene que ocurrir. Hay un norte, la brújula lo marca. Y entonces navega despacio, no tiene nada mejor que hacer. Lo que tampoco tiene es dinero. Plata. Pero es preferible escribir dinero, no sé por qué, o no sabe por qué. Todavía no decide, no decido, la persona que utilizará, tal vez use las dos. O las tres. Usted me entiende. Entiende que si escribo Lorenzo no tiene dinero, lo hago porque necesito de la frase, del sentido; es un escalón para situarnos en el personaje y sus circunstancias. El personaje: Lorenzo, mi amigo. Las circunstancias: es un desempleado al que no le sobra el dinero, más bien le falta. Por eso espera desde hace media hora o más sentado a la mesa de un bar con apenas un vaso de agua de la canilla, o es que ni siquiera eso tiene. No, ni siquiera. No ordenó por temor a que Manuel no acudiera a la cita. Manuel paga. Siempre me toca pagar. Eso quedó claro desde que el mundo es mundo y se crearon los destinos. Lorenzo no tiene trabajo, no tiene plata, y acaba de citarme en un bar tan alejado de mi casa para decirme que no puede más, que no sabe qué hacer, que no tiene idea de cómo va a atravesar la existencia de ahora en más. De ahora en más. Se peleó con la novia. Está soltero. De ahora en más. Llora. O parece que llora. Habla bajito, susurra. Cero energías. Cero pesos. Temo que me pida un préstamo. Se lo daría, claro, con la certeza de que jamás me sería devuelto. Pero yo también ando escaso; fin de mes, acabo de mudarme. Temo que me pida dinero o un lugar para dormir. No lo hace y me tranquiliza. Pero luego, más tarde, a la noche, me remorderá la conciencia. No podré dormir, entonces encenderé la pc y me pondré a escribir alguna cosa sobre el insomnio y la culpa. Alto, nada de eso ha ocurrido todavía. Ahora es el temor. Injustificado temor. Lorenzo se irá sin pedirme nada.
Le cuento de las tetas de Halle Berry, pero parece no importarle. Nada de lo que digo le importa, en realidad. Sólo me necesita como oyente. No lo entiendo. Ahora no lo entiendo. Pasé por situaciones similares, sólo que ya no me lo permito. Desde hace años. Y tengo la sensación de haber sido inmune a las decepciones y las rupturas desde siempre. Por eso me cuesta entender que un hombre pueda sufrir así, pueda humillarse así por una mujer que lo desprecia. Sí, lo amaba, o adoraba, pero ahora lo ha despreciado sin que medien razones más coherentes que las del tedio y el temor. Temor a qué. Al tiempo, a la muerte. Todo se reduce a esas dos cosas. A una sola, en verdad: la muerte.
Carlos Paz. Inside es Carlos Paz. ¿Por qué ahora? ¿Por qué Carlos Paz? Tal vez pensé y luego me censuré un consejo que implicaba viajes, sierras y provincia de Córdoba. Carlos Paz. Lorenzo habla y yo me noto un poco más gordo. En fin, cosas que pasan; otra cerveza, por favor.
La Heineken está helada. Lorenzo bebe muy lento, no lo miro porque exaspera. Es mi cuarto vaso, el va apenas por la mitad del segundo. Lorenzo habla, me cuenta lo mismo una vez más? Inside, pero apenas. Yo muevo la cabeza en un inconfundible gesto de atención. Pero inside, un leve inside. Siempre inside. Incluso la culpa, Lorenzo, inside. Y ahora que ya no estás para contarme nada ahí afuera, que decidiste esfumarte del mundo, inside. Lorenzo, ahí sí estás. Siempre estás. Inside. Y estás bien. Siempre estás bien inside.
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