Domingo, 28 de agosto de 2011 | Hoy
Por Adrián Abonizio
-Tengo la que me cuelga que parece un bonzai, se reconoce en el espejo, chanchina rosadita, de orificios oscuros con pelambre amarronada. -Cuanto hace que no la meto, a ver...y enumera hasta perderse en los polvos malhabidos; abonados entre las mesitas de luz con vidrio encima, el vaso de alcohol dulzón en la petaca, el tabaco apretado en los pulmones, los cortinados que simulan discreción pero ocultan vidrios agujereados y refaccionados malamente con diarios, el olor a perfumes no tan desagradables pero que el resume como aromas de la pobreza disimulada mientras ella invariablemente gira su cara, siempre la misma, por más que las modelos de su sombra de pesadilla sean siempre diferentes: Achinadas, mofletudas, solas damas pérfidas maduras de corazón helado y pasados luctuosos, muertas a la deriva en el océano donde el mismísimo Aldo navega en una balsita de alcahofa y pasto obligado condescendiente a espiar en la soledad ajena. Ellas controlando el relojito o repasando mensajes de su celular o a lavarse si se puede pero rápido e irse por el pasillito y hasta siempre mi amor, mi gordi querido, chau chau, volvé pronto.
Se mira -Arco superciliar izquierdo, se dice, hinchado por la piña que le pegara el cana antes que el otro, el grandote policía de apellido Mendiolaza aparecido quien sabe de donde, se apiadara o comprendiera todo ese merengue y lo sacara, destrabándolo del infortunio. Las muñecas con unas marcas de acero que lo indignan y que solo vió en las películas de torturados. Ahora está de pie, con sus patas de búfalo, desnudo frente al espejo, recién bañado, a punto de salir para la terminal y subirse al de las 16.30 con destino a Runcal, donde según el aviso piden personal de vigilancia para empresa ribereña de producción de pescado. Huir de la yeta, rajar, ofenderse pero sacarle el cuerpo al dolor intenso de no poder dar un paso sin salpicarse. Nada más: Un adiós indiferente de los dos. Inteligente era ella, tanto como para darse cuenta que él debía huir del encierro de los dos, se corrige mientras se pone las medias y el calzoncillos y se contempla frente al espejo largo del ropero y se dispara con el dedo hacia el medio del pecho; un tiro certero que lo desnuca y la sangre salta y su nombre que aparece mal escrito en el periódico local, con errores de tipeo y todo el trámite hasta que reconozcan el cadáver y el epílogo funerario.
-Lo haría para darle un disgusto a Mary, y siente temor al evocarla porque ha entendido que el solo pronunciamiento de su nombre le agrisa los rasgos y le da una puntada en el corazón pese a que ya ha sido destrozado de un balazo propio -¿Cómo se verá la cara de ella ante mi, fiambre en la morgue, sabiendo que no tengo nada y debe cargar con el muerto?. ¿Lloraría?. ¿Podría comer después, tendría acidez, pena, depresión, lástima, arrepentimiento? ¿Pensaría en los gastos?. Se persigna como antes de entrar a una cancha y sale de la habitación a la que nunca más retornará. Hotel San Carlos, mufa, baba del diablo, trampera de buche.
Afuera el sol le hace caricias en su narizota colorada y estornuda de placer. Detiene con el brazo un remis blanco, del año de Onganía -A la Estación, le dice al chofer. -¿Cuál? ¿Tren o micros?. Tiene un instante aéreo, de liviandad. Tomo un tren, quien sabe para donde y me bajo quien sabe donde o voy en busca del destino escrito en el diario en el guión que estoy tecleando desde lejos, mientras que desde arriba sobre él, Aldo, Aldito solitario se ve morirse de miedo ante la aventura o ante la posibilidad de no conseguir empleo que le permita comer. -De colectivo, gracias. Y parte, se parte ya mil veces partido en varios pedacitos que saltan y rebotan en el piso de madera lustrada de la terminal con olor a lustre a la vez que llega el colectivo verde y gris plateado que lo lleva hacia un confín donde nunca estuvo y que promete calor, ciénaga y olvido. Eso por sobre todo, olvidar, ser nadie, ser otro, ser padre de dos nenas como de figuirín, lejanas, recortadas en cartón y de una esposa a la que trata de difuminar pero no lo logra porque sabe que sin ser gladiador ni héroe está haciendo lo correcto: Partir, romperse en fragmentos para evitar que todos, que cuatro almas lo hagan en lugar de la de él solamente. Aldo, Aldito, fantasma y angelito de las terminales que de aquí en más habrán de ser tu sino como si fueses ya una hinchada golondrina enferma de pelaje impermeable y habrás entendido que no te deben doler ni la ausencia, ni el horizonte terroso ni el pago que perdiste como también lo perdiera Martin Fierro, allá lejos, en las hojas de un librito que caprichosamente recordás ahora de pronto, con el pie en el primer escalón del colectivo que te lleva quien sabe donde.
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