Sábado, 12 de noviembre de 2011 | Hoy
Por Miriam Cairo
Biografema: "Una serie de destellos de sentido que conforman algo así como 'una historia pulverizada' de un narrador, de un pintor, de un poeta". Roland Barthes
Los pequeños, terribles encantos del hogar de Víctor y Argelia, destellan en fuegos de artificios a mediados del mes de febrero de 1946 y nueve meses después, la dulce voz de Argelia acuna al niño llamado Silvio, el trovador.
Su alma crece silenciosa y normal, aunque el niño trae demasiados documentos sobre el mar, demasiada inspiración. Su palabra curandera, en todo mal pone bien, sana el odio y, abracadabra, vacuna al girasol desde la luna hasta La Habana, sube nota en el amor, desde Cienfuegos hasta el zurrón del aprendiz.
A los siete u ocho años, no se puede precisar con certeza, comienza a salírsele el alma de unicornio por los dedos y recibe clases de piano con Margarita Pérez Picó.
Ya adulto joven, el unicornio participa en campañas de alfabetización porque sabe que la palabra es poder y porque sabe que al final de la luna no es necesario mencionar la vida para que se sienta su presencia en los ojos.
Cada mujer y cada hombre alfabetizado por el unicornio fundan con él un partido de sueños, talleres donde reparar flores marchitas. Un partido donde se admiten proscritos, rabiosos, desaparecidos, deudores del Banco Mundial. Militan en Cienfuegos sin sospechar que más adelante serán una canción.
Con las manos alfabetizadoras, con las manos del piano y la humanidad, trabaja como dibujante de historietas y caricaturas en el semanario Mella. Entre trazos de Caribe y sorbos de tinta, Lázaro Fundora lo impulsa a comenzar los estudios de guitarra.
Al tiempo que cumple con los tres años de servicio militar obligatorio, estudia guitarra y poesía. Lo expulsan varias veces. Mientras los otros cadetes entrenan duramente día tras día para defender su patria, él compone "Ojalá". Pero toda vez que lo expulsan lo vuelven a reincorporar porque en el cuartel se sienten solos sin nadie que les toque la guitarra y les recite poemas. A él le conviene permanecer adscripto porque el uniforme lo hace ver atractivo y las muchachas con sombrero se le enamoran.
Si no creyera en lo más puro, si no creyera en lo que cree, si no le temiera a los flashes y las luces que lo convierten en artista profesional, no se embarcaría en el Playa Girón para reencontrarse con lo primigenio del hombre. Y pasa el tiempo entre peligros, sin mujer. Pasa el tiempo que no deja respirar y a su tristeza sólo la conocen los peces.
En cualquier rincón del mar el poeta suelta la pluma y crea sesenta y dos canciones. Sesenta y dos armonías. Sesenta y dos truenos en sesenta y dos tempestades. Sesenta y dos lloviznas. Sesenta y dos luceros.
Un barco sigue al mundo y el aire toma forma de tornado. En él van amarrados la muerte y el amor. Navega durante cinco meses por el Atlántico, que es como decir, navega durante meses en lo más hondo del corazón del hombre.
Volcado sobre sus papeles, rompiendo sombras, le habla a América de Ernesto. Con la mano larga de tocar estrellas hace un cantar que suena a estampido. Con el ojo estirado hacia la otredad, desde Cabinda hasta Cunene, ve el mismo látigo inflexible en la misma piel que estalla y cruje. Desde Angola hasta La Isla: ve el mismo pueblo que ama y lucha. La misma selva que ruge. El trovador va al Africa con balas y con guitarra. Es un unicornio feroz que sueña echar del templo a la codicia sonriente.
Fusil contra fusil, resulta extraño este hombre que besa todo lo que encuentra a su paso. Cuando sale a la calle va besando el barrio, las esquinas, las aceras, y con sólo mirar alrededor se nota que por donde él pasa, al mundo le van naciendo labios.
Como un Vallejo envuelto en Rulfo, como un Martí besado por Bola de Nieve y tocado por los dedos de la Osa Mayor, el trovador crea figuras inaugurales en su guitarra que van desde la lucha armada hasta la desnudez, desde el campesinado a la revolución. Fuera de sí, un astro ensaya su luz y dentro la noche es resplandeciente.
Por su herida sangran otros golpes y otras furias también. Cuelga la guitarra en el sol y serenatea como si todo naciera de sus dedos, como si todo naciera de sus labios, como si la poesía fuera un mundo donde existir, como si la música fuera el aire a respirar.
Suena la noche que trota con sus patas de animal mítico. Por la mañana, el destino travieso lo coloca en un tren lechero camino a Camagüey, y se va atravesando valles. Va imaginando tanto que el camino se hace tiempo sin días, ni meses ni años, hasta que el tiempo lo trae a Rosario. Viene pisando el tiempo como un animal de galaxia y trae algo como un ruido en la selva. Trae algo besable, querible, amable. Y por supuesto, el ángel urgente convoca a todos: gordos sin amor, enfermos, tarados, enanos, tullidos, vampiros, días sin sol, viejos jóvenes, anchos e imposibles, todos vamos a ser acariciados por las alas revolucionarias del colibrí inclusivo.
(Silvio Rodríguez se presenta esta noche, a las 22, en el Hipódromo Rosario)
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