Sábado, 21 de enero de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
Bloody Mary
Las mesas del bar que me gusta están ocupadas. Camino pensando en el encanto de los golfos y las penínsulas. Recuerdo aquel verso: "él duerme en un lecho de paramecios". En un charco poblado de protozoos ciliados. La bíometáfora dañina me zumba en los pies y en los oídos. Doblo a la izquierda por una calle oscura que no conozco. Desde los acantilados barullentos de este laberinto orgánico e inorgánico llega el tambor y las trompetas de una fiesta. Subo siguiendo la calle empedrada. Mascullo estrofas de Perlongher. Las traiciono. Al masculino lo hago femenino. Al primer verso lo hago último. En un recodo, perros blancos corren tras una perra azul arrojada al asombro. Escucho tambores. Es mismo y otro el amor de hombre con hombre. La calle sigue subiendo hacia la luna. Los perros encorvan el lomo esperando su momento con la hembra azul que se peina con la lengua. Es mismo y otro el amor de perra con perro. Dos marineros corren cuesta arriba. Dos muchachas ríen cuesta abajo. Una mujer de pelo amarillo se asoma por la ventana. Suena más fuerte su corazón que los tambores. Los perros retroceden cuando la perra azul retrocede. La jauría atraviesa de lado a lado la gran noche asfixiada. Pero lo que llena el mundo no es la asfixia, ni el turismo, ni los paramecios, ni los perros, ni los hombres, lo que llena el mundo es el tambor de la mujer que se acorazona junto a la ventana, irrigada por hilos brillantes de Bloody Mary. Lo que llena la noche son los versos carnosos de Perlongher.
Cuatro escritores
Retorna un rumor de versos que por razones de memoria no se comparten. Somos cuatro dentro del coche moviéndonos de un sitio a otro a gran velocidad por una ruta tropical. Las casas son pequeñas. Alguien cree que vamos a estrellarnos contra un camión que viene de frente. Alguien confía en sus reflejos. Alguien rememora rutas argentinas. Alguien recobra sus miedos infantiles. Los cuatro, dentro del auto andamos en líneas de punto por la memoria. Uno de nosotros recuerda una vieja canción de la infancia. Todas las puertas de las pequeñas casas están abiertas. Uno de nosotros canta La vie en rose. A gran velocidad los pozos nos mueven en una danza africana. Uno de nosotros mira de adentro hacia fuera, luego de afuera hacia adentro. Los sacudones mezclan los puntos suspensivos. Bebemos agua. Los cuatro escritores bebemos agua. Cada cual sacia a su propio animal sediento. La luz del sol baja entre los bananeros. Uno de nosotros suspira. Uno de nosotros ve subir a Dios por una pequeña escalera hacia el cielo. Uno de nosotros no confía en lo que ve con sus propios ojos. Uno de nosotros cree que Dios sube para demostrar que existe. Los cuatro escritores tenemos piedad de ese Dios que sufre de vértigo. Dios sube los últimos escalones en cuatro patas y el universo le da vueltas. Cuando Dios intenta ponerse de pie cae sobre las plantaciones de banano. Verlo es un espectáculo escéptico. Los cuatro escritores nos hundimos en un maremágnum de puntos suspensivos.
Angel sin patas
Una de tus nubes merodea mi casa. Me quedo de pie, en el patio, un largo rato y escucho el viento y los pájaros (tu viento y tus pájaros). Escucho los versos de Billy Collins descender desde tu nube. Reconozco su fórmula íntima y musical. La refrendo como si fuera mía. Los versos y la nube se desvanecen y vuelven a aparecer. Apenas apoyados en sus patas se me acercan cabeza abajo y se repiten como todo lo que no puede tocarse con las manos. Tu viento y tus pájaros, vuelvo a decir, como si fueran míos. Tu nube peregrina cambia de formas. No sé qué hacer con mis manos, con mi boca devorándose a sí misma. Del vientre de la nube salen tus pájaros. Y los árboles de toda la ciudad podrían irse volando. Uno de ellos toma con su pico un trozo de tu nube y me la entrega. La coloco en una jaula sin barrotes. La alimento con semillas invisibles. Le doy de beber gotitas púrpuras de un ron imaginario. La nube se hamaca, la nube canta tu canción, la nube duerme, la nube habla con palabras que otros no entienden. La nube es un ángel sin patas. La nube pulsa las distancias para que mi boca y la palabra se unan furiosamente.
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