Lunes, 12 de marzo de 2012 | Hoy
Por Luciano Trangoni
- ¿Dónde le duele? --dice el médico.
- Acá --dice el paciente, y se lleva una mano al corazón.
- Ahá --dice el médico, y presiona con dos dedos--. ¿Y acá?
- Ahí también --se queja el paciente.
- Ahá --dice el médico--. ¿Y acá? ¿También le duele?
- Sí --dice el paciente--: duele.
Mi padre es trasladado en ambulancia al sanatorio de calle San Juan, donde aseguran que no hay bla bla bla, una sucia cama bla bla bla, y que se debe al nuevo bla bla bla que acaba de entrar en vigencia.
- Quiero una atención digna para mi padre --explico en Admisión.
- Es el sistema --me dicen.
- ¿Y entonces? --digo yo.
- Bla bla bla --me dicen.
Mi padre, mientras tanto, se ha sentado en una de las camillas de la guardia. Y allí respira o intenta respirar hasta que, seis horas más tarde, lo llevan a una habitación.
Allí queda mi viejo, boqueando, hasta que siete horas más tarde, una médica clínica se acerca a la habitación y lo mira de lejos.
- Esto no puede ser --le digo.
- Esto sí puede ser --dice la doctora--, lo que sucede es bla bla bla.
- Entonces --digo yo--, ahora mismo saco de acá a mi padre y lo llevo a otro sanatorio.
- Eso no va a poder ser, señor --dice la doctora--, porque bla bla bla.
- Perdonemé --le digo--: ¿Esto es un sanatorio o una ferretería?
- Bla bla bla --me responde.
- ¿Y a qué hora llega el neumonólogo? --le pregunto a la doctora.
- Eso aún no lo sabemos, señor --me dice--. En este momento está de vacaciones.
- Ahá --le digo--. ¿Y mientras tanto?
- Bla bla bla --dice la doctora--. Por ahora mucho bla bla bla.
En fin.
Nos ofrecen una habitación privada. Setecientos pesos la noche.
En cuanto deposito el importe llevan a mi padre a una habitación con flores en la mesita de luz y frigobar, pero sin asistencia médica.
La doctora regresa seis horas más tarde para ver a mi padre.
- ¿Cuál es el próximo paso? --le pregunto.
- Hay que esperar el bla bla bla --dice la doctora, y bosteza.
- Y digamé --digo yo--: ¿Cómo hacen los que están fuera del sistema, los que no pueden trabajar y no tienen siquiera obra social?
- ¿Cómo hacen qué? --dice la doctora.
- Cómo hacen para mantenerse con vida. Cómo hacen para no morir abandonados a las enfermedades --le digo--. El hombre del carro, por ejemplo, el hombre del carro está trabajando y no tiene descanso. Alimenta a su caballo por la mañana y sale a trabajar sin descanso. El hombre del carro no tiene educación formal y tampoco tiene jefe, pero qué ironía, tampoco tiene trabajo estable ni obra social. ¿Y quién lo cuida, entonces? ¿Quién lo asiste?
- Bla bla bla --me dice.
- Eso lo entiendo --le digo.
- Yo --me dice--, bla bla bla.
- Eso también lo entiendo --alcanzo a decirle antes de verla de espaldas.
Dejo a mi padre en su habitación y regreso a casa a darme un baño, y mientras el agua cae en pequeñas gotas sobre mi cabeza, yo pienso, ignoro por qué, en aquella doctora más joven que yo, y en mis pensamientos la imagino con el entusiasmo y la soberbia propios de los estudiantes, pero sobre todo en la soberbia de los estudiantes, y pienso: nos morimos por tener un jefe. Estudiamos para tener un jefe. Nos preparamos a lo largo de nuestras vidas para tener un jefe. Soportamos humillaciones para reverenciar a un jefe sin rostro. Nos autoflagelamos por un jefe sin rostro. Y todo para estar cómodos, tranquilos. Quizás porque se trate de la única tranquilidad que el sistema nos ofrece. No hay otra tranquilidad. No hay otro bienestar que éste, el establecido. La garantía y seguridad de ser un esclavo fiel, un esclavo útil y obediente. Aunque ser un esclavo también tiene su precio. Hasta para ser esclavo tienes que pagar, me decía. Hasta para ser esclavo tienes que prepararte a lo largo de tu vida, estudiar, especializarte en alguno de los eslabones de esta extensa cadena que nos ofrece el sistema.
Suena el timbre y me ato una toalla a la cintura. Es mi suegra que me devuelve a los chicos.
- Gracias --le digo. Y se va.
Los chicos encienden el televisor y minutos más tarde se corta la luz en todo el barrio. Los niños se asustan, lloran abrazados a mis piernas, me vuelven loco, y dónde está el encendedor y dónde está la linterna y dónde están las velas, si es que hay velas en la casa.
La temperatura va en aumento y marco el número de la E.P.E.
- No se preocupe --me dicen--. No se preocupe, que muy pronto bla bla bla. Recién dentro de seis años bla bla bla, señor.
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