Sábado, 29 de septiembre de 2012 | Hoy
Por Miriam Cairo
Comprendo. De nada sirve comprender.
Recobro. De nada sirve recobrar.
El sonido de mi voz. A dónde llega el sonido de mi voz.
La luna. De nada sirve la luna.
Los labios cerrados fuertemente. De nada sirven los labios cerrados fuertemente.
A veces levanto la mirada. De nada sirve a veces.
El cuerpo de costado. A veces no sirve de nada el cuerpo de costado.
Escribo. De nada sirve escribir.
Es preciso desconfiar continuamente. De nada sirve desconfiar continuamente.
Viajo alrededor del mundo. De nada sirve viajar alrededor del mundo.
Prefiero salir a la lluvia. Me doy cuenta de que he caminado debajo de mil lluvias. Lo que ha cambiado no es la lluvia, sino, según parece, mi modo de caminar bajo su toga.
El telón se baja y se vuelve a levantar como una pollera. Luego saludan los personajes protagónicos. De nada sirven los personajes protagónicos. Busco detrás del decorado, debajo de la pollera que cae como un telón de sombras. Los de atrás son más interesantes que los de adelante.
Un gesto tenue no tiene perspectiva.
Un recurso amnésico. Tal vez no viniese mal un recurso amnésico, un trago de anís, una nube que se vuelva sombría. Olvido todos los olvidos que deben ser olvidados.
Caigo con golpes de tempestad. De nada sirve caer con golpes de tempestad.
La ternura es un juego más profundo. Como un deshielo.
Empalidecen lo pétalos de la palabra brisa. De nada sirven los pétalos. De nada sirve ignorar la palabra brisa.
Es preciso arremangarse para quebrar la palabra brisa.
A veces, en medio de una avenida escucho palabras que se dirán más adelante en algún amanecer. Palabras que caben en la palma de la mano. Las palabras existen, y a veces considerablemente.
Landas tersas. Enhiestas embestidas. Suaves zumos. Lenguas crepusculares. Pliegues de fruto abrillantado. Titilaciones de pelambre cósmica.
Ceno. De nada sirve cenar. Sobre el borde del plato una sonámbula pequeñísima está a punto de caer. En la copa con agua, una suicida pequeñísima se ahoga. Por debajo del tenedor pasa corriendo una fugitiva pequeñísima. En el filo del cuchillo una pequeñísima desembarcada de un naufragio se hiere sin querer. Es increíble. De nada sirve que sea increíble. Sucede.
Leo al poeta portugués.
Por la noche, a las tres y media de la mañana insisto en ciertas cuestiones:
1) Las sonámbulas pequeñísimas no existen.
2) Las suicidas pequeñísimas crean alrededor de la copa una segunda noche más densa que la lluvia.
3) La segunda noche da lugar a una tercera noche que oscila entre la primera y la segunda noche.
4) La pequeñísima desembarcada llora siempre.
5) Todas las gamas de la noche caen por el embudo de las reminiscencias.
6) La pequeña fugitiva corre en busca del equilibrio cósmico.
7) Un resto de la primera sonámbula, que ha venido de un sueño o de un libro leído en otras noches, se da de comer en un ritual entre caníbal y tierno.
8) A fuerza de no existir las sonámbulas pequeñísimas acaban por enredarse en mudos acoplamientos de tinta espesa sobre el libro del poeta portugués.
9) Me quedo allí, donde está ella, la pequeña sonámbula fugitiva que se quita los zapatos. Podría ir al jardín zoológico pero es todavía noche oscura.
10) Antes del amanecer, se deshilan las pequeñas sonámbulas con sus claves de peces en pareja dirigiéndose al mar.
Es un peligro. Escribir con el talismán por el piso es un peligro. Beber sorbos de pequeñas sonámbulas, alojar en el altillo instantáneos dragones es un peligro. Alterar el rumbo de las nubes, es un peligro. Esconder un mensaje en la boca de las nubes es un peligro. Los cielos se podrían desmoronar. Los dragones podrían domesticarse. Las pequeñas sonámbulas podrían despertar. Los árboles podrían segregar su voz de sombras. El mensaje podría salvar al mundo. O a dos que están en el mundo.
Es preciso entrar en el corazón de las pequeñas sonámbulas. De nada sirve entrar en el corazón de las pequeñas sonámbulas. Esos mínimos continentes inexplorados, donde la luz no ha penetrado hasta ahora, son un peligro.
La noche trata de ser algo diferente de sí misma. De nada sirve a la noche ser igual a sí misma.
Respiro. Pienso en la posibilidad de ser yo el aire. El aire que se respira muy temprano y se sigue respirando hasta muy tarde. Algo tan modesto como el aire, pero con un mínimo color de azucenas, con un imperceptible aroma azulado que suba hasta la memoria con el suave peso de la luna. Una ráfaga no. De nada sirve ser una ráfaga. Un aire que llega por oleadas, que acompaña a veces como un rumor.
Alcanzo a ver con la luz de la noche y todo lo que está lejos se acerca. El mensaje que llevan las nubes es cierto aunque viaje por un nivel más hondo que el sueño.
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