Mar 09.10.2012
rosario

CONTRATAPA

Argentinos for export

› Por Javier Chiabrando

Hay ideas que aparecen como una especie de dolor de cabeza hasta que nos damos cuenta de que es una idea que rebota en nuestro cerebelo tratando de llamar la atención. Algunas son ideas tontas, y allí quedan, como demostración de que no somos geniales. Otras son tan innovadoras que se hablará de un antes y un después. Yo sé que luego de poner en práctica lo que propongo acá, nada será igual. Mi idea, nacida de mi cabecita loca de soñador romántico, y que servirá para superar crisis económicas presentes y futuras, es ¡exportar argentinos! Es que en realidad lo estuvimos haciendo, pero sin cobrar. Cuesta encontrar algún lío en el mundo donde no ande entrometido un argentino de pura cepa. Para bien o para mal, ahí anda siempre un compatriota haciendo de las suyas. Quién de nosotros no le escupió en la cara a algún gringo cabeza de corcho que el Che Guevara y Chris de Burgh eran argentinos y que Viggo Mortensen casi lo es, sin olvidar a Maradona y Messi, cuyas fotos ya deberían figurar en nuestros pasaportes.

Lea uno historias de las guerras del siglo XX, o las aventuras de los bohemios parisinos del 1900, ahí encontrará un argentino. No siempre pintando; a veces vendiendo, cuando no contrabandeando, pero eso no hace mella en el orgullo de este patriota. Antes, los argentinos que iban a hacer patria al extranjero eran revolucionarios, escritores y deportistas. Ahora, los duros tiempos que corren han generado otro tipo de argentinos, con menos prensa, pero sin duda tan especiales como los fueron los nobles antecesores. Es hora de que comencemos a exportarlos formalmente, y de paso engordemos las arcas en dólares.

Al argentino llorón, ya largamente analizado en estas páginas, con precisión que hasta Freud envidiaría, habría que exportarlo a toda reunión de indignados que haya el mundo. Es que nuestros llorones, igual que los indignados, lloran sin importar a qué ideología apuestan. Lloran como lloran los bebés a los que les sacan el chupete, sin que les importe el mundo ni su suerte; importa el chupete (o los privilegios, los créditos, la casita de la playa). El asunto es llorar. Nuestros llorones bajarán en el primer aeropuerto, tomarán el primer tren que vean repleto con gente con cara de circunstancia, se bajarán en la primera plaza donde vean carpas, y se largarán a llorar. De esa forma, los indignados locales podrán ir a darse un baño a sus casas, quizá a ver sus hijos, sin que sus lamentos dejen de ser escuchados. Exportados a mil dólares cada uno, viaje y hotel pago, en dos días pagamos deuda externa y capaz que compramos la luna. Y de paso desintoxicamos estos pagos. No se aceptan devoluciones.

El argentino pesimista. Capaz que si logramos exportar a estos, tenemos que salir a repoblar el país. Los potenciales interesados serían los grandes medios de comunicación del mundo. Al paso que van, en breve se van a quedar sin tragedias que contar, presentes y futuras. El argentino pesimista es el más pesimista de todos los hombres de la tierra, más aún que un negro africano que vive en una choza y que sabe que su futuro será idéntico a su pasado de mierda, a la vida de sus padres y abuelos. Un argentino pesimista levanta una buena cosecha y ya está lamentando que la del año siguiente no la podrá igualar. Si compra una 4X4 sufre porque no va a encontrar lugar para estacionarla. Si hace una década que tiene un buen trabajo, será pesimista porque a un primo de un primo no le va del todo bien o asaltaron un kiosco en la Quiaca. Un argentino pesimista es pesimista como otros son católicos, a pura fe. Ah, y tiene la posta de que Dios no es argentino.

El argentino miedoso no se distancia mucho del argentino pesimista. Se comienza teniendo miedo y se termina siendo pesimista. O al revés, da casi lo mismo. El argentino miedoso tiene miedo de las cosas de todos los días: la juventud, la militancia, la política, las ideas, el cambio (sobre todo teme al cambio). Le teme a estas cosas como le teme al granizo. Curiosamente, el argentino miedoso no tiene miedo de las prácticas imperialistas de los norteamericanos o del FMI. No, al argentino miedoso le dan miedo las opiniones de Hebe de Bonafini o de Chávez, que si de algo carecen, es de capacidad de joder la vida de un solo argentino.

Al argentino miedoso lo van a comprar las sociedades que quieren levantar su autoestima. Lo mejor que le puede pasar a un francés, español o griego, acosado por recortes y pérdidas de trabajo es levantarse cada mañana y cruzarse con un argentino miedoso.

El argentino sin ideas. Por mucho que me duela decirlo, son muchos. Están perfectamente representados por esas personas que van a cacerolear pidiendo cualquier cosa oída por ahí. Esa tonta (perdón, esa señora sin ideas), que fue a cacerolear frente al hotel de Nueva York donde se alojaba la presidenta, con una pancarta que decía: "que dé conferencia de prensa", es alguien que carece de ideas propias y acepta, como acepta agua de lluvia el sediento, las ideas ajenas, no importa si las comprende o si la representan. A falta de ideas propias, bien vale una ajena, aunque sea tonta (la idea, no la señora). Pero, ¿quién puede comprar personas sin ideas? Sencillo: todos aquellos que tienen algo para vender: ollas, autos, ideologías, teléfonos, buzones.

Otros dos hallazgos argentinos que habría que exportar: los ladronzuelos que demandan decencia y los golpistas democráticos. Los primeros son los que no pagan impuestos y aprovechan cualquier oportunidad para rapiñar (incluyendo a los periodistas que cobran bajo la mesa) pero que se rasgan las vestiduras hablando de la decencia de gobierno, políticos y funcionarios. A estos argentinos los van a comprar los bancos de todo el mundo, para aprender qué cara poner cuando se afanen la guita de los ciudadanos y después pidan la escupidera a los gobiernos. El segundo caso es el de los que adoran la práctica democrática siempre y cuando esa práctica elija a sus candidatos. Los potenciales compradores son los señores latinoamericanos que ven tambalear sus privilegios y que necesitan a un lenguaraz que diga lo que ellos no pueden, porque ellos trabajan desde las sombras, donde son golpistas sin vueltas.

Al argentino llorón se lo reconoce porque llora todo el tiempo. Al pesimista por la cara de ojete. Pero hay uno, relativamente nuevo, que me costó mucho inventariar. Es el que dice todo el tiempo que la cosa está mal. ¿Será un argentino que vivió hasta ayer en suiza? Evidentemente es un desmemoriado; solamente alguien con mala memoria puede protestar por los problemas de hoy cuando hubo épocas con una hiperinflación por semana, corralitos, golpes militares, golpes institucionales, matanzas y una guerra con un país que vivió en guerra desde que la reina era una pendeja, y antes también. Pareciera que este argentino le reclamara al kirchnerismo de hoy que no le garantice lo mismo que le garantizaba en el 2006/07. Quizá en el 2006 reclamaba poder volver a los ´90 para comprar dos por uno en Miami. Y en los '90 quizá añoraba la dictadura, pero no por fascista, sino de puro distraído (tiene la cabeza en la luna de Suiza). A este argentino lo van a comprar las universidades de todo el mundo para estudiarlo hasta que lleguen los extraterrestres y puedan destripar a un ET para ver si es de goma o de telgopor.

Y por último, postrer aporte a la pacificación mundial, deberíamos exportar al argentino que se queja de que el Estado lo protege y anda protestando porque el gobierno actual tuvo el descaro de reconstruir un Estado que garantiza algunas cosas que antes no estaban, o que estuvieron y se perdieron. Ese argentino quiere que el Estado deje de molestarlo con su mirada paternal y lo deje desarrollarse. No importa qué tan ganso sea el tipo. Él prefiere que aparezca un Macri que le saque toda la ayuda para que él, como Robinson Crusoe, invente un mundo donde no estaba, lo que en criollo significa que de ser chofer de taxi ajeno pase a ser dueño de una flota de camiones, o de manejar un kiosco a dueño de una cadena de supermercados.

Este argentino se lo vendemos a casi todos los gobiernos del Europa, que han transformado el Estado en un supermercado donde compra el que tiene influencias, y el que no, se jode, y que seguramente necesitan consumidores que hagan correr la voz de que ese es el Estado que desean (es decir el No Estado).

Pero los que valdrán plata serán los argentinos que reúnan todas esas espectaculares condiciones juntas. No son pocos: se los reconoce porque lloran, son pesimistas, tiene miedo, no tienen ideas, y quieren en el gobierno a alguien que no los haga pensar, que ni siquiera les hable. Esos se cotizan a mil millones de dólares cada uno. ¿Y quién los va a comprar? Nadie. Nosotros deberíamos pagar para que se los lleven.

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